Lo bueno de llegar el primero es conseguir el taburete que no cojea. Que ya le vale a Manolo calzarlos para que los clientes no nos juguemos la vida.
Me hubiera gustado más una barra de madera, con sus surcos por el trasiego de vasos, sus quemaduras por cigarros mal apagados y las marcas de personas empeñadas en inmortalizar sus iniciales o en decir a quién desean. Y prefería que Manolo usara una camisa blanca con un chaleco elegante, tuviera un arreglado bigotillo, me tratara de Vd. e hiciera la cuenta con una tiza acoplada detrás de la oreja.
Pero una fría y funcional barra de acero inoxidable me separa de un individuo con una camiseta del Real Madrid con el número de Mbappé, con barba de no afeitarse, pirsin y tatuaje. E incapaz de hacer una cuenta sin teclear compulsivamente la pantalla de un ordenador que hace de todo.
—¡Manolo, ponme una caña! ¡Hoy hablaremos de catástrofes naturales! Y de tapa, unos chopitos plancha, por favor.
Mientras soy servido diligentemente, reflexiono sobre el enorme talento que tenemos en España, desgraciadamente desaprovechado. Más de 48 millones de personas capaces de ejercer como los mejores entrenadores de fútbol, como jefes de nuestro lugar de trabajo, como expertos en pandemias y vacunas, como eruditos vulcanólogos, como expertos en economía y gasto público, como diligentes coordinadores de catástrofes meteorológicas…
El resto de los expertos ya han llegado y ya podemos solucionar el asunto que nos ocupa.
—Ponme ahora un tinto de verano, pero con casera blanca. Y unas sardinitas a la plancha.
No hay palabras para describir la situación: miedo, incredulidad, impotencia, rabia, llanto, muerte, lucha, nada… Fango, barro y mierda.
Pedro enfatiza en el retraso del aviso de la alerta, Rafa en que el Gobierno no mandó al ejército, Paco repite una y otra vez que el pueblo salva al pueblo, Luis actualiza eficazmente los datos de muertes y consulta en Google Maps donde se encuentra Paiporta, vehementemente sentencio la ruindad de los políticos y Carlos, el más callado, dibuja en una servilleta un señor con un palo agrediendo a otro que me resulta familiar (que no sé a cuento de qué viene eso).
Elevamos el tono, mentamos madres ajenas, invocamos justicia y gritamos a Manolo para que nos ponga otra ronda y nos liamos con las tapas de cada uno.
"No soy un especialista en catástrofes. Debo dejar a los técnicos trabajar. Ya vendrá el momento de rendir cuentas"
Damos por finalizado el gabinete de crisis. Cuando Carlos termine con el dibujo, redactará el acta de la reunión. Hemos vuelto a salvar el mundo. Y volvemos a nuestras casas con la satisfacción del deber cumplido.
Atrás hemos dejado un número delirantemente creciente de muertos, miles de personas sin nada, una alerta sanitaria en ciernes, la extenuación de días tratando de buscar víctimas y limpiar calles… pero cada uno se ido convencido de los culpables de la situación e inexplicablemente convencidos de lo que deberíamos haber hecho de otra forma.
Y en ese trayecto de vuelta a un hogar lleno de comodidades, se me ocurren nuevas reflexiones:
No. No soy un especialista en catástrofes naturales. Debo dejar a los técnicos trabajar. Ya vendrá el momento de rendir cuentas. Y a los políticos no les pido que gestionen catástrofes como inauguran rotondas. Su labor es dejar a las personas más cualificadas que lo hagan, facilitarle la coordinación que requieran (es decir, estar a su servicio) y ser capaces de trasmitir la moral necesaria, la unidad imprescindible y la verdad que nos rodea, todo ello muy importante.
Mando un enorme abrazo a todos los afectados. No hay palabras que puedan consolar, pero al menos que sientan que les deseamos lo mejor. O lo menos malo. O lo menos horrible.