El 17 de diciembre es el Día Internacional por el Fin de la Violencia contra las Trabajadoras Sexuales (o TS, por sus siglas). Es un día en el que tanto las TS organizadas como las aliadas reivindicamos más acciones para acabar con las violencias a las que están expuestas.
Antes de continuar, quiero hablarle directamente a quien me esté leyendo:
Puede que el conjunto de palabras "trabajadora sexual" te haya hecho repensar si deseas continuar este artículo o, incluso, que te haya generado rechazo o rabia.
Te animo a que incluso con estas emociones incómodas, sigas leyendo. Quizás, al hacerlo, conozcas mejor una realidad, te cuestiones o te plantees un dilema sobre el tema.
Todo esto considero que es positivo.
Queda en tus manos.
Para hablar de estas violencias, antes necesitamos conocer sobre la realidad de las personas que ejercen la prostitución y poner sus voces sobre la mesa por varias cuestiones:
Considero que para posicionarte o tener una opinión al respecto, como mínimo es necesario, y básico, escucharlas a ellas, las trabajadoras sexuales: sus vivencias, sus preocupaciones y sus necesidades. Sin esto, sin tener a las TS en cuenta, cualquier debate o conversación respecto a la cuestión se convierte en un ejercicio intelectual separado de su realidad, y se corre el riesgo de fomentar el estigma, el rechazo y la invisibilización que ya experimentan.
Durante el texto, puesto que las personas que ejercen el trabajo sexual son mayoritariamente mujeres, utilizaré el femenino para hacer referencia a las mismas.
Antes de continuar con la lectura, te invito a que te detengas unos segundos y medites sobre cuál podría ser tu respuesta a la siguiente pregunta:
¿Cuál es la principal violencia que experimentan las trabajadoras del sexo?
Ahora leamos, según sus propias palabras, a Georgina Orellano, trabajadora sexual, activista y secretaria general de AMMAR (Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina):
«La principal violencia que atravesamos
las trabajadoras sexuales es la institucional»
Sí, querida lectora, querido lector, quizás pensaste en otras posibles respuestas, pero la realidad es que las personas que ejercen la prostitución son puestas en situación de vulnerabilidad principalmente desde lo institucional: desde el sinfín de obstáculos administrativos con los que las migrantes se encuentran, lo cual las fuerza a los márgenes del sistema y a verse desprotegidas, hasta los abusos policiales que les toca sufrir mientras viven la ya desoladora experiencia de encontrarse en esos márgenes de la sociedad.
Las trabajadoras sexuales organizadas son conscientes de que hace falta mucha pedagogía para que desde los partidos políticos y las administraciones legislen en base a su realidad y no desde la ignorancia. Para ello, sin embargo, necesitan que se les tienda la mano y que no les cierren las puertas de los ministerios y concejalías de igualdad (las de aquellos municipios lo suficientemente afortunados para contar todavía con alguna).
Soy consciente de lo visceral e incómodo que puede resultar el debate en el espacio feminista, pero…
¿Acaso no somos y defendemos un movimiento valiente, transformador y empoderador para todas las mujeres y, especialmente, para las más vulnerables y vulnerabilizadas?
¿Por qué no nos abrimos a atravesar lo incómodo, a escuchar lo que nos remueve, a debatir con actitud real de escucha y entendimiento y a buscar los mínimos consensos?
En el debate sobre qué hacer con la prostitución (prohibir, abolir, regular o despenalizar) creo que hay capacidad desde los distintos posicionamientos para, al menos, resolver lo inmediato.
Y acabar con la violencia institucional tendría que ser prioridad.
Como feministas que defendemos los derechos humanos este podría -y quizá debería-, ser un lugar de consenso.
Pues hay prisa, a algunas les va la vida en ello.
Helena Vidal Brazales
Exdiputada regional