MURCIA. Fue una imagen fugaz. Apenas un barrido de unos segundos mientras el cámara grababa la escena. Allí estaba el mosso, el policía impertérrito frente a un energúmeno que por la indumentaria y algún pequeño detalle como el corte de pelo, aún estaría en la veintena.
No era el atuendo estilo guerrillero colombiano y pañuelo cubriendo la cara hasta la franja de los ojos lo que destacaba; sino su desafiante mirada. También su cuerpo erguido, cabeza al frente a escasos centímetros del casco del mosso, sus brazos colgando en posición de ‘firme’ en el patio de armas y en su mano derecha una piedra de considerables proporciones.
La imagen me sobrecogió aún más que las barricadas de contenedores ardiendo. Eran como los púgiles que se sostienen la mirada tras el pesaje el día anterior a la pelea. Pero aquí no habría árbitro que separara a los boxeadores tras un agarre. Solo había otra panda de energúmenos como aquél azuzando; y tras el mosso sus compañeros pertrechados.
Siempre me quedará la duda de cómo se comportaría uno mismo ante esta situación, cuando lo más suave que te llaman es “fuerza de ocupación” (¿qué ocupación?), “perro” o “español” (¿español?).
Francamente, y abra Torra las investigaciones que quiera abrir, lo de ese policía es la mayor muestra de serenidad que he visto en mucho tiempo; un ejemplo de saber estar mientras posiblemente tu condición te invitaría a soltar a soltar guantazos al niñato hasta dejarle sentado sobre su propia piedra.