MURCIA. Desde que fundó su propia productora, Hong Sang-soo no ha parado de hacer películas. Son pequeñas, diminutas, minimalistas, transparentes, esenciales, cada vez más y más y en ellas vierte su particular estilo de forma más depurada: menos planos, más condensación narrativa y una idea que lo vertebra todo, aunque parezca invisible a simple vista. Todas se miran las unas a las otras, pero todas son diferentes y apuntan nuevos caminos expresivos.
En esta ocasión, a través de Delante de ti, aborda los recuerdos familiares y la herencia sentimental casi a modo de testamento vital. Lo hace a través de un personaje, Sangok (Lee Hye-young) que regresa a su Corea natal después de haber vivido por un largo tiempo en Estados Unidos. Allí se reunirá con su hermana, Jeongok (Yunhee Cho). Ninguna ha sabido de la otra en muchos años y, aunque parezcan dos desconocidas, un vínculo las une más allá de sus recorridos particulares, como si no hubiera pasado el tiempo desde la última vez que se vieron. Un vínculo que se condensa en el prólogo y en el epílogo, ya que la película se abre y se cierra con un precioso plano de Sangok mirando a Jeongok mientras duerme, intentando capturar ese momento, reteniéndolo para sí, aunque algo cambia radicalmente desde que la vemos en la primera imagen y la última, encerrando ese tono melancólico y crepuscular que poco a poco se va adueñando del relato.
Sangok está enferma. Por eso quiere retener esos instantes. No quiere pensar en el futuro, porque no lo tiene, solo en el presente, tan efímero y al mismo tiempo también tan tangible. De ahí el título de la película, Delante de ti, a través del que se reflexiona no solo sobre la fe en el ser humanos, sino también sobre que nuestros pesares no deberían resultar un obstáculo para disfrutar de lo que tenemos enfrente de nosotros y darle un valor y un sentido. Esa metáfora impregna toda la película a través de una mujer que encara con valentía y resignación la enfermedad y la muerte y que quiere vivir lo que le queda sin rencor ni pesar.
Casi podríamos decir que se trata de un pequeño tratado filosófico, aunque Hong Sang-soo lo convierte en un cuento corto sobre las alegrías y los desencuentros cotidianos, sobre los sueños de juventud y el fracaso, sobre el peso de la memoria, el valor de las cosas y la necesidad de desterrar la culpa. Lo hace a través de una mujer que quiere disfrutar al máximo de la belleza de aquello que le rodea, que mira al presente al mismo tiempo que el espectador la sigue durante un día en un itinerario en el que se ponen de manifiesto muchas cosas que se perdieron por el camino. La juventud, los lazos familiares, el fracaso sentimental y las decepciones frente al género masculino.
Desde hace algún tiempo, el director se ha centrado siempre en sus películas en la figura femenina, introduciéndose de manera introspectiva en sus inquietudes, hasta el punto de que los hombres aparecen como figuras egoístas o pusilánimes, algo que también ocurre aquí con su alter ego, al que suele dar vida el actor Hae-hyo Kwon, que interpreta en esta ocasión a un director de cine que se reúne con Sangok, que fue actriz en los años noventa, para pedirle que regrese a la interpretación.
A Hong Sang-soo siempre le ha gustado jugar con las imágenes especulares, con los itinerarios que se cruzan o se solapan, pero en esta ocasión desaparecen y prefiere apostar por un recorrido de una sola dirección, pero sí que hay algunas referencias metacinematográficas, como el hecho de que la propia Lee Hyeyoung fuera una actriz de éxito en su juventud y el propio Hong Sang-soo la conociera en su infancia ya que sus padres eran amigos. El director siempre ha dicho que sus historias parten en realidad de su vida, de las personas que le rodean, también de los espacios que habitan y en esta película, a través del deseo de filmar a esta actriz ha conseguido de alguna forma recuperar sus raíces hablando de ellas, de esa memoria compartida.