Esto no es una competición, pero sí que a veces las unas miran a las otras con recelo. Aquello de 'la suerte de la fea la bonita la desea' (que, por cierto, es una patraña como una catedral porque un pibón nunca va a querer ser Gracita Morales, que Dios la tenga en su gloria), pues eso.
Gracias a Dios, el paso del tiempo ha hecho que ser divorciada o separada ya no sea un estigma, repudiada por la sociedad porque "tu marido no te quería" o no servías como amante esposa. Con la incorporación de la mujer al mundo laboral la cosa ha cambiado. Evidentemente el trabajo no tiene la culpa, aunque ya saben que en empresas con mayor concentración de empleados, más probabilidades de cornamenta, sino que la independencia económica da mucha perspectiva. El dinero siempre da perspectiva. Más de una de mujer de los setenta se hubiera separado del castigador que tenía por marido, si no se hubiera dedicado a "sus labores". Dios mío, ¡que frase tan tremenda!, sólo escribirlo y me erizo.
"La divorciada cae en ese estado de gracia que es la libertad Y LA INDEPENDENCIA"
Pero claro, una cosa es no estar estigmatizada y otra es la de ir de soltera por la vida. Eso es jugar con ventaja, es como si a una casada le preguntan y dice que tiene perro. Es una inexactitud que lleva a confusión porque al fin y al cabo es cierto que su marido molesta poco pero ahí está, en carne y hueso refunfuñando todo el día, pero una divorciada tiene ya una muesca en su pasado que le ha dejado tres retoños como recuerdo indeleble de esa relación. Punto para las divorciadas.
La divorciada cae en ese estado de gracia que es la libertad, la independencia, hacer lo que te sale de... del alma. No más explicaciones de por qué hoy vuelvo a quedar con mis amigas (porque no te soporrrrrrrrto) o si otra vez de compras (para eso lo gano) o si otra vez comida para llevar (¡cocina tú!). Entra y sale sin dar explicaciones, no tiene que avisar como una quinceañera de si me he liado con el aperitivo y me quedo de tardeo o de si ¡uy, esta semana han llegado cuatro paquetes del Shein! Punto para las separadas.
Las separadas con hijos tienen esos días de libranza que todas necesitamos cuando estamos criando. Todas las que han sido madres saben la exigencia de la maternidad y cómo esa mujer alegre y con aspiraciones desaparece por el desagüe. A lo único que aspiras durante la maternidad es a dormir cuatro horas de un tirón y cinco minutos de silencio al día. Quieres a tus hijos con locura, pero cuando una amiga se separa, pagarías por ser tú la que tiene días a la semana sin llantos, sin baños, sin noches de insomnio y sin los cumpleaños del demonio de los amiguitos. Punto de nuevo.
Es cierto que cuando una persona se separa, al principio está desubicada. Encajar los momentos de ocio es difícil. Hay un impasse hasta que encuentran su sitio y un grupo con el que volver a sentirse identificado. A algunos maridos de las casadas no les hace ni chispa de gracia que usted salga con la divorciada. No sé, se pensaran que es contagioso como el covid. A esos señores, les diría que se lo hagan mirar. Eso sí, cuando sales de fiesta con una separada date por muerta, se saben todas las canciones del garito. A ti, como no te pongan la Rafaela Carrá, no eres capaz de despegar los labios. Eso sin hablar de la vestimenta. Mientras ellas tienen todo el repertorio de elastano del mercado, la casada se distingue por ir con el bolso cruzado en bandolera. ¡Mátame, camión!
Lo que no tengo tan claro es lo del sexo, ¡qué pereza! Ya lo dice el refrán: más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer. Al fin y al cabo las casadas siempre lo tienen a mano, porque otra cosa no, pero disponibilidad absoluta ante un calentón... Por aquello que les decía del perro: quitas el lavavajillas y ahí está, sales de la ducha y ahí está mirándote, siempre fiel y dispuesto, moviendo alegre la colita.
Visto así, parece más ventajoso estar separada. Pero las cosas no son ni blancas ni negras. El estado civil ideal es feliz, sabiendo que la felicidad son momentos en la vida. ¿Está usted en su estado ideal?
Gracias por su lectura.
Hacienda interpretaba que la exención fiscal por venta de vivienda habitual solo podía aplicarse al cónyuge que vivía ahí