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como ayer / OPINIÓN

El Imperial era para el verano

8/07/2021 - 

MURCIA. Si las bicicletas son para el verano, como quedó plasmado en el título de la obra teatral escrita por Fernando Fernán Gómez en 1977, y llevada más tarde al cine por Jaime Chávarri, no es menos cierto que también lo son las piscinas y los cines de verano, entre otras muchas cosas que se entremezclan en nuestro recuerdo cuando evocamos los felices días en que disponíamos de cerca de tres meses de vacaciones estivales, disfrutados con la intensidad que dan los pocos años y las muchas ganas de vivir.

Aunaban la disposición de cine y piscina, sin salir de la tórrida Murcia, el Murcia Parque, todavía felizmente activo, aunque muy rebajado en el aspecto cinematográfico, y el Imperial, a dos pasos del jardín de Santa Isabel y, en consecuencia, en el cogollo de la ciudad.

"El 16 de septiembre de 1971 ofreció el Cine Imperial su última sesión doble"

Pese a ser vecino de aquellas instalaciones, sitas en la calle Vinader, nunca llegué a conocerlas, pero sí recuerdo bien que en las noches de verano, en cuanto llegaba la temporada de proyecciones cinematográficas, desde la terraza de mi casa, en la cercana calle de Ruipérez (o de las Mulas, si lo prefieren) se veían y se oían, siquiera parcialmente, aquellas sesiones dobles.

Lo cierto es que se cumplen ahora 50 años del último verano en que abrió sus puertas el Cine Imperial, y lo mismo puede predicarse de otro de los espacios que acogió a los murcianos durante casi tres décadas buscando un rato de disfrute al fresco en las noches de estío: la Terraza-Cinema, aneja al Cinema Iniesta, en el arranque de la calle de Floridablanca.

El 16 de septiembre de 1971 ofreció el Cine Imperial su última sesión doble. A partir de las siete y media de la tarde, se proyectaron las películas Tres asesinos y Un río de dólares, en una jornada en la que la cartelera murciana, formada por diez salas pertenecientes a cuatro empresas, ofrecía títulos como Oliver, en el Teatro Circo; Lo que el viento se llevó, en el Gran Vía; Aeropuerto, en el Salzillo (inaugurado ese mismo año); y en el Avenida (detrás del Rollo), catalogado entonces como sala de Arte y Ensayo, la película francesa Et Dieu crea la femme, protagonizada (y ahí estaba el arte) por Brigitte Bardot.

Aunque no se produjo anuncio alguno, lo cierto es que de un modo silencioso, como si se tratara de la clausura, como tantos años, de una temporada más, se apagó el proyector del Imperial para siempre, del mismo modo que se había vaciado unos días antes, el 12 de septiembre, la piscina, que había venido funcionado, sin que sus usuarios supieran que sería su último verano, en horario de nueve de la mañana a siete de la tarde.

La primera temporada de las céntricas instalaciones, regidas por la empresa Iniesta, fue la del estío de 1940. En la prensa del día 26 de junio se anunciaba que la piscina funcionaría desde las 8 de la mañana y que por la noche, a las nueve, se proyectaría un programa doble, con una de las celebradas cintas protagonizadas por Fred Astaire y Ginger Rogers y la singular Audioscopia, "película en relieve de gran originalidad" en la que a cada espectador de entregarían unas gafas especiales para conseguir el efecto deseado. Sin olvidar que el 1 de julio se podría disfrutar del gran éxito de los hermanos Marx Una noche en la ópera.

Así se inició una andadura de 31 años en el local autotitulado en los anuncios como "el más fresco, confortable y céntrico de Murcia", cuya actividad, en sus buenos años, fue mucho más allá del baño y la exhibición cinematográfica. Y así, llegada la feria septembrina de aquél año 1940, la piscina fue escenario de un torneo de lo que se llamaba en aquellos tiempos "polo acuático", organizado por la Federación de Natación, cuyo trofeo fue donado por el gobernador civil de la provincia, entre los equipos del Club Natación Murcia y Club Natación Imperial. También se disputaron otras pruebas de velocidad, compatibilizándolas con las que se celebraron en el Murcia Parque.

La primera temporada se prolongó hasta los últimos días de septiembre, y el éxito obtenido aconsejó a los gestores a emprender nuevas aventuras, por lo que a finales del mes de abril del siguiente año ya se abrieron las puertas del Imperial, aderezado con la pomposa denominación de Club-Terraza, para los conciertos y bailes, como “punto de reunión del público selecto”, también “de la buena sociedad”.

Esta novedad dio paso a la existencia de asociados de dicho club, que no solo tenían acceso a los bailes, habitualmente programados en las tardes de los domingos, sino que contaban los jueves con una bonificación de un 50 por ciento en la entrada al cine y unos abonos de 20 baños por el módico importe de 10 pesetas.

Sin embargo, fue efímera la existencia del club, pues ya en la temporada siguiente dejaron de aparecer noticias de los bailes vinculados al Imperial, y la temporada de baños se abrió a últimos de mayo. Sin embargo, a primeros de junio, y con entradas, por cierto, al precio de dos pesetas, el céntrico escenario dio paso a las representaciones teatrales con la obra Un caradura, comedia en tres actos de Adolfo Torrado a cargo de la compañía de Ricardo Espinosa.

De este modo, el arte de Thalia (la musa, no la cantante) abandonaba los sofocantes interiores para ser mostrado al aire libre, con el añadido de que desde el segundo día,  en la mayor parte de los sucesivos, hubo sesión doble, prolongándose la estancia en la ciudad de la compañía de Espinosa y sucediéndose las comedias, con el aliciente añadido de algún estreno nacional, como Las cuarenta mentiras, de Sicilia y Sánchez, y una semana completa dedicada a Pedro Muñoz Seca, asesinado durante la Guerra Civil.

Luego, estrenado el mes de julio, el teatro, otra innovación de fugaz existencia, dio paso al cine, entretenimiento que ocupó junto con los baños, como ya quedó apuntado, la mayor parte de las veladas estivales del Imperial año tras año. Medio siglo hace que se convirtieron en meros recuerdos.

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