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como ayer / OPINIÓN

Cuando vino el árbol de Navidad 

17/12/2020 - 

MURCIA. Tal día como hoy, hace 50 años justos, y a una semana de la celebración de la Navidad, el recordado dibujante y humorista murciano Baldomero Ferrer ‘Baldo’ se lamentaba en las páginas de Línea de la importación de la costumbre de colocar en los hogares un árbol navideño, y no sólo por la hipotética sustitución del belén, que no necesariamente habría de producirse, sino por el daño que se infligía al patrimonio arbóreo regional.

Pero esto del árbol venía ya de muy atrás, aunque no se había generalizado aún en esta tierra hasta esos incipientes años 70. De hecho, fue muy popular en los últimos del siglo XIX el árbol benéfico que instalaba el Círculo Católico en su sede del la calle de San Nicolás, en el noble caserón que hoy ocupa la Residencia Universitaria de las religiosas de María Inmaculada.

"El árbol, por más que su fiesta echara raíces en Murcia durante 40 años, no lo hizo al punto de hacerse un sitio en los hogares, ni en los espacios públicos hasta tiempo después"

Escribía el periodista Luis Peñafiel en la víspera de la Nochebuena de 1896: "Quiera el cielo que todos los murcianos concurran al Árbol de Navidad; Árbol que, arraigando en todos los corazones, dará excelentes frutos de incalculables beneficios; que así como el eucaliptus purifica la atmósfera y ahuyenta el paludismo, el Árbol de Navidad funde en ardiente caridad a todas las clases sociales y permite que, con toda justicia, los niños pobres llamen hermanos a los niños ricos, y dichoso el pueblo donde la infancia fraterniza, cimentando amistades que, por su duración y mutua buena fe, convierten una ciudad en una gran familia, exenta de egoísmo, origen funesto de la mayor parte de las tristes realidades de la vida".

Fue ese el primer año en que tuvo lugar esta actividad, y perduró durante varios decenios, convirtiéndose en referente de la caridad de los benefactores de la institución y de los murcianos en general hacia los niños necesitados. Costumbre a la que dieron continuidad a lo largo de los años siguientes otras entidades, como los Exploradores y la Cruz Roja, procurando así la expansión de la generosa iniciativa y aumentando su alcance notablemente. Sólo la Guerra Civil interrumpió esta tradición, que ya no se celebraría al término del conflicto.

El árbol, por más que su fiesta echara raíces en Murcia durante 40 años, no lo hizo al punto de hacerse un sitio en los hogares, ni en los espacios y establecimientos públicos o comerciales hasta bastante tiempo después, por más que Jaime Campmany, en la Navidad de 1947, escribiera en La Hoja del Lunes: "He cazado al vuelo frases de una conversación entre varias muchachas, casi niñas aún, y benditamente lindas: «Me hace ilusión tener un árbol de Navidad. Los árboles de Navidad son más elegantes que los belenes ¿verdad?». He ido a casa y he rogado a Dios -palabra de honor- que nos libre a Murcia y a mí de las elegancias".

Pero tuvo que llegar la Navidad de 1959, para que el futuro cronista de la ciudad, Carlos Valcárcel, escribiera en su columna semanal de La Hoja del Lunes al describir la ambientación callejera que anunciaba la proximidad de la Navidad: "La grata sorpresa, en este sentido, la dieron el sábado último y ayer, domingo, dos importantísimos establecimientos de la ciudad; uno en Isidoro de la Cierva y otro en Trapería, que aparecieron bellamente adornados con los más significativos temas de Pascua. En uno de ellos luce un artístico nacimiento y un gigantesco árbol de Navidad". 

No quiso el redactor regalar publicidad a los establecimientos en cuestión, pero por la época y por la nombradía de los mismos, serían muy probablemente Galerías Preciados, que en su emplazamiento primero se instaló en Isidoro de la Cierva, con fachada también a la plaza de Cetina, y la Alegría de la Huerta, en las mismísimas Cuatro Esquinas de Trapería con Platería, que fueron los grandes almacenes murcianos por excelencia hasta la llegada de los grandes competidores nacionales.

Y el primero fue, precisamente, Galerías, que abrió sus puertas al público, en el corazón de Murcia, el 3 de octubre de ese mismo año. Y aparte de vender de todo, y de instalar en la ciudad el primer supermercado de su historia, aportando con ello el concepto de autoservicio, quiso desde el primer minuto llamar la atención de su hipotética clientela a base de llamativos ganchos. Y, claro, uno de los primeros debió ser aquel gran árbol que sorprendió a la población en la Navidad de 1959.

Que el árbol navideño se abría paso por aquellos años en nuestros paisajes urbanos lo ratifica el hecho de que en diciembre de 1963 la vecina Orihuela presumiera de adornar el más grande toda España, aprovechando la enormidad del plantado a la entrada de la Glorieta de Gabriel Miró.

El error fue, creo yo, plantear un antagonismo absurdo entre belén y árbol, como si fuera incompatibles, pero lo cierto es que el árbol no llegó para desplazar al nacimiento, salvo animadversión ideológica, sino que desde el primer momento compartieron espacio en el salón familiar, acogiendo, no pocas veces, la fronda navideña a las figuras del Misterio.

Es como lo de los Reyes y Papá Noel. El barbudo personaje vestido de rojo ha venido para quedarse, sobre todo porque justifica la entrega de regalos a los más pequeños, y a la familia en general, el día de Nochebuena o Navidad, con todas las vacaciones por delante. Pero la noche de Reyes no pierde su magia, ni sus presentes, con lo cual, a fin de cuentas, quien sale ganando es la grey infantil, que es regalada por partida doble o, como poco, recibe sus obsequios repartidos en dos fechas, al principio y al final de la larga quincena festiva. Yo sigo siendo de los Reyes Magos, pero no por ello entiendo y asumo la compatibilidad. Todo sea por los infantes.

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