C.Valenciana

LA OPINIÓN PUBLICADA

Blasco, el mito

VALENCIA (FOTO: EVA MAÑEZ). Cuando Alberto Fabra sustituyó a Francesc Camps al frente de la Generalitat, heredó la estructura de poder en el Consell, en el partido y en el Grupo Parlamentario Popular diseñada por su antecesor. Fabra ha ido cambiando esa estructura con el tiempo, pero lo ha hecho lentamente, y en muchos aspectos puede considerarse que lo ha hecho sólo a medias. Sin embargo, tardó muy poco, apenas unos días, en retirarle a Rafael Blasco la posición de portavoz parlamentario en Les Corts, una vez fue imputado en el caso Cooperación.

Blasco dimitió (ya llevaba tiempo, incluso antes de llegar Fabra al poder, sin ejercer como portavoz) y Fabra nombró en su lugar a Jorge Bellver. El enfrentamiento, por tanto, viene de lejos. Y, visto lo visto en los últimos meses, no tiene visos de acabar bien.

El carácter del delito por el que se imputa a Blasco, las circunstancias del caso, convierten su situación en la más endeble del cada vez más nutrido grupo de imputados entre los parlamentarios del PP. No es lo mismo, desde luego, estar imputado por despilfarrar dinero público por quedar bien con la Familia Real (si es que acaban estándolo Francesc Camps y Rita Barberá), o incluso por un caso de corrupción más "convencional" (Brugal), que por un asunto con tintes tan desagradables, y de falta de humanidad, como el caso Cooperación.

Precisamente por eso, desde el principio estuvo claro que Blasco ocupaba una de las posiciones más expuestas en el Grupo Parlamentario del PP en Les Corts. Y también que, por primera vez en mucho tiempo, había un presidente de la Generalitat, Alberto Fabra, que no confiaba en Blasco ni quería recurrir a él para pedirle consejo ni, por supuesto, para participar en el Gobierno, del que Blasco, además de la remota época socialista con Joan Lerma (1983-1989), formó parte como conseller de 1999 a 2011 ininterrumpidamente.

Y, aunque fue Francesc Camps quien le apartó del Gobierno, asignándole el puesto de portavoz parlamentario, desde luego Camps, dada su situación en aquel momento, no iba a aplicarle nunca una doctrina anti-imputados como la que estableció Fabra. Porque, además, Camps sí confiaba plenamente en Blasco.

El Consigliere electoral de Zaplana y Camps

La sinuosa trayectoria política de Blasco es conocida; su personalidad, también sinuosa, ha sido objeto de perfiles tan antológicos como este de Francesc Arabí. La suma de ambos perfiles, el político y el personal, a menudo indistinguibles, han forjado en el imaginario colectivo una suerte de "mito de Blasco": Rafael Blasco, que obtuvo la confianza de tres presidentes (cuatro, si añadimos el fugaz paso de Olivas por el Palau de la Generalitat); que se vengó del PSPV dándole a Zaplana el bálsamo de Fierabrás para hacerse con una hegemonía electoral perdurable en la Comunidad Valenciana (y que consistió, básicamente, en apropiarse del espacio del regionalismo blavero por la vía de fagocitar a la entonces pujante UV); que logró hacerse imprescindible para Zaplana y después, una vez Zaplana se marchó, también para su sucesor, Francesc Camps, incluso aunque éste y Zaplana fuesen archienemigos; Rafael Blasco, que iba ocupando consellerias con diversas atribuciones, pero siempre estaba allí, hablando por teléfono, conspirando, urdiendo quién sabe qué...

Su caída, sin duda, no está a la altura de su trayectoria, incluso aunque definamos su trayectoria con la carencia de escrúpulos que a menudo se asocia con los personajes maquiavélicos. Apropiarse de fondos de ayuda al desarrollo es, sin duda, particularmente malvado, pero no es una maldad "glamourosa", a la altura (supuesta) del personaje. En parte por ello, en parte porque el "mito" de Blasco sigue muy vigente, muchos piensan que su historia no ha terminado, y que aún le quedarán fuerzas para llevarse por delante a Alberto Fabra. Y, en esto, quizás no se equivoquen.

La "doctrina" Fabra: la hora de la verdad

Prácticamente al llegar, Alberto Fabra comenzó a pergeñar una doctrina extraordinariamente novedosa en el PP valenciano: una política de "tolerancia cero" para con los imputados en procesos judiciales, a quienes se apartaría de responsabilidades orgánicas o de Gobierno y, si fuera necesario, incluso de sus puestos parlamentarios.

Esta doctrina es, sin duda, meritoria, teniendo en cuenta la situación de muchos dirigentes del PP valenciano, actualmente imputados o en riesgo de imputación. Pero tiene el problema de que, hasta el momento, ha sido agitada a menudo por el propio Fabra y sus defensores como ejemplo de pulcritud e integridad... Pero no se ha aplicado. No, al menos, hasta sus últimas consecuencias: apartar, de verdad, a los imputados.

El problema es sencillo, y lo explicaba muy bien Ximo Aguar: el "viejo PP" está cada vez más incómodo con la falta de apoyo de Fabra hacia los imputados. Los imputados tienden a hacer piña ante el peligro común de quedar a la intemperie y se quejan, como mínimo, de falta de empatía de la actual dirección del PP regional por su situación. Y, aunque no se hayan rebelado abiertamente, su existencia dificulta enormemente las cosas a Fabra. Porque una hipotética firmeza con los imputados puede suponer, en el peor de los casos, que éstos mantengan sus escaños, pero no su fidelidad al PP, con lo que el Gobierno autonómico podría incluso quedar en minoría parlamentaria.

Pero una firmeza "de boquilla" con los imputados, que no esté respaldada por los hechos, es una muestra más de la situación de debilidad de Fabra, atacado por muchos frentes (económico, político, sondeoscópico, identitario,...) y sin asideros firmes en ninguno de ellos.

Y así volvemos a la figura de Blasco, y al sorprendente pulso que le ha echado a Alberto Fabra a lo largo de toda la semana, y que ha concluido con una nueva decepción, desde el punto de vista de la famosa "doctrina": por ahora, y a la espera de que se le abra juicio oral, Blasco continuará en su escaño. Cuando llegue el momento, es decir, el juicio oral (la "segunda condición" de Fabra), coincidente con los tiempos de la dimisión de Francesc Camps, Blasco ha venido a decir que "ya veremos". Lo que, a su vez, podría traducirse como "no me obligará a dimitir quien quiera, sino quien pueda". La cuestión es si Fabra puede.

 

#prayfor... Drama en "Juego de Tronos"

El domingo pasado se emitía en HBO el noveno episodio de la tercera temporada de "Juego de Tronos", la saga de espada y brujería en la que muere hasta el apuntador y que ha venido a suceder, en cuanto fenómeno de masas, a lo que significó la trilogía de El Señor de los Anillos hace una década.

El episodio había generado mucha expectación, y desde luego no decepcionó: dos años después del mítico noveno episodio de la primera temporada, en el que ocurría lo que se supone que nunca debería ocurrir en una serie de consumo masivo (que maten al protagonista en vez de salvarlo en el último minuto), y un año después del enorme noveno episodio de la segunda temporada, en el que se dilucidaba la gran batalla por controlar el trono, volvimos a tener un noveno episodio "mítico", que dejó traumatizados a los espectadores.

Un trauma masivo que se expresó, con vehemencia y a veces con tintes trágicos, en las redes sociales, y que también puede verse en diversos vídeos que rápidamente se colgaron en la red con las atribuladas reacciones de los fans, asombrados, indignados y... más enganchados que nunca a la serie. Es el drama del gran público: quiere lo mismo de siempre pero, al mismo tiempo, si se lo quitas y lo haces bien, entonces quiere (queremos) aún más.

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Guillermo López García es profesor titular

de Periodismo de la Universitat de València
@GuillermoLPD

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