MURCIA. Una veintena de grades empresas tecnológicas renunciaron a participar en el Mobile World Congress. A ellas se sumaron otras más pequeñas y el goteo era constante. “En esta decisión hay dos grandes variables: en primer término y con mayor peso, la imagen pública corporativa, y en el segundo, la del riesgo sanitario”, afirma Ferran Lalueza, profesor de los Estudios de Ciencias de la Información y de la Comunicación de la Universitat Oberta de Catalunya. De hecho, entre las empresas que primero se echaron atrás solo había una china y la realidad es que las cifras de infectados más allá del territorio chino representan entre el 1% y el 2% sobre el total. “El hecho de posicionarse como empresas que se preocupan por sus trabajadores, que no quieren que estos asuman ningún riesgo, las situaban como compañías que anteponen el bienestar y la seguridad de sus empleados por encima de cualquier otra consideración, lo cual compensa el impacto negativo que les suponía su ausencia en un evento como el MWC”, explica el experto. Hasta que finalmente el Congreso se anuló.
“La sensación de temor es una de las emociones que nos lleva a tomar más decisiones, como reacción casi por necesidad antropológica. Ante una noticia que nos genera miedo, es más fácil que se tome la decisión de compartir; a menudo, por buena intención nos convertimos en difusores de desinformación”, afirma Alexandre López-Borrull, profesor de los Estudios de Ciencias de la Información y de la Comunicación de la UOC.
Un reciente estudio publicado en la revista Science demostraba que las noticias falsas o fake news se propagan más rápido, de forma más profunda y más ampliamente que la verdad en todas las categorías de información. “El miedo constituye un caldo de cultivo inmejorable a la hora de captar nuestra atención, incluso en contextos de saturación informativa”, afirma Lalueza, que añade que “no solo atendemos prioritariamente a aquellos contenidos que conectan con nuestros miedos, sino que también tendemos a divulgarlos con mayor intensidad y celeridad”. En esta línea, el estudio de Science afirma que, si las noticias falsas se aprovechan de emociones como el miedo, el asco o la sorpresa, tienen más probabilidades de ser compartidas.
“La desinformación en el ámbito sanitario resulta muy peligrosa porque impacta de forma muy directa en la salud, la seguridad y el bienestar de las personas”, advierte Lalueza. Y es que la difusión de noticias falsas médicas en las redes sociales tiene un alto nivel de propagación. Según un estudio publicado en Elsevier en 2018, que analizaba distintas noticias sanitarias escritas en múltiples redes sociales, el 40% de estas informaciones contenían errores o eran directamente falsas y se compartieron 451.272 veces durante cinco años (de 2012 a 2017). “El gran problema que suponen las fake news sanitarias es que se corre el peligro de que se agrave una enfermedad o que se provoque la muerte de una persona”, afirma Carles Pont, autor del libro Comunicar las emergencias. Actores, protocolos y nuevas tecnologías, de Editorial UOC. Hoy la crisis se llama coronavirus, pero ya lo vimos en los primeros años del sida, con la gripe aviar en 2009, el virus del Ébola en 2014 o con el del Zika en 2015. “El hecho de que la salud afecte a todos los colectivos e individuos genera que la sensación de miedo e inseguridad se expanda de forma más rápida”, añade López-Borrull.
La cifra de muertos en China era, el miércoles por la mañana, de 1.115 fallecidos de 44.653 infectados y dos casos de contagio en España. En España, se han desmentido más de 25 bulos sobre casos, medicamentos e historias relacionadas con el coronavirus. ¿Cómo es de peligrosa la difusión de mentiras en una situación como la actual? “Nos encontramos ante una crisis mundial sobre un tema complejo en el que la mayor parte de la población no es experta, en un tema que afecta a la salud y al que se le suma la distancia geográfica (los comienzos han sido en la otra parte del mundo); todo esto conduce al miedo y la desconfianza ante la información oficial”, explica López-Borrull. En esta línea, Pont afirma que “la sensación de miedo también está influenciada por las percepciones que pueden tenerse con el país foco, la distancia con este, lo que aumenta la percepción de fiabilidad o poca fiabilidad de la comunicación”.
“La comunicación de crisis salva vidas, pero el problema es que con el coronavirus no se ha hecho bien”, afirma Pont. “Se ha comunicado mal por dos motivos; se ha hecho tarde y de forma errática, se ha dado información contradictoria en varios momentos y no se ha evidenciado cuáles son los mecanismos de prevención de la enfermedad”, detalla Pont, que añade que “si hoy tenemos un alcance real es gracias a la entrada de la Organización Mundial de la Salud (OMS) en el caso”.
Para el experto en comunicación de crisis, el tiempo no juega a favor para la ciencia pero sí para el alarmismo colectivo: a medida que pasan los días, los ciudadanos son más conscientes del riesgo que supone una situación de este tipo, pero ello no afecta directamente al conocimiento que las autoridades o los científicos puedan tener del riesgo real. “Aumenta el conocimiento de los ciudadanos del riesgo percibido, a la vez que incrementa el desconocimiento científico del riesgo real”, afirma. Este hecho explica en parte por qué en el inicio se afirmó que los primeros síntomas se daban a los 14 días y hoy se considera que son necesarios 24 días de incubación.
Gran parte de las mentiras se mueven por redes sociales; los algoritmos y su sed de engagement, la guerra del clickbait y la capacidad innata de noticias falsas para expandirse suponen un reto ético para estas plataformas. Según Axios, del 24 al 27 de enero se dieron más de 13.000 entradas en redes como Twitter, Facebook y Reddit con desinformaciones sobre el coronavirus. ¿Están las redes sociales a la altura de la situación?
“Las estrategias que emplean las plataformas para combatir este fenómeno indeseable distan mucho de ser efectivas”, afirma Lalueza. Facebook trabaja con siete organizaciones para controlar y chequear la credibilidad de noticias vinculadas al coronavirus, pero parece no ser suficiente. “La verificación es un paso necesario, pero el impacto se focaliza sobre todo en los usuarios más resabiados, mientras que es mucho menor en los usuarios más crédulos y, por tanto, más vulnerables”, detalla Lalueza. Muchos de los contenidos falsos se mueven en grupos privados, donde “la opacidad de contenidos no facilita la labor de rastreo o eliminación de bulos, pero igualmente llegan a gran número de personas y por tanto tienen un alto impacto social”, advierte Lalueza.
“Es importante que los científicos y los expertos den un paso adelante y tengan presencia en las redes, creando hilos de contexto, dando su opinión y ayudando a desmentir bulos”, considera López-Borrull. La ciencia, la investigación y los resultados científicos tienen un deber social. “Las revistas y las editoriales científicas deberían tener políticas más abiertas, para que el conocimiento certero sea difundido de manera gratuita; la ciencia abierta debería ayudar a combatir la desinformación científica”, concluye el experto.