Entrevista

Cine

Yuri Aguilar: “El cine genuino es el analógico”

Uno de los exhibidores de cine al aire libre con más experiencia en la Comunitat repasa su trayectoria en 'A la luz de la luna'

  • Yuri Aguilar -

VALÈNCIA. La familia Aguilar lleva 30 años llevando el cine a lugares donde no reina una pantalla grande, transformando la pared de un frontón o una plaza mayor en una sala de cine. Ahora, recoge esta trayectoria en A la luz de la luna, un libro que también funciona como alegato a favor del cine al aire libre y ambulante, un oficio que sigue muy vivo (de hecho, resucitó con la pandemia) y que aún tiene mucho que contar.

-Leyendo el libro, da la sensación de que el oficio del proyeccionista de cine de verano es un constante tira-y-afloja con concejales y alcaldes.

-Absolutamente. Hay una parte del trabajo que implica una negociación permanente con concejales, alcaldes, técnicos municipales o el responsable que toque: te piden películas que aún no se han estrenado, ubicar la pantalla en sitios imposibles… Llegas a una plaza y te dicen: “Quiero la pantalla ahí”, aunque sea en medio de una calle o en un túnel de viento… Tienes que convencerles de que la mejor opción no siempre es la que han imaginado. Normalmente, se dejan asesorar, pero a veces das con algún responsable municipal que se aferra a su idea.

- Una de las particularidades del cine al aire libre es que la programación debe adaptarse a todo el público, o a lo que le apetezca (otra vez) a la persona encargada del ayuntamiento.

-En el cine al aire libre hay que huir de los gustos personales. Me refiero al cine ambulante financiado por ayuntamientos, mancomunidades o corporaciones públicas. El objetivo es atraer a un público muy variado, especialmente familias. Vienen padres, madres, niños… No puedes proyectar el último slasher o películas como La sustancia, porque podrías traumatizar a los más pequeños y hacer que no vuelvan a pisar un cine nunca más.

Una de nuestras tareas principales en verano es convencer, sugerir, enamorar con la idea de que una programación familiar funciona mejor que una más adulta. A mí me encanta la ciencia ficción, pero no la considero adecuada para el cine al aire libre porque las películas requieren una atención constante y, en la calle, hay demasiadas distracciones —un perro que ladra, un vecino que se tropieza, luces que se encienden. Si pierdes un segundo de atención en una historia compleja, ya no entiendes nada.

-En los últimos años, las sagas, los spin-offs y los remakes han cambiado totalmente el cine comercial. ¿Cómo afecta esto a la programación de verano?

-Las sagas nos afectan mucho y para mal. Por ejemplo, el año pasado se estrenó Del Revés 2, y muchos municipios querían proyectar la primera parte. El problema es que Disney suele embargar la primera parte cuando estrena la segunda. Piensan que si alguien ve Del Revés en una plaza pública, ya no irá al cine a ver la secuela. Pero, en realidad, es al revés: la publicidad de la nueva película refuerza el interés por la anterior.

Muchos alcaldes y concejales no entienden qué significa un embargo. Algunos, cuando se lo explicas, lo aceptan, aunque no lo compartan. Pero otros simplemente quieren esa película y, si no se la das, no te contratan. En el peor de los casos, buscan una empresa pirata que proyecta sin pagar la licencia de exhibición.

  • Yuri Aguilar -

-¿Cuántas empresas piratas operan habitualmente?

-En la provincia de Valencia y Castellón hay un par de empresas muy conocidas por ofrecer cine en condiciones técnicas lamentables y, sobre todo, por no garantizar los derechos de exhibición de las distribuidoras. El problema es que, según la Ley del Cine, la administración que organiza una proyección sin asegurarse de que se satisfacen estos derechos también es responsable.

La gente huye de ellos después de contratarlos. Suelen ofrecer su servicios 200 euros más baratos, que es tentador para los pueblos pequeños, pero luego mandan a un técnico con un altavoz de feria, un proyector de powerpoints y una pantalla que no es más grande que un televisor.

- En el libro cuentas cómo la exhibición de cine, especialmente en sus inicios, podía ser algo improvisado: encuentras unas latas en un vertedero, consigues un aparato y ya puedes exhibir películas. Pero al mismo tiempo, requiere conocimientos técnicos, casi de ingeniería. ¿Este oficio es más improvisación o artesanía?

-Tiene ambas cosas. El cine ambulante tiene una larga tradición de creatividad y precariedad. En España, compañías húngaras se dedicaban a recoger material desechado, conseguían películas casi por casualidad y daban cine con tecnología obsoleta. Las proyecciones eran gratuitas y sacaban dinero haciendo una rifa en el descanso de la proyección. Hoy en día, hay licitaciones públicas, presupuestos aprobados y un nivel de profesionalidad mayor, pero la esencia sigue siendo artesanal.

De hecho, el oficio del proyeccionista siempre ha sido artesanal. En la época del cine fotoquímico, cuando las películas eran en 35mm o 70mm, el operador tenía que estar atento a todo: si la imagen se desenfocaba, tenía que corregirlo al instante; si la cinta estaba deteriorada, debía saber ajustarla para que la proyección fuera buena. Todos los que venimos de la proyección mal llamada analógica hemos desarrollado una sensibilidad que nos ayuda incluso en el ámbito digital.

-¿Por qué este oficio da pie a tantas anécdotas? En general, el cine tiene una cierta aura romántica, pero el cine al aire libre parece generar más historias, tal vez porque el contacto con el público es más directo.

-Sí, creo que, en la propia pregunta, ya está implícita la respuesta. Como hablamos con tanta gente, visitamos tantos pueblos y tratamos con tantos responsables municipales, siempre pasan cosas, como decía mi padre. Y hay que estar preparados para cualquier contingencia.

Afortunadamente, con el tiempo los imprevistos han disminuido. El libro recoge la trayectoria de casi 30 años de mi familia en este oficio. Cuando uno hace 150 proyecciones cada verano y trabaja sin descanso del 1 de julio al 31 de agosto, es casi imposible que no le pase algo.

- El oficio de proyeccionista es un conocimiento que se está transmitiendo, habitualmente, de puertas de la empresa familiar para adentro. ¿Crees que está en riesgo la continuidad del oficio?

-Yo creo que no. Siempre hay espacio para el cine al aire libre. El cine ha sido dado por muerto desde que nació. Los propios hermanos Lumière no confiaban en su invento; pensaban que era una atracción pasajera. Y sin embargo, ha revolucionado nuestra manera de percibir la realidad. De eso habla muy bien Áurea Ortiz en El arte de inventar la realidad. A lo largo de la historia, el cine ha sido declarado moribundo muchas veces: con la llegada del VHS, con la piratería, con Internet, con las plataformas de streaming… pero nunca ha desaparecido. Y hoy, hemos recuperado cifras de asistencia pre-pandemia.

Lo que sí cambió la pandemia fue la relación del público con las salas. Mucha gente no dejó de ir al cine por miedo, sino por comodidad. En casa no hay que arreglarse, la temperatura está a gusto de cada uno y la comida la tienes en la nevera… Pero la realidad es que el cine está muy vivo, aunque se reconfigure constantemente. Es como un cubo de Rubik: hoy puede haber una cartelera excelente, con películas como The Brutalist, Heretic o Conclave, y la semana siguiente no hay nada atractivo para cierto público. En cuanto a las empresas familiares, en nuestro caso, nos hemos encontrado con más trabajo ahora que hace cinco años. Paradójicamente, la pandemia disparó la demanda de cine ambulante.

- ¿Qué ha sucedido en esos pueblos que, tras la pandemia, han recuperado el cine? Hay personas mayores que quizá hacía años que no veían una película en pantalla grande.

-La pandemia nos relanzó porque fuimos una de las pocas actividades que podían realizarse con seguridad al aire libre. Volvimos a pueblos donde hacía dos o tres décadas que no se proyectaba una película. Tanto la administración como los vecinos se dieron cuenta de que es una actividad barata, cercana y accesible para todos los públicos.

Muchas veces, la programación depende del gusto personal del alcalde, del concejal o del técnico de cultura. Afortunadamente, en algunos municipios hay técnicos enamorados del cine que lo incluyen siempre en el calendario de verano. En otros, el cine es visto como algo secundario y no se le da importancia.

Lo cierto es que hay pueblos donde proyectamos cualquier película y viene medio pueblo. Por ejemplo, en Benaguasil, donde cada verano proyectamos en la Plaza de la Iglesia con una pantalla de 12 metros. El ayuntamiento coloca 400 sillas, pero no son suficientes, así que la gente trae las suyas de casa. Lo importante es generar una dinámica. Yo se lo digo a muchos concejales: Si la gente sabe que todos los viernes de julio y todos los sábados de agosto hay una película, se acostumbrarán a venir. Si se programa de manera esporádica, sin continuidad, la gente no lo percibe como un hábito.

  • Yuri Aguilar -

- En el libro, más allá de la reivindicación del cine al aire libre, también defiendes el cine analógico. Hoy en día, más allá de las filmotecas, que incluso tienen dificultades para encontrar copias en 35mm, la proyección en formato fotoquímico ha desaparecido del circuito comercial. Me interesa que no plantees esta problemática desde un punto de vista romántico, sino directamente técnica: la calidad de la película analógica es superior a la digital.

-No es un tema de nostalgia ni de ludismo. No es como destruir los telares porque quitan el trabajo a los artesanos. La cuestión es que, científicamente, la película de cine, el mal llamado celuloide, tiene ventajas técnicas que la proyección digital no ha conseguido igualar. Ojo, que el digital tiene muchas ventajas, pero con su implantación hemos dejado atrás cualidades únicas del analógico.

Siempre pongo un ejemplo: ¿pagarías la entrada del Louvre si sustituyeran todos los óleos por iPads gigantescos? Puedo convencerte de que se verían más luminosos, de que podrías hacer zoom y ver las grietas del cuadro… pero la experiencia original es insustituible. El cine en analógico es el cine genuino. El digital no deja de ser una réplica de lo que ha hecho el director. Con el paso a digital hemos perdido grano, profundidad y matices en el color. Nos venden que un proyector tiene 16 millones de colores, pero una película en fotoquímico tiene un billón. Nos dicen ahora proyectamos en 4K, pero un fotograma de 35mm tiene 6,1 o 6,3K, dependiendo de la emulsión. En realidad, hemos dado un paso atrás.

Es verdad que el digital supone un ahorro ecológico, porque ya no se usan químicos de revelado, pero ahora dependemos de discos duros con su propio impacto ambiental. Sin embargo, a nivel europeo, hay un resurgimiento del cine fotoquímico, igual que pasó con el vinilo. Un ejemplo claro: The Brutalist llegó a España con dos copias en 70mm. Los cines que apostaron por proyectarla en ese formato la estrenaron una semana antes como premio a su esfuerzo. En ciudades como Berlín, Roma, París, Dublín o Londres, los cines de renombre permiten elegir entre ver la película en digital o en el formato original en que fue rodada. Kodak, cada año en los Oscar, publica una lista de las películas nominadas que han sido rodadas en película fotoquímica, y siempre son más de la mitad. El cine fotoquímico lleva implícito un plus de calidad, de mimo y de respeto por el cine como arte.

Además, las máquinas de proyección en 35mm no están sujetas a la obsolescencia programada. Un proyector de cine podía durar décadas con un buen mantenimiento. Hay cines en Buenos Aires que usaron proyectores de los años 30 hasta 2015, cuando tuvieron que pasarse al digital. En cambio, un proyector digital se vuelve obsoleto en apenas 7 u 8 años.  Los proyectores digitales instalados en 2013, 2014 o 2015 ya son considerados de primera generación y están siendo retirados.

- Otra de las cosas que apuntas es que las distribuidoras ahora te conceden la licencia pero no la película, y te mandan a te busques la película en Blu-ray, como si fueras un particular.

-Totalmente. Y creo que así las distribuidoras están fomentando la piratería. El problema es que, mientras pasa eso, cada vez hay menos opciones de compra de formato físico. El Corte Inglés ha reducido muchísimo su sección de cine, MediaMarkt ya no vende Blu-rays ni DVDs, y Amazon no ofrece facturas desglosadas que pueda presentar a Hacienda.

Las distribuidoras, en lugar de facilitar el acceso a estas películas, te dicen que te busques la vida. Sí que es cierto que, en todo caso, nuestra proyección tiene poco que ver con la de casa: nosotros  usamos proyectores de gama alta, que exprimen la calidad de un Blu-ray.

- Haciendo el repaso histórico que haces en el libro, ¿crees que ha habido una "edad de oro" del cine al aire libre? Quizás esa idea nos hace pensar en el cine de verano como algo del pasado, cuando en realidad lo reivindicas como una práctica muy presente y con futuro…

-Yo creo que esto conecta con lo que he dicho antes. Para ponerlo en negativo y luego volver al positivo: llevamos matando el cine desde que existe. Se ha anunciado su muerte con cada nueva tecnología y aquí sigue. Probablemente, la "edad de oro" del cine al aire libre ocurrió en los años 80 y 90, cuando había muchas terrazas de verano. En la ciudad de València, por ejemplo, llegamos a tener 30 cines de verano privados. Hoy solo queda uno público, que es el de la Filmoteca.

Pero hay que entender que esa "edad de oro" fue posible porque había menos competencia cultural. Hoy la gente tiene más opciones de ocio: el fútbol, los videojuegos, los conciertos, los eventos locales… Y es bueno que sea así. Pero el cine al aire libre sigue teniendo su espacio. Los pueblos siguen programándolo y la gente sigue asistiendo.

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