MURCIA. Qué difícil es cerrar puertas, ¿no? Irse de un sitio o dejar a alguien que has querido durante mucho tiempo –aunque no haya sido correspondido o sí, quién sabe–. “¿No tienes miedo a la verdad?”, me preguntó una amiga mía cuando hice una pregunta bastante comprometida. Yo no la entendí, me tomo el té cada día con mis pensamientos. A veces la mente propia puede ser mucho más dañina que cualquier persona y su comentario. Somos en muchas ocasiones nuestro peor enemigo.
Los miedos son complicados de gestionar. Gestionarse a uno mismo es dificilísimo. El miedo recurrente a que todo cambie y pactemos con la intolerancia. La tolerancia –a mi parecer– de la intolerancia es lo que más miedo me produce. El peor de los crímenes. Ni la propia intolerancia lo es tanto. Es una cosa de mentes pequeñas, que siempre acaban confundiéndola con la sinceridad o el buen camino.
“Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta; pero no convenceréis, porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta: razón y derecho en la lucha.” fue el discurso de Miguel de Unamuno después de que las tropas nacionales entraran en la Universidad de Salamanca frente a la intolerancia. Eso lo dijo junto con aquella mítica frase que decía a Astray Millán: “Esto es el templo de la sabiduría”. La sabiduría como la belleza jamás puede ir de la mano de la intolerancia.
La intolerancia siempre fue propiedad de los tontos que hay y nunca, creo, podrán ser arrancados de la tierra., pues son tan eternos como la mismísima estupidez. Allá, donde hoy siguen las montañas, algún día habrá mar; allí, donde se encrespa cada mañana el mar, habrá algún día un desierto. Pero la estupidez permanecerá.
En junio de dos mil veinte fallecía Pau Donés. Todavía soy de aquella generación que sus padres llevaban en el coche a La Flaca y que como él, estamos de vuelta y vuelta –y primavera nunca llega–. Cada letra de Jarabe de Palo era un disparo al corazón. Pau era lo que se conoce como un espeleólogo del arte, nada de artista. Él tenía la capacidad de emocionar y ya nada lo hace. Tres años después de su muerte, seguimos recordándolo de forma imparable. “¿De qué tienes miedo? ¿A reír y a llorar luego? ¿A romper el hielo que recubre tu silencio?” Yo no tengo miedo a llorar. Tiendo a hacerlo frente al miedo y la desesperación. “Yo lloro muchísimo, todo el rato.” Me afirmó Milena Busquets una mañana de primavera. Me reí cuando leí aquello, no lo voy a negar.
Pau Donés ya era un fenómeno antes de ser un fenómeno. Cuando en los pueblecitos del Maresme, el Vallés o la Costa Brava, la gente se agolpaba en locales para escuchar las canciones de Jarabe de Palo. No pasó mucho tiempo hasta que aquel chaval al que se le daban bien los estribillos y que sabía hacer música disfrutona, se convirtió en alguien famoso. Llegó el anuncio, los parabienes, los elogios, y de aquellos pueblos pequeños, con locales pequeños, con audiencias pequeñas, en el que uno podía ver a su público a un metro de sus ojos, se pasó a los grandes auditorios, a los palacios de deportes, a las fiestas en las que miles de personas coreaban La flaca como si les fuera la vida en ello.
“La vida son cuatro días y tres pasaron ya. No estemos aquí de mala leche, estemos aquí de buen humor, querámonos. Y si hay algo que no te interesa, déjalo de lado”, dijo Donés que añadió en esta línea: “En general, no nos odiemos, porque el odio no lleva a ninguna parte. No conduce a nada, al revés, a la mala leche y a las peleas, a las malas cosas”. Eso fue justo antes de publicar lo que llamó los veinte mandamientos para tratar de ser feliz –yo diría que para seguir adelante, sin más:
1. Que sepamos vivir el presente.
2. Que no perdamos el tiempo pensando en el futuro.
3. Que dejemos de creer en la suerte y creamos en nosotros mismos.
4. Que dejemos de hacer montañas de granitos de arena.
5. Que la tristeza nos dé ganas de reír. Que nos riamos mucho.
6. Que cantemos en la ducha, en los bares, en las bodas, en las cenas con los amigos o donde nos apetezca cuando nos venga en gana.
7. Que aprendamos a decirnos «te quiero» sin que nos dé vergüenza.
8. Que nos besemos, nos toquemos y nos achuchemos mucho.
9. Que nos escuchemos tanto como sepamos compartirnos en silencio.
10. Que nos queramos, a los demás y sobre todo a nosotros mismos.
11. Que nos peleemos lo menos posible. Estar enfadado es una gran y estúpida pérdida de tiempo. ¡A la mierda el ego y el orgullo!
12. Que nos dejemos de rollos, de chorradas, de hacer ver lo que no somos, que eso no sirve pa' ná.
13. Que le perdamos el miedo a la muerte, pero también le perdamos el miedo a vivir.
14. Que decidamos por nosotros mismos. Que nunca dejemos que los demás decidan por nosotros.
15. Que cuando la vida nos cierre una ventana sea cuando más abramos las alas para romper el cristal y salir volando.
16. Que las cosas nos lleven adonde sea, pero que nos vayan bien.
17. Que los cerebros de zafios, hipócritas, memos, mamelucos, corruptos, pesaos, estúpidos, tocapelotas, mentirosos, gilipollas... se reprogramen y entiendan que en la vida no hace falta ser así, que la vida va de otra cosa.
18. Que a las penas, puñaladas y al mal tiempo, buena cara. O mala, que tampoco pasa nada.
19. Que la vida sea siempre un sueño.
20. Y, en fin, que a la vida le demos calidad, porque belleza sobra.
Y así, sin más, será verdad eso de que aún quedan vicios por perfeccionar en los días raros que decía la canción. Y que, como decía Pau, aquí estamos de prestao’.