Con sus chanclas y su toga, arreglao pero informal, como cantaba Martirio, un abogado el otro día se fue para los juzgados de Alicante a defender a un acusado con lo que, según parece por la foto, debían de ser unas bermudas -no quiero pensar que tuviera las narices de acudir en short a este menester-, que dejaban al aire las piernas con su correspondiente pelambrera por debajo de la toga. En los pies llevaba unas chanclas de a euro cincuenta el par, como las de los chinos. Ojo, que hay quien distingue entre chanclas, a secas, y chanclas de vestir, lo que es un oxímoron: si son chanclas, no pueden ser consideradas calzado de vestir. Dicen las malas lenguas que el juicio se celebró en el Juzgado de lo Penal nº2. La ridícula y bochornosa estampa ha corrido por las redes sociales como reguero de pólvora y hasta un magistrado jubilado me la mandó ayer, con el ruego de que hablara de ello en alguna de mis columnas. Dicho y hecho, aquí me tienen.
Me pregunto si el susodicho abogado pudo o no entrar a juicio, o bien si el juez lo paró en seco antes de entrar a la sala de vistas. Me habría encantado que así fuera, la verdad, y que lo mandara a vestirse como la ocasión lo requería. Es cuestión de dignidad profesional, una obligación de respeto hacia el propio cliente, el tribunal y uno mismo, como profesional de la Abogacía. Que ya bastante nos pasan por encima muchas personas, como para que los propios abogados no sepamos estar en nuestro sitio, yendo al juzgado con facha playera. El hecho de portar toga es un signo de respeto que se ha impuesto como una obligación para los letrados que van a celebrar un juicio. La llevan los jueces, los fiscales y los letrados de la Administración de Justicia en las vistas también. De hecho, el Estatuto de la Abogacía hasta habla de cómo se ha de ir vestido en los juicios, y obviamente ir de esa guisa no está permitido.
Creo que el Colegio de Abogados correspondiente debería darle un apercibimiento serio al abogado en cuestión, para que no se relajen las buenas costumbres y mantengamos la prestancia y el estilo que se espera de nosotros, como letrados profesionales.
Cierto que hace un calor espantoso, que hasta los pájaros caen fulminados de sus ramas, lo cual no quiere decir que esté justificado que vayamos en gayumbos por la calle y mucho menos al Juzgado.
Mis detractores se me van a echar otra vez al cuello y me dirán que estoy mayor, que si esta pequeña anécdota no me hace gracia es porque ya voy para el grupo de los seniors de mi profesión. Es cierto en parte y no me escondo, puesto que el año pasado me dieron el diploma por los veinticinco años de ejercicio profesional en el Colegio de la Abogacía de Alicante. Casi nada. Hace unos días celebramos el de mi amiga Laura Segovia, polifacética abogada con otras vocaciones, a la que acompañamos muchos amigos a la cena. Nos pusieron en nuestra mesa "reservada" otra vez, la última, que alguien nos asigna sistemáticamente cuando acudimos a estos eventos, y que en realidad fue la mejor en esa noche tórrida, en que pasamos un calor espantoso. Al final de la noche cerramos el local bailando, como hacía tiempo que no recordaba haber bailado, y tuvimos ocasión de saludar a otros compañeros, a los que es siempre agradable encontrarse. A otros no tanto, pero esto es real como la vida misma y somos simples colegas de la mayoría, que hasta algún fantasma del pasado arreglado con bótox se dejó caer por ahí. Es lo que tienen estas fiestas, al final lo pasas bomba entre unas cosas y otras. Pues ni ahí que era una cena informal iba un solo caballero en pantalones cortos, señor letrado. Un respeto.