Holobionte Ediciones es el hipercaladero transliterario al que arribar, un puerto que conecta tu mente con escritos tan inteligentes e improbables como los de este volumen
MURCIA. Nada parece tener sentido: todas las decisiones humanas parten de un juego trucado de antemano. No es determinismo, pero en cierto modo lo es: la tendencia a creer que esto solo puede tratarse de una simulación, que el vecino es un NPC y el cielo una proyección holográfica a la que a veces se le pueden ver las costuras es solo la reacción de un animal asustado que observa cómo su especie al completo se aboca al desastre, la especie es consciente de ello, y precisamente por eso actúa de tal manera que el camino al desastre se acorta cada vez más rápido. En realidad el ser humano vive en órbita a la catástrofe: la órbita es la justa medida por la que nos precipitamos hacia otro cuerpo que nos atrae —en este caso, la hecatombe— sin llegar a caer del todo en él. Al menos de momento. Pero todo puede suceder. De lo que no cabe duda es de que las cosas son muy extrañas, y se diría que menos humanas, más incomprensibles. La llegada a nuestras vidas de la inteligencia artificial es solo la etapa más reciente de este fenómeno. Antes lo intentó el metaverso, previamente lo lograron las redes sociales, y antes de ellas, internet. Desde la red —probablemente la mejor combinación de ideas de la humanidad tras el descubrimiento de los antisépticos— hasta hoy un elemento ajeno se ha infiltrado en la totalidad de lo que conocemos, no solo eso: su principal victoria y efecto es ser el filtro parásito que habita en el espacio molecular entre nosotros y lo demás. Qué es ese algo, esa velocidad inhumana, ese pálpito siniestro, es una cuestión que ha generado numerosas respuestas: identificar, interpretar y quizás enfrentar a ese gusano que parece estar devorando el suelo bajo nuestros pies desde una dimensión a la que no podemos acceder requiere de un pensamiento fuera de lo común. Un pensamiento como el programado por la Unidad de Investigación de Cultura Cibernética (CCRU).
Si cuando piensas en filósofos imaginas a gente excéntrica, es porque no has conocido a quienes integraban este equipo demasiado punk, anfetamínico y tecnomístico para un despacho de universidad. Sus metodologías y objetos de estudio hicieron de ellos una peligrosa electrohidra a la que más que matar hubo que desterrar, y desde allí, desde las periferias de lo académico, el CCRU produjo su obra multicéfala, a veces anónima, a veces con nombre y apellido, pero siempre más allá de la humanidad. Gracias a Holobionte Ediciones disponemos de un nuevo volumen, Cultura cibernética y otros escritos del CCRU (1995-2019)— que antologa parte de esta obra, seleccionada —y prologada— en esta ocasión por Federico Fernández Giordano (con traducciones y notas suyas y de Agustín Conde de Boeck y Ramiro Sanchiz). En ese derrumbe de la realidad y la ficción del que el grupo obtenía la materia prima para trabajar nacen gritos de profeta alucinado como Capitalismo negro de Stephen Metcalf, prodigiosas piezas de teoría-ficción, inquietantes relatos filosófico-lovecraftianos como la hiperstición cibergótica de la ficticia Iris Carver. La existencia es demasiado compleja como para ser abordada con los mismos recursos de siempre: el xenoanálisis del CCRU propone modelos radicales de aproximación no dependientes del yo, ni siquiera de la categoría Homo sapiens. Con lo de siempre no es posible entender los movimientos instatectónicos que provocan las derivas a las que asistimos en las redes sociales. Lo maquínico es solo una parte, como lo humano. En la ecuación cabe mucho más. En palabras de Fernández Giordano:
“La máquina del tiempo trascendental de Anna Greenspan; la ontología sónica de Steve Goodman; la negritud alien de Kodwo Eshun; el geotrauma del profesor Barker; la tejeduría entre mujeres y máquinas de Sadie Plant; el feminismo anfibio de Suzanne Livingston, Luciana Parisi y Anna Greenspan; la epopeya maquínica de lain Hamilton Grant; el jungle de Robin Mackay; los Grandes Antiguos de Land y Lovecraft... todas estas podrían ser poderosas «hiperficciones» que transmutan cualquier código convencional de «teoría» o que, como mínimo, constituyen un lenguaje propio que se separa de los circuitos cerrados y putrefactos del humanismo antropocéntrico. Los aceleracionistas reavivaron el afuera (el afuera de la filosofía y la academia, pero también el afuera de lo consensualmente «humano») no para volver a mitificarlo, sino para des-correlacionarlo de una vez de los grilletes de la episteme, la memoria, el lenguaje crítico y la filosofía —all the way down hasta el punto culminante de la filosofía cibernética del CCRU el circuito correlacional del pensamiento, el input y el output”. Esa reacción en cadena que enlaza inflación, retroceso en derechos, auge de ideologías fascistas y totalitarias, colapso climático, escasez de agua, migraciones masivas, guerra, ultrapolarización, inteligencias no humanas, tecnologías sofisticadas para la vigilancia y el control y amenaza de una guerra mundial final es un horizonte actual sobre el que el CCRU ya trabajó desde sus nodos humánicos, profetizando en ocasiones en mitad del desierto, un desierto bajo el que —como en todo el planeta, también bajo los océanos que ahora se calientan y elevan— descansan antiquísimos depósitos oleosos producto de la muerte. Hay que dar al CCRU el mérito que le corresponde, extender su palabra, leer sus escritos, participar de sus puntos de vista que nos liberan al mostrarnos que hay otros territorios desde los que comprender. Cultura cibernética es una forma extraordinaria de adentrarse en el enjambre deslocalizado que aguijonea desde algún plano diferente al tiempo, o al menos al tiempo tal y como lo entendemos.
De nuevo Fernández Giordano: “Cronos da un paso atrás y se enchufan a la red los ciclos eónicos de la oscuridad. K-OS profiere un bostezo catasónico de frecuencias ultragraves en el origen de los tiempos, y las partículas de su aliento salen en las noticias de la mañana. La señal alien llega con algunas interferencias, pero ya está lista para hackear tu cuenta bancaria e infectar tu mitocondria, donde permanecerá camuflada como código-pez. Llámala
Takka, Tasala, Baphomet, Oddubb, Kali o Lilith. No puedes verla pero está ahí, enroscada dentro de tu cráneo, a resguardo de la luz y de las fantasías de pureza antropoide. El pasado y el futuro se tocan, y siempre hemos sido posthumanos.
La historia no ha hecho más que comenzar”. Sigue al conejo blanco.