MURCIA. Establecer buenos hábitos alimentarios desde la infancia no solo ayuda a prevenir la obesidad infantil, sino que también promueve un estilo de vida más saludable y reduce el riesgo de desarrollar enfermedades crónicas en la edad adulta.
Tal como explica la doctora Paloma Núñez, pediatra del Hospital Vithas Valencia 9 de Octubre, “existe una clara relación entre la salud de los adultos y la dieta de la primera infancia, e incluso la dieta de la gestante puede influir en el bebé” y subraya que “es determinante una dieta equilibrada para un correcto funcionamiento del organismo, un buen crecimiento, una óptima capacidad de aprendizaje, un correcto desarrollo psicomotor y en definitiva, para la prevención de factores de riesgo que influyen en la aparición de algunas enfermedades”.
La Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN) destaca que en uno de cada tres menores de entre 2 y 17 años en España tiene exceso de peso. Por esta razón, la doctora Núñez hace hincapié en la importancia de “evitar el consumo de productos procesados como alimentos con altas concentraciones de sodio y azúcar ya que la exposición a diferentes alimentos durante la infancia puede influir en las preferencias y conductas alimentarias de los adultos y, por lo tanto, en los niveles de sobrepeso y obesidad”.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda la lactancia materna los seis primeros meses de vida. Es a partir de los seis meses cuando la adecuada introducción de la alimentación complementaria es un factor clave para el mantenimiento del estado nutricional y de salud del niño. “Asegurar una adecuada lactancia materna y alimentación complementaria, ayuda a prevenir tanto la desnutrición, las carencias de vitaminas y minerales, como la obesidad en las primeras etapas de la vida”, afirma la especialista.
Para la profesional, “se recomienda iniciar la alimentación complementaria cuando el bebé tiene seis meses y cumple una serie de requisitos como son la sedestación estable con apoyo, el interés por la comida, la coordinación ojo-mano boca (especialmente para el baby lead weaning) y la desaparición del reflejo de extrusión, por el cual el bebé expulsará los alimentos con la lengua”, y destaca que “antes de los cuatro meses existe mayor riesgo de atragantamiento y, además, estaríamos aportando una ingesta inadecuada de energía, una sobrecarga renal y produciendo mayor riesgo de obesidad”.
La doctora Núñez afirma que “después de los siete meses puede conllevar déficits nutricionales, mayor riesgo de alergias, así como una peor aceptación de los alimentos y alteración de sus habilidades, afectando a su crecimiento y neurodesarrollo”.
En relación con el orden concreto de la introducción de alimentos “no está demostrado que un orden concreto de introducción de los alimentos aporte mayor beneficio. Se puede comenzar con aquellos alimentos con los que la familia se sienta más cómoda, priorizando los alimentos ricos en hierro”, comenta la especialista.
Las cantidades para ingerir por parte del niño es una de las cuestiones que más preocupan a los padres. “Es importante recalcar, -afirma la doctora Núñez-, que los niños sanos se autorregulan según sus necesidades calóricas. Empezaríamos ofreciendo pequeñas cantidades de alimento que aumentaríamos progresivamente a demanda del niño, igual que el número de comidas diarias. Es importante tener en cuenta que, hasta el año de vida, su alimento básico sigue siendo la leche, ya sea materna o artificial y el alimento es complementario”.
Respecto a la elección de alimentos sólidos o triturados, para la profesional, “la alimentación mediante triturados o con sólidos (baby led weaning) es una elección de la familia y habría que individualizar. Nuestro papel como médicos especializados es ofrecer información actualizada al respecto y acompañar a la familia en ese proceso. Lo importante es que, aunque elijamos dar los alimentos triturados, a partir de los nueve/diez meses estimulemos la masticación haciendo la transición a sólidos”.