vals para hormigas  / OPINIÓN

El cuento de Navidad de la pequeña Valeria 

25/12/2022 - 

Por fin había llegado el día con el que tanto había soñado la pequeña Valeria. Llevaba semanas preparándolo. En el colegio iban a elegir a los integrantes del coro que iba a cantar durante la Misa del Gallo, que iba a estar formado por chicos y chicas de su curso, segundo de Primaria, porque era muy importante y no podían participar los pequeños de primero, que no sabían hacer nada. Para el día de la selección, Valeria le había pedido a mamá que le cosiera unas alas de gasa blanca, con el borde amarillo. Le hacía mucha ilusión, decía la niña. Mamá se las apañó para fabricar dos pequeños armazones de alambre en los que bordó las alas. Para sujetarlas, les puso unas almohadillas de tela, con el fin de que no dañaran los hombros de Valeria. La niña preguntó si podía vestir también el tutú que le había regalado la abuela. Parecía tan emocionada con el coro, que era imposible negarle ningún capricho. Y así, con el cuaderno de las canciones que había estado ensayando en casa, sola, porque no quería que nadie la ayudara, se metió en el autobús, recorrió todo el camino hasta la escuela mirando por la ventana, concentrada, y al llegar, se dirigió al aula de música, donde la seño iba a elegir a los cantantes.

En el día que tanto había soñado Valeria, la profesora de música ordenó a los alumnos en tres filas, los medianos, detrás, subidos a una pequeña grada de madera. Después, los más altos, entre los que se encontraba Valeria, de pie. Y delante, los más bajitos. La seño les volvió a explicar lo que tenían que hacer. Les indicó con qué canción iban a empezar. Les pidió que no se pusieran nerviosos, que no era más que una prueba, aunque la tradición mandaba que casi todos los profesores se asomaran al aula, porque la formación del coro de Navidad era muy emocionante, según les habían dicho. La profesora pidió silencio. Contó uno, contó dos, contó tres y empezó a cantar bajito, para que todos pudieran pillar el tono. Valeria tardó un poco, inspiró y en el segundo compás se puso a cantar. Con todas su fuerzas, con todo el aire que le daban los pulmones. Segundos después, la cara de la seño se transformó. Arrugó el ceño. Algo no funcionaba bien. Buscó con el oído de dónde salía aquella voz tan desagradable y no tardó en encontrarla. Era Valeria. Sonaba con una mezcla de maullido de gato y del grito que suelen dar las mamás cuando llaman a sus hijos para que vayan a merendar. Enseguida, paró la prueba. Y, con mucho tacto, le pidió a Valeria que fuera a beber agua, que parecía que tenía la garganta seca. Cuando salió y vio las sonrisas blandas del resto de los profesores, Valeria ya sabía que no iba a formar parte del coro de la Misa del Gallo.

Salió al patio, con la boca muy apretada para que no se le notara ningún gesto. En vez de ir a los grifos de agua,  corrió hacia el patio de atrás, donde estaba la huerta y la arboleda del colegio. Y, por fin, sintió que había llegado su día soñado. Había oído cantar a sus compañeros y se había dado cuenta de que ella no lo hacía bien. Así que decidió exagerar su voz, cantar aún peor. Se había pasado semanas escuchando a mamá gritar por la ventana a la hora de la merienda y también imitando a su gata, preparando sus pulmones para gritar todo lo que fuera posible. Era la única manera de quedarse a solas con sus alas y su tutú. Una vez que comprobó que nadie le veía, porque estaban todos en clase o en el aula de música, dio un pequeño saltito. Luego otro, ya con los ojos cerrados y tras una pequeña carrerilla. Y con su imaginación, alcanzó el sueño que tanto deseaba. Volar sobre el patio del colegio. Sobre las acequias que atravesaban toda su ciudad. Sobre los edificios bajitos, como su casa, o sobre las montañas que recortaban el horizonte y se guardaban el sol en un bolsillo todas las noches. Apretó los ojos. Movió los hombros. Y voló, voló tan alto como había soñado, con sus alas blancas y amarillas, con el tutú de la abuela agitándose con el viento como las hojas de los álamos. Y así estuvo un buen rato, hasta que la profesora le gritó, como las mamás a la hora de la merienda, que dejara de saltar y volviera a clase, que la elección del coro ya había terminado. El sueño de Valeria se había cumplido.

Feliz Navidad.

@Faroimpostor