Hace unos días, después de una jornada agobiante, de esas que parece que se te va la vida y al final tienes la sensación de que ha sido totalmente improductiva, y con ganas de ver otras caras y dejarme sorprender, y ya que el tiempo era agradable, decidí sentarme en una terraza y tomar algo.
Elegí un sitio que, sin estar apartado, me permitía tener una panorámica del lugar y pensar en mis musarañas o mirar y observar simplemente. No sabía qué tomar y me decidí por un aperol spritz, refrescante y cítrico.
A los pocos minutos me llamó la atención una pareja joven. No hablaban entre ellos, ni se miraban ni parecía que compartieran nada en ese momento. Unos extraños. Cada uno está con su teléfono móvil, gesticulando, riendo, mostrando gestos de enfado, sorpresa y admiración
Cada uno tiene su propio mundo.
En una mesa cercana, un grupo de amigos ríe a carcajadas. Se quitan la palabra unos a otros con muchas ganas de participar, compartir y disfrutar de sus historietas. Se les ve contentos y felices de estar juntos.
Unas mesas más allá, hay una pareja mayor. Están conversando, sus gestos son suaves y amables, intercambian palabras como si fuera un apreciado tesoro y se cogen las manos disfrutando de la cercanía de esos momentos.
La pareja del móvil continúa en sus mundos, distantes y diferentes dejando a la interpretación si acaso existe complicidad y emoción.
La desconexión es absoluta. Ya ni siquiera parece importarles nada del otro yo; si uno de los dos decidiera levantarse y marcharse, quizás el otro ni lo notaría.
Esta tarde, en la mesa, sólo hay ruido digital, que curiosamente los ha dejado más solos que nunca.
Es muy posible que en las conversaciones que cada uno tiene en privado estén descubriendo que necesitan comunicarse, que se sienten solos, que van a enfermar de dar vueltas a "sus problemas", que no tienen ganas de vivir, que este mundo no los entiende y que esta vida es un asco.
Con estas tendencias y contrastes, estaría bien analizar cómo equilibrar el uso de las tecnologías —todas— con la interacción humana directa. Cada vez más personas y organizaciones están siendo conscientes del uso abusivo, y se promueven iniciativas como el Detox Digital para crear el uso consciente de la tecnología y casi con la obligación de compaginar la bondad de todas las tendencias en su punto óptimo de manejo.
Tomé mi último sorbo del cocktail y pensé que si bien internet es presente y futuro, es crucial redescubrir el valor de la comunicación cara a cara y reconocer que aunque estemos siempre "conectados", eso no necesariamente implica que estemos verdaderamente comunicados.
Soledad Díaz García
Hotelera y miembro de la Mesa de Turismo España
Cátedra Mujer Empresaria y Directiva