MURCIA. En 1972, Ariel Dorfman y Armand Mattelart publicaron Para leer al Pato Donald, un estudio sociológico bastante mítico sobre los personajes de Disney que, como recordaba hace unos días el propio Dorfman, constituye un manual de descolonización. La imagen de Mickey Mouse se utiliza en discursos anticapitalistas y antimperialistas, como el archiconocido grafiti de Banksy No puedo vencer el sentimiento (2004). Las imágenes de las princesas Disney son sometidas a procesos de reapropiación feminista, que dan la vuelta a su sentido original y revelan la falsedad y la tiranía del ideal femenino que representan, como en la famosa serie de fotografías Fallen Princesses de Dina Goldstein.
Mientras, millones y millones de mochilas, camisetas, estuches, pasadores de pelo, tazas, zapatillas están adornados con imágenes creadas por Disney. Mickeys, minnies, donalds, goofys, piratas del Caribe, mulans, etc. nos salen al paso en todas partes. Y es que los personajes más conocidos de la marca están llenos de significados. Son epítome del capitalismo, de aquello que se dio en llamar el American Way of Life e iconos perfectos para ser deconstruidos por el feminismo o el anticapitalismo.
La compañía Disney, The Walt Disney Company en su denominación actual, cumple ahora cien años. Y lo hace dejando un legado de imágenes y personajes sin los que no se explica el mundo contemporáneo, mal que nos pese, y convertida en, según Wikipedia, “el conglomerado de medios de comunicación y entretenimiento estadounidense más grande del mundo”. Según otras fuentes, directamente es el líder mundial del asunto y, según otras, la tercera o la segunda.
Supongo que alcanzadas ciertas magnitudes y teniendo en cuenta que no paran de comprar, vender, fusionar, absorber y todas esas cosas que hacen las grandes corporaciones sin parar, se hace difícil saber quién es el primero o qué criterio se aplica para clasificar. Cien millones arriba, cien millones abajo no significa nada. En resumen: muchísimo dinero y muchísimo poder, por más que, en esas paradojas tan simpáticas del turbocapitalismo, esté ahora metida la compañía en un recorte de 5.500 millones de dólares en costes. Y ya sabemos que costes significa personal, así que este año está eliminando de 7.000 puestos de trabajo, el 3% de su fuerza laboral. Es todo un detalle que este año del centenario el lema de la empresa sea, precisamente, "100 Years of Wonder" ("100 Años de Maravillas").
Les resumo una cosita de la Wikipedia para ahorrarles el esfuerzo de buscarla y leerla, y para que sepamos de qué hablamos cuando hablamos de Disney. The Walt Disney Company opera tres segmentos comerciales principales: Disney Entertainment, que se ocupa de los medios de entretenimiento y negocios de contenido, es decir, las pelis, las series y los programas de tv y radio básicamente; ESPN, esto es, medios deportivos; y Disney Parks, Experiences and Products, o sea, los parques de atracciones, los cruceros, juegos, etc. Fin del resumen.
Así pues, ¿qué hago aquí, en una columna llamada “Y tú qué miras”, hablando de empresas, negocios y conglomerados? Pues recordar que eso que miramos, unos más que otros, es un gigantesco negocio, de dimensiones imposibles de abarcar. Dejaremos de lado los parques de atracciones, los cruceros y la cosa deportiva, para centrarnos en la producción audiovisual. El caso es que no paramos de consumir productos Disney en todo tipo de formatos y lugares. Si vamos a cualquier lista, en cualquier país, de las películas más taquilleras, la mayoría son de Disney, trátese de Marvel, Lucas Film o Pixar, que todas esas marcas y empresas son suyas, entre muchas otras. ¿Star Wars? Disney. ¿Los vengadores? Disney. ¿Toy Story? Disney. Ha llovido mucho desde que Mickey Mouse se convirtió en el primer personaje con licencia de la historia. Puede ser que no inventaran el merchandising, pero lo han llevado a dimensiones colosales.
En esos cien años, Disney ha hecho muchas cosas bellas e innovadoras. Ha hecho avanzar el arte de la animación, ha inventado técnicas cinematográficas, ha dado cobijo y medios de expresión a grandes artistas, ha roto barreras y, es cierto, ha proporcionado felicidad y emoción a millones de personas, no solo niños y niñas. De hecho, ese es su negocio, la felicidad. Hoy en día, cuando la nostalgia campa por todas partes y se ha convertido en medida de las obras culturales; cuando hay que conseguir la felicidad a fuerza de reafirmar el yo con esa plaga profundamente egoísta e individualista de la psicología positiva y los manuales de autoayuda; cuando la producción audiovisual de Hollywood parece apelar casi exclusivamente a la infantilización del público, o cuanto menos, a tratarlos como adolescentes eternos, Disney reina.
Así que voy a volver al principio, a la necesidad de una manual de descolonización que decía Ariel Dorfman. Porque esto es una colonización. Cultural, mental, aunque también económica, que de consumo estamos hablando, al fin y al cabo. Y nos vendría bien el manual. De hecho, el cine primero y la televisión después han sido los grandes arietes de Estados Unidos, no solo por el volumen de negocio que suponen, sino porque son herramientas de invasión cultural casi imposibles de soslayar. Por si esto les parece exagerado, cuando dentro de nada llegue la noche de los muertos, ya llamada por casi todo el mundo Halloween, volvemos a hablar.
Y por si están pensando en aquello del libre mercado, volveré a repetir lo que he dicho varias veces por aquí, el mercado no es libre. No cuando los activos de tu empresa están valorados, aproximadamente, en 203.630 millones de dólares estadounidenses, que es, dólar más o menos, el valor del Producto Interior Bruto de Grecia, Chile, Portugal o Argelia. Tampoco está de más recordar que las negociaciones sobre cuotas de mercado de la producción audiovisual USA en Europa o Latinoamérica las llevan a cabo secretarios de estado. Por algo será.
Sí, que bella es Fantasia (1940), qué divertida La bruja novata (Bedknobs & Broomsticks, 1971), qué maravillas son Toy Story (1995) y Up (2009), qué emocionante el final de Vengadores. Endgame (2019). Todo eso es verdad. Es lo que sucede con las obras culturales, que hay muchas maneras de analizarlas. Como obras en sí mismas proporcionan placer, emoción, belleza y saber. No problem, entreguémonos al disfrute. Pero no perdamos de vista que también son productos de consumo, producidos por una empresa gigantesca que domina canales de información y ocio mundiales, hábilmente destinados a que pasemos por taquilla y compremos todo tipo de cachivaches. Invaden nuestras pantallas, nuestro hogar, nuestro gusto, nuestras cabezas y nuestra memoria. En este centenario, démosle alguna vuelta a esto.