La resiliencia vuelve a ser la clave de la supervivencia. Los escenarios consecuentes del incontestable cambio climático, poco amables para la vida humana, y que enfrentamos aún con incredulidad, no son un decorado para una superproducción autodestructiva, ni están sujetos a ser anecdóticos. Cuanto antes nos demos cuenta y nos pongamos a trabajar en las soluciones, menos muertes sobrevendrán.
Y sí, no es propio de un agosto vacacional salir con estas desagradables reflexiones. Pero cuando se trata de sobrevivir no habrá visión edulcorada que nos ampare. Con esa premisa en mi cabeza, asisto ojiplática al cisco montado con el tema ahorro energético. Politizado como está, pendiente de unos resultados electorales que tendremos en unos meses, amenaza con ser la serpiente de verano y más allá. La sociedad es a veces obtusa, y solemos entrar en el juego político que nos evita aplicar la lógica y el raciocinio al escaparatismo informativo. Entonces nos convertimos en infelices masas predecibles, que se comportan como pretenden quienes cortan el pastel e intoxican la comunicación pública con sus intereses.
En las tierras de noroeste español, con una conexión según la cobertura, y con intención de desconectar para reconectar con la naturaleza, el avance de las tecnologías sigue haciendo posible la llegada de la actualidad. Es una especie de desconexión controlada, que por otra parte ayuda a que la vuelta a la rutina no sea demasiado brutal. Bueno, pues hace ya unos días, pudimos ver en el telediario nacional la noticia de que el Mar Menor había alcanzado un máximo histórico en su temperatura.
Y allí estaban periodistas y entrevistados, con una seriedad apropiada a la gravedad del hecho y con mis playas al fondo, reiterándola. No puede evitar sonreír sin ganas al aplicar la lógica: en el actual contexto de estropicio medioambiental por causas antrópicas el cambio climático está acelerado, y viviendo las olas de calor que nos asolan, es ni más ni menos que lo esperado. Como noticia, quedaba un pelín desangelada respecto a la gravedad de las consecuencias de este ascenso.
Pero como no hay dos sin tres, acompañaban al titular declaraciones con cierto atractivo turístico, en plan “agua calentita”, como si a alguien le apeteciese bañarse a casi 32 grados de temperatura del agua y más de 35 fuera con una radiación solar inclemente y humedad ambiental elevada. A lo mejor es que se trataba del legendario "no hablemos mal de lo nuestro" customizado.
Al parecer se dan pasos de apoyo al sector turístico en esta línea ya citada, que viene a ser el enfoque decimonónico de siempre. E incluso van más allá. Aún perdida en la distancia, entre cereal y chopos, con caminos que llevan a Compostela y pueblos reconvertidos en talismanes de relaciones sociales humanas, me llegó otra noticia en la línea “no hemos entendido nada ni nos interesa (o no damos para más, que también es posible)” que suma enteros. Se trata del denominado Santa Rosalía resort, con un lago artificial incluido, ubicado al fresquito entre Torre Pacheco y Los Alcázares, en pleno campo de Cartagena, rodeado de resorts y campos de golf a los que desconozco si aplicarán el decreto de ahorro energético.
Lo que me pregunto también es de dónde sacan el agua. Porque resulta que en algunos de los pueblos bañados por el río Cea (afluente del Esla en la cuenca del Duero) tenemos cortes diarios de agua desde las once de la noche a las ocho de la mañana, con zonas por las que el río ya no fluye dada la extrema sequía. Es surrealista que en la cuenca del Segura tengamos más agua que en la del Duero y que nos sobre, o se priorice, para lagos artificiales y campos de golf. Vamos, que a zahoríes no nos gana nadie.
A los tres días de concluir este artículo volverá a repetirse el abrazo al Mar Menor. Porque, afortunadamente, aún podemos abrazarlo y él lo necesita. En la perspectiva de la distancia sueño con la posibilidad de que algún día ese abrazo humano esté guarecido por otro cultural e identitario, formado por sus poblaciones, tradiciones e historia, hilvanado con sus paisajes naturales característicos. Me resulta indigerible verlo cada vez más mermado, asfixiado lentamente con un cinturón de resorts sin esencia del lugar. Algunas lecciones no deberían ser obviadas. Sobre todo, aquellas que, mostrándonos nuestros errores, nos dan las claves de la supervivencia.