CARTAGENA. Es inevitable que alguna de las próximas entregas de esta columna tengan pinceladas de la Semana Santa cartagenera. Al opinar y escribir con libertad, elijo sobre qué hacerlo. Es una elección racional y emocional, y también recurrente; se repite cada año desde los muy previos a la Semana Santa y durante la misma.
El pasado domingo tuvo lugar el homenaje a Martín Álvarez Galán bajo el monumento a los Héroes de Cavite, por parte de la Agrupación de Granaderos Marrajos. Siendo una veterana de la Semana Santa de mi ciudad, este año el legado cartagenero, procesionista y marrajo azota a mi descendencia igual que a mí, para mi regocijo. El uniforme de Infantería de Marina del siglo XVIII descansa en mi casa, dos, para ser más exacta, y aún queda vestuario.
"el Tercio de Granaderos Marrajos hizo el caracol con profesionalidad y nos transportó en la historia a otros tiempos con el Mare Nostrum de fondo en un puerto incomparable"
La jornada luminosa y casi veraniega comenzó con el pasacalles y la revista del Tercio de Granaderos Marrajos en el corazón de la ciudad de miradores modernistas. De allí se encaminaron hacia la Calle Mayor y entraron en la Iglesia Castrense de Santo Domingo para la eucaristía. El Jesús Nazareno presidía el altar tras el Miserere del viernes anterior. El bonito coro de la cofradía acompañó el acto. La iglesia estaba a rebosar a pesar de la hora temprana en un festivo, y los granaderos ocupaban los espacios libres perfectamente formados. La mirada desde las puertas abiertas hacia el interior es hermosa, pero cuando un ojo avizor como el mío mira hacia fuera, la tristeza y la rabia pasan fugazmente al contemplar desde dentro esos andamios, lonas, redes o como quieran llamarse, que recubren la Casa Llagostera y nos traen recuerdos del Gran Bar.
Tras salir de la iglesia y desfilar a pasacalles y a marcha lenta por la Calle Mayor, los granaderos se dirigen a un desayuno en la sede de la Cofradía Marraja en la Calle Jara, tan sinuosa y neurálgica para nosotros. Instantes después avanzaban con paso firme hacia el Ayuntamiento, dejando imágenes de gran belleza enmarcadas por los edificios históricos. La explanada del puerto y Héroes de Cavite, aún con las obras y una exposición de Bomberos coincidente, son una maravilla en primera fila del Mediterráneo. En el homenaje al bravo granadero, la entrega de distinciones y la ofrenda a los caídos participaron, además del Hermano Mayor de la Cofradía Marraja y el presidente de la Agrupación de Granaderos Marrajos, con sus madrinas y el Morrión de Oro, el coronel de Infantería de Marina al mando del Tercio de Levante y contó con la representación del Ayuntamiento en la que delegó su alcaldesa.
"Resultó extraordinario verlos cruzar el Paseo Alfonso XIII entre el tráfico, inmunes al desorden"
Tras estos emotivos actos, las personas asistentes, sin necesidad de agentes del orden, y con ese toque castrense que envuelve a Cartagena y su Semana Santa al toque del tambor, presenciamos cómo el Tercio de Granaderos Marrajos hizo el caracol con una profesionalidad fruto del trabajo previo, para transportarnos en la historia a otros tiempos con el Mare Nostrum de fondo en un puerto incomparable. La luz era un Sorolla en estado puro, y los reflejos de sus rayos parecían convertirse en estrellas fugaces al tocar la superficie del suelo. Las marchas sonaban inconfundibles mientras el público cambiaba ordenadamente de ubicación cada vez que el caracol se estrechaba o se ensanchaba hasta volver a componer mágicamente a los gastadores, músicos, oficiales y fusileros camino de la ciudad. A alegrar las calles y asombrar a los visitantes.
Enfilando el mediodía se dirigieron al Arsenal Militar, dejando imágenes intemporales al verlos venir desde la Plaza del Rey. Una vez pasó revista el almirante, hicieron una exhibición en ese entorno militar y marinero, enmarcados en un fondo de palmeras agitadas por la brisa y la salida al mar. En el Arsenal comieron y confraternizaron al son de la música hasta volver a formar para ir hacia la última parada: el Cuartel de la Guardia Civil, donde los recibieron con un bonito acto y un refrigerio amenizado, de nuevo, por esa incombustible banda de música.
Resultó extraordinario verlos cruzar el Paseo Alfonso XIII entre el tráfico inmunes al desorden. Y cómo los vehículos colaboran, excepto algún escapado toca claxon, que desistió al comprobar que cruzarían a su ritmo en un pispás. También se asomaban al balcón vecinos sorprendidos por tener en su calle un desfile que se limita al casco histórico. La mezcla de fragilidad humana frente a las máquinas me vino a la cabeza observando las situaciones junto al tesón de creer en uno y en una causa, como la base de una resistencia ante aquello que nos deshumaniza. La filosofía está en todas partes y el pensamiento es un motor de energía inagotable.
De regreso al Callejón Bretau se repiten las escenas con luz intimista. Por el itinerario de la Serreta hacia la Plaza San Francisco, en la entrada de la calle Honda, donde proliferan bares y personas, formaron fila de uno para volver a recomponer su formación de tres y abordar el final de una jornada de 12 horas que formará parte de las vivencias que serán recordadas. Bretau es un callejón que, para los marrajos, es la Castellana de Madrid, dada su afluencia. Los granaderos entraron en él sin perder su paso ni su son, y allí terminan con "honor y sacrificio".
Es este un texto muy cartagenero, y muy marrajo, porque lo soy. Sin embargo, es algo que puede vivirse desde fuera y generar emociones, porque tiene un abanico de posibilidades más allá de la religión, la afinidad política, las etiquetas. Al final nos queda lo que nos ilusiona, ya sea la belleza de los lugares históricos, de los rituales religiosos, de la música, los desfiles o los valores de compañerismo y compromiso.