Si hay algo que he aprendido a lo largo de los años ha sido a fluir con lo que me ha tocado vivir en cada momento, sin otras consideraciones que vayan mucho más allá del devenir propio de los días. Se me ha pasado volando este 2023. Doy las gracias por los momentos felices vividos este año, por las buenas personas que me han mostrado su amistad de corazón y también por aquellas otras cosas duras que me han sucedido, respecto de las que solo queda aprender y aceptar. Son parte de mi crecimiento personal. Mi balance es sin duda muy positivo en afectos y amistad, así que me siento verdaderamente afortunada.
Parece mentira cómo pasa el tiempo. Estamos a punto de estrenar otro bisiesto, es decir, han pasado cuatro años desde que arrancó el año de la pandemia de covid-19, nada más y nada menos. Me pone los pelos de punta. Atrás hemos dejado tantas cosas -y, sobre todo, a tantas personas- que casi perdemos la cuenta, o preferimos no echarla para que no se nos amontonen las lágrimas, que son días también sensibles y al menor roce podemos desencadenar una tormenta. Echar de menos a los ausentes queridos hace que todavía vivan en nosotros, en nuestro recuerdo, y el hablar de ellos es ciertamente curativo. Los llevo en el corazón.
Justamente un día como el del domingo, hace cuatro años, me encontraba un poco quejicosa de mi mala suerte, pues iba a pasar la Nochevieja sola con mis padres. Planazo. Sin mis hijos ni su padre -por primera vez-, ni mis hermanos y demás familia. No había quedado tampoco con amigos. Parecía un plan triste, hasta que vino otro infinitamente peor y lo cambió todo: mi padre y yo vivimos el paso del año en un box de Urgencias del Hospital General, escuchando por la radio las doce campanadas, mientras a nuestro alrededor la gente estaba a lo que estaba, los sanitarios a salvar vidas y los pacientes luchando por mantenerse a flote. En ese momento me vino a la mente el poema de Calderón de la Barca de La vida es sueño, que me recitaba mi abuelo Paco de pequeña:
Cuentan de un sabio, que un día
tan pobre y mísero estaba,
que sólo se sustentaba
de unas yerbas que cogía.
«¿Habrá otro», entre sí decía,
«más pobre y triste que yo?»
Y cuando el rostro volvió,
halló la respuesta, viendo
que otro sabio iba cogiendo
las hojas que él arrojó.
No hay situación, por mala que nos parezca, que no pueda ser superada por otras infinitamente peores. Es cierto que no resulta consuelo, pero debería serlo. ¡La Nochevieja con mis padres, sí, era un planazo! Sobre todo, ahora que ya sería imposible hacer ese plan. En estas fiestas nos solemos quejar de las reuniones familiares, pues nos toca trabajar de lo lindo, estudiar y traducir al cristiano recetas imposibles, hacer hueco en casa y ponerla patas arriba para que entren todos, hacer compra como si no hubiera un mañana, atender las instrucciones -contradictorias, la mayoría de las veces- de unos y otros, plegarse a los designios del mando porque ya se sabe que donde hay patrón no manda marinero… y todo esto nos estresa tanto que soñamos con una Nochevieja metidos en la cama, escuchando algún programa de radio. Pero no, no podemos pensar así cuando después disfrutamos tanto estando todos juntos. Y puede que ésta sea la última oportunidad de compartir un 31 de diciembre con todos y cada uno de los asistentes. Tenemos el hoy, el mañana quién sabe lo que nos deparará, así que mejor enfoquémonos en vivir el presente, "como si fuera esta noche la última vez".
Por otra parte, y no es un dato menor, en España hay más de cinco millones de personas que viven solas, de las que el 40% son mayores de 65 años y el 70% son mujeres. Muchas de estas personas tendrán familia y amigos con los que reunirse en estas fechas, pero muchos otros -seguro que ahora que están leyendo esto les viene algún ejemplo a la cabeza- no tienen a nadie con quién compartir estas fiestas, ni las alegrías ni las penas tampoco. Así que, cuando estén a punto de prenderle fuego a la cocina accidentalmente durante la cena de Nochevieja, porque el cuñado patoso ha vuelto a decir una mamarrachada y les ha puesto los nervios de punta, acuérdense de estas personas y de lo dura que es la soledad. Me refiero a la soledad de verdad. Si tienen oportunidad, acérquense a ese vecino o amigo que está solo y acompáñenlo por unas horas. Y brinden por muchos más años en la compañía de sus seres queridos. Incluso de los boca-chanclas porque, a decir verdad, sin ellos estas fiestas serían como un jardín sin flores.
Que tengan un 2024 venturoso, próspero y lleno de amor y buenos momentos.