EL PODER Y LA PALABRA / OPINIÓN

El fútbol ha muerto

20/08/2023 - 

MURCIA. Desde que leí, hace años, La inteligencia fracasada. Teoría y práctica de la estupidez, de mi admirado José Antonio Marina, sabía que el raciocinio fracasa cuando se permite, a título individual, o colectivo (hay sociedades instaladas en la estupidez), que algunos obstáculos la bloqueen. Recuerdo que, entre esos fracasos cognitivos, que provocaban tomas de decisión incorrectas estaban el miedo, el dogmatismo, los prejuicios y el fanatismo. 

Lo que no recordaba con tanta claridad es que las pasiones (ahí nos quedamos en la última entrega de estos divertimentos veraniegos) bloquean también nuestra sensibilidad, es decir, nuestra capacidad para valorar y disfrutar de la belleza.

Es posible que muchos de ustedes no crean que haya belleza alguna en el futbol, pero les diré, por experiencia propia, que sí es posible, que en algún momento la hubo y aunque no se sepa precisar el momento exacto de su decadencia, al igual que, según Vargas Llosa, no se sabe precisar con exactitud en qué momento se jodió el Perú, les aseguro que el fútbol también está jodido. 

Lo mataron como deporte hace muchos años, cuando transformaron la profesionalización en un disparatado negocio, ajeno a la ética deportiva y con muy escasos controles y fiscalizaciones externas, incluidas, las de las administraciones públicas. No hay más que acercarse ver un partido de fútbol infantil para advertir la violencia que se respira en las gradas y en el césped. ¿Se pretende que los jóvenes disfruten con este juego y que aprendan los valores del deporte, o se les están inculcando modelos del deporte profesional y comportamientos basados en expectativas extradeportivas?

Muerto y enterrado el fútbol como deporte, sólo nos quedaba el espectáculo de masas. Dos equipos que juegan su propia liga y el resto de equipos de primera división que se plantean como gran objetivo mantener los resultados de la liga anterior. (Ya saben: Virgencita, virgencita...) De vez en cuando, algún fichaje estelar, o algún joven de la cantera, alimentaba la falsa ilusión de que se volvería a disfrutar de etapas gloriosas de emoción estética y de éxito deportivo. Pues bien, tengo que decirles que eso ya no es así. Como espectador consciente, estoy convencido que, en estos momentos, el fútbol profesional en España es uno de los deportes más aburridos e insoportables del mundo. 

Les voy a demostrar con datos mi afirmación. El domingo pasado me invitó a ver el comienzo de la Liga uno de los "acérrimos trastornados" que cité en mi última columna. Con mi mejor voluntad me dispuse a ver el Getafe-Barcelona. Pasado el primer tiempo sentí que habían sido los cuarenta y cinco minutos (más la prórroga) peor empleados en muchos años. Tres cuartos de hora de mi preciada vida desperdiciados intentando, infructuosamente, ver algún destello de emoción. Nada de nada. 

No existe nada igual, que yo sepa, en ningún otro espectáculo conocido. Aunque sea por error, hay siempre momentos de emoción en cualquier otra manifestación cultural o deportiva, por mala que sea. Incomprensiblemente, no hubo tumultos ni altercados por el evidente fraude de que estaban siendo objeto los asistentes. Nadie pidió, al parecer, que le devolvieran las entradas. Siguieron impasibles en sus asientos, a la espera de que el segundo tiempo les compensara la frustración vivida. Increíble.

Quienes no sigan el fútbol pensarán que estoy exagerando, pero no es así. Les daré las estadísticas finales del partido. 234 pases de balón por parte del Getafe y 729 pases del Barcelona. Es decir, casi mil pases y ningún gol. ¡Sólo 2 tiros a puerta por parte del equipo local y 4 del último campeón de la Liga! Eso sí, a falta de emoción estética hubo algo de emoción dramática. Dos expulsiones y bastante polémica por las decisiones del árbitro del encuentro. ¿Cómo es posible que se mantenga un fraude de tales dimensiones con tan escasa calidad y emoción como espectáculo?

Mi opinión es que quienes pagan por sus entradas, o por los derechos exclusivos de televisión, no son exigentes espectadores amantes del buen fútbol, sino que, en gran medida, han experimentado un proceso de conversión que les ha transformado en apasionados seguidores de su equipo, estado emocional no siempre compatible con la exigencia de fútbol de calidad. Una vez que claudican de su condición de aficionados, creo que toleran, o incluso celebran, un mal partido con mil pases y sin un solo gol, si eso les comporta sumar un punto en la clasificación. 

Es la perversión no sólo del deporte, sino del espectáculo. La pasión sectaria les bloquea la inteligencia y redunda en un perjuicio del interés general. Parece ser que, sin polarización y dramatización, acrecentada por los vividores del negocio y medios de comunicación, también militantes, no hay fútbolLlegados a este punto, mi inquietud es que, por este camino, si nos descuidamos, podemos instalarnos en la estupidez colectiva.

¿Tendrá algo que ver este proceso con el que vivimos en la sociedad española? ¿Es posible que haya organizaciones que, para mantener su negocio, jueguen con nuestras pasiones y quieran convertirnos en “hooligans” incondicionales, en lugar de ciudadanos críticos, conscientes de nuestros derechos y exigentes con su disfrute? Discúlpenme la digresión; no sé que me ha pasado. Estos calores, supongo ¿Por dónde iba? ¡Ah! Ya recuerdo. No estaba hablando de la política en España, sino de fútbol. Por cierto, nada tienen que ver estas consideraciones con el fútbol femenino. Las chicas están demostrando con hechos que les gusta jugar, que lo hacen cada vez mejor, que se divierten jugando y que nos hacen disfrutar y soñar que quizás otro fútbol sea posible.


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