CARTAGENA. "Los vecinos están hartos de ver cómo nos tiramos los trastos a la cabeza", decía la vicealcaldesa de Cartagena, Noelia Arroyo, dentro del acalorado debate que protagonizó, junto a miembros de otros partidos de diferente color, en el momento en el que tiraba de hemeroteca para ver quién o qué había prometido algo que luego no fue capaz de cumplir.
Esto fue el pasado jueves 27 de mayo, durante una sesión plenaria en Cartagena y unos pocos meses después de que se produjera la manifestación popular más importante que ha acogido la Región, para protestar por el alarmante estado del Mar Menor y reivindicar una actuación inmediata de las instituciones. A todos nos dio la impresión cuando volvíamos a casa que tal demostración de disgusto y condena serviría como acicate.
"Todos nos acordamos de aquella movilización de octubre. Parecía que iba a ser el punto de partida del cambio, pero, tristemente, no ha pasado nada", dice con lamento Elena Lledó, presidenta de la Asociación de Vecinos de Los Urrutias, la diputación cartagenera que esta semana ha saltado a las portadas de los periódicos por el lamentable estado de sus playas, algunas de ellas cerradas, por la cantidad de lodos, algas y fangos, y el pestilente olor que se desprende en sus orillas.
Mientras Lledó nos enseña las zonas cortadas para el baño, Joaquín Castejón, un vecino de La Unión y habitual veraneante de la zona se acerca para saber qué sucede. "Me han dado ganas de llorar cuando he visto cómo está la playa", dice este jubilado, quien no terminaba de creerse lo que escuchaba y leía en los medios de comunicación y prefirió pasarse para verlo con sus propios ojos. "He venido a bañarme a estas playas desde los trece años y estas algas, o lo que sean, no las había visto nunca en mi vida", añade mientras se dirige a la presidenta de la asociación de vecinos para tratar de encontrar una pregunta que todos se hacen.
"Me han dado ganas de llorar cuando he visto cómo está la playa", dice Joaquín Castejón, un habitual de la zona todos los veranos
Alentados por las imágenes, las administraciones local y regional decidieron enviar con urgencia a patrullas de limpieza de la playa para solucionar con la mayor celeridad un asunto que no se puede solventar en unos pocos días. Reclaman, ahora, que el Gobierno de España, que es quien tiene la competencia dentro del Mar Menor, arrime también el hombro.
"Hemos pedido a todas las administraciones que se pongan a trabajar. Entre ellos hay una incapacidad de diálogo enorme y vamos a solicitar a un mediador para que interactúe con todas las administraciones para llegar a algún consenso", admite con tristeza la representante vecinal.
"Todos hemos contribuido, unos por acción y otros por omisión, a que esté así y ahora el Mar Menor está pagando las consecuencias", dice la presidenta de la Asociacion de Vecinos de Los Urrutias.
Es, por tanto, normal que los vecinos estén hastiados de estas disputas tan políticas que no les aportan soluciones sino más confusión y, por tanto, más impotencia. "Lo vemos como una lucha de egos. Tenemos que olvidarnos de mirar para atrás, porque si lo hacemos, veremos que todos somos culpables, también los ciudadanos. En los años de bonanza de la construcción nadie se quejaba, por tanto, todos hemos contribuido, unos por acción y otros por omisión, a que esté así y ahora el Mar Menor está pagando las consecuencias", dice Lledó.
Dice que la grave repercusión económica derivada de esta imagen de sus playas y aguas acabará pagándola en un pueblo que vive del turismo. "Acabarán convirtiéndose todos los de la ribera del Mar Menor en pueblos fantasma", añade, a pesar de decir que quiere ser optimista, por el bien del pueblo. "Si todo se hace de manera mucho más coherente: conseguimos el vertido cero, una agricultura más sostenible y una limpieza y mantenimiento de la arena y el agua durante todo el año, iremos dando la vuelta poco a poco. No podemos tener apaños puntuales con unas brigadas que llegan cuando alzamos la voz".
Y es que los vertidos continuados y la agricultura intensiva y descontrolada han sido el perfecto caldo de cultivo para que, cuando han llegado otras circunstancias como las climatológicas, el desastre se haya convertido casi en irreversible. "En los últimos tres años la situación ha ido a peor, pero lo de ahora es lamentable. Tenemos una joya y deben ser ellas -las administraciones- las que pulan este diamante para que no se muera del todo", implora la presidenta de unos vecinos muy conscientes de que esto es una pesadilla que no acaba y que, por tanto, no les aguarda uno de los mejores veranos de su vida.