MURCIA. La ficción nos inunda, nos explica, nos sacude, nos deslumbra. La ficción nos desafía, nos abriga, nos planta frente al abismo. Ejerce de abrazo o de interrogante; de hogar, punzada o bofetón. Precisamente de todas las vidas que ofrecen las historias que imaginamos habla Áurea Ortiz Villeta en El arte de inventar la realidad (Barlin Libros). A lo largo de este entretenidísimo ensayo, la historiadora del arte y crítica audiovisual aborda la fascinación por las imágenes en movimiento y explora los engranajes de la creación cinematográfica y televisiva.
Aprovechando que el volumen llega a las librerías el próximo 13 de marzo, hablamos con su autora sobre la potencia de las metáforas, sobre por qué cualquier ficción contiene ideología y sobre cómo ver una serie cuatro años después de su estreno puede ser una forma de rebelarse contra el turbocapitalismo que nos arrolla. Y todo ello con una consigna a modo de brújula: “la realidad nunca nos basta”.
-Defiendes que el cine nos ayuda a vivir experiencias que no hemos vivido, a asomarnos a lo desconocido. Sin embargo, se está extendiendo una corriente que pone en duda la importancia de las artes, la creación o las humanidades; que las considera una frivolidad por no ofrecer algo práctico, tangible e inmediato.
-Llevamos creando relatos y ficciones desde hace miles de años. Es absolutamente necesario. En el libro hablo de las primeras pinturas rupestres, quienes las crearon debían alimentarse, resguardarse del frío y, sin embargo, también creían importante contarse historias y crear ficciones. Las culturas siempre se sustentan sobre relatos fundacionales de cómo esa comunidad se creó, de sus mitos y valores. No podemos vivir sin relatos.
-Uno de los asuntos que atraviesan el libro es la idea de que la narración, la ficción y la imaginación son algo inherente al ser humano.
-Ese es uno de los grandes potenciales del ser humano: no solo no nos conformamos con lo que vemos y tocamos, sino que además tenemos que imaginar cosas. La ficción forma parte de nosotros, es una pulsión. Teniendo o sin tener cubiertas tus necesidades básicas, seguirás imaginando, creando cosas que solo existen en tu cabeza. Nos contamos relatos a nosotros mismos para intentar entender el mundo de manera simbólica y dominarlo de algún modo. Por ello, mostrarlo a otros, conectar con la colectividad, es fundamental. Necesitamos contar lo que nos ha pasado, lo que queremos…
-Un asunto que recalcas en tu libro es que la ficción siempre es política. ¿Qué opinas, entonces, de posicionamientos como el del conseller de Cultura, Vicente Barrera, quien defiende una “cultura blanca, que no esté politizada”?
-La cultura blanca entendida como apolítica, no solo no es posible es que es inexistente. Cualquier acto cultural surge de un individuo, un colectivo, unos valores… y, por tanto, nunca será blanca, pero eso no es malo. Todas las obras de arte han surgido de un punto de vista, de una manera de entender el mundo. Son una mezcla de las creencias personales de su autor y las creencias de su comunidad. Eso que llaman cultura ‘apolítica’ siempre se ha identificado con la cultura dominante. Parece que las películas de acción de Hollywood no tienen ideología. ¡Pues claro que la tienen, de forma aplastante, además! Todo acto cultural, como todo acto personal, en el fondo siempre es político.
-Entra aquí la idea de que los productos más ‘estándar’ son neutros y solo aquellos que muestran un compromiso explícito con ciertas causas sí están atravesados por lo ideológico o incluso son creaciones activistas.
-Parece que solo hay ideología o política si es una pieza que se pone de lado de los pobres, denuncia injusticias o procede de un lugar diferente del habitual. Cuando alguien dice ‘yo al cine solo voy a divertirme’... pues, te vas a divertir, pero esa obra tiene ideología. En una película de superhéroes estás viendo una manera de entender el mundo, una serie de valores…
-Para algunos sectores, la ‘inclusión forzada’ siempre son los otros. El punto de vista hegemónico es el único aceptable y todo lo demás es visto como un ataque a sus creencias o un capricho. Lo hemos visto hace poco con la última temporada de True Detective…
-Si piensas que las películas mainstream hechas para evadirte carecen de ideología, cada vez que aparece algo que no suele estar en ellas asumes que te están intentando colar determinadas ideas. De ahí todo el ataque a lo considerado ‘ woke’. Cuando el protagonista es negro, cuando ves el punto de vista de una mujer o de una persona LGTBI a cierta gente le chirría. Se ha conseguido que haya una manera de contar en la que el hombre blanco hetero-cis es la norma y, el resto, la otredad: mujeres, personas racializadas, comunidad LGTBI… Pero todas esas realidades existen. Hay quien cree que todo lo que procede de ese mundo tiene un sesgo, como si toda la cultura previa no tuviese un sesgo gigantesco. Pero era tan grande que lo ocupaba todo. Cuando empieza a haber resquicios por donde entran otras cosas, se considera inclusión forzada.
-Cuando nos encontramos con ciertas películas de hace algunas décadas cuyos valores difieren de la sensibilidad actual es común escuchar ese ‘Esto ahora no se podía estrenar’...
-Y es gracioso, porque se siguen estrenando cosas horrorosas. En cualquier caso, una obra está en su contexto. A mí me encanta el western, pero la representación de la mujer se ha resumido tradicionalmente en la cuidadora que se queda en casa esperando al héroe o la chica del salón. Agradezco que eso vaya mitigándose y aparezcan otros personajes femeninos ahí, porque había una carencia.
Ahora trascienden opiniones de gente que antes no tenía una tribuna pública en la que expresarse. Está molestando muchísimo que esa gente pueda decir públicamente que tu película no le gusta o que no se sienten representados. Que alguien ante una pieza diga: no me gusta este punto de vista sobre la población negra o las personas gordas. Eso sí, la respuesta ante obras cuyos valores no nos gustan no puede ser prohibirlas ni alterarlas. No lo hacemos con el arte medieval ni con la literatura del siglo XVIII. Como el cine está más próximo a nosotros en el tiempo, nos resulta más directo y la imagen nos toca de una forma distinta, pero esas obras existen, son parte de nuestra cultura y nuestro mundo.
-Resulta muy curioso el vínculo que estableces entre las escenas cotidianas filmadas por los Lumière y el registro audiovisual de la cotidianeidad que realizamos a través del móvil…
-En esas primitivas filmaciones mostraban su casa, su fábrica, sus celebraciones familiares, a sus niños, a sus mascotas… Nosotros seguimos haciendo eso, estamos todo el rato filmando nuestro entorno: somos Lumières de andar por casa. Y, aunque se plantean como piezas documentales, en muchas de las escenas hay un trabajo previo para colocar a los familiares de una determinada forma, para que los obreros salgan ordenadamente de la fábrica… Eso mismo hacemos ahora cuando grabamos. La realidad nunca es suficiente, siempre la adornamos.
-Incides en que para abordar la producción audiovisual es necesaria una reflexión con matices, pausada. ¿Hasta qué punto esto es posible en un contexto hiperacelerado en el que se nos exigen opiniones inmediatas, contundentes, sin aristas?
-Si alguna función tenemos quienes nos dedicamos al análisis cultural es hacer entender que la ficción siempre es compleja. Todas las obras, incluso la más petarda o elemental, tienen muchísimas lecturas. Depende de dónde estés mirando, de si eres pobre o rico, si eres mujer, si eres hombre, de cómo es tu familia, de tu experiencia y edad. Si las ficciones no fueran complejas, no hubiesen sobrevivido; ese es su gran valor. Aunque se muevan en arquetipos y clichés, te proporcionan maneras de ver el mundo.
-¿Cuándo y cómo comienza tu idilio con el cine?
-He pasado toda mi vida viendo películas, leyendo muchísimo y viendo arte, pues en mi casa había muchísimos libros de arte. Mi mundo era la ficción. Sí recuerdo el momento en el que descubrí que eso se podía analizar. Para mí resultó fascinante aprender que la obra está construida de una determinada manera. Fue en un curso de Pilar Pedraza y Juan López Gandía: empezaron a abrir el juguete, a abordar cuestiones como el montaje…. Me deslumbró ver que todo eso se podía explicar. A partir de ahí decidí que eso es lo que yo tenía que hacer… y a eso me he dedicado.
-Hablas de cómo las series televisivas han influido en nuestras aspiraciones y han contribuido a cimentar la sociedad de consumo. ¿Por qué han sido tan poderosas en este aspecto?
-El cine ya tenía ese componente aspiracional, pero no estaba en casa, accedías a él de forma puntual. La televisión se metió en los hogares y las series contaban una forma concreta de ser hombre, mujer, niño… Fomentaban ese gran componente aspiracional con imágenes de supuestas familias perfectas, con todos sus electrodomésticos, en la casita con su jardincito, esos desayunos enormes en los que además solía estar presente la publicidad… Ahora el consumo de series está mucho más atomizado por la profusión de plataformas, pero el elemento aspiracional continúa, aunque centrado en otros asuntos: lograr la fama, un determinado estatus, tener muchos amigos… Surgen otros modelos de triunfo, pero el mecanismo sigue funcionando.
-Un rasgo que atraviesa la experiencia audiovisual actual es el consumo compulsivo. Debemos verlo todo y verlo, además, de golpe en cuanto sale para no sentir que ‘llegas tarde’. Las obras son fugaces, caducan en seguida…
-Existe cierta presión social y, si todo el mundo está viendo algo, tú también quieres poder entrar en la conversación, pero hay que rebelarse contra ello. Debemos tener el consumo que nos apetezca, ver la serie como queramos y si no tenemos ganas de verla, pues nos ponemos otra cosa. Ese consumo compulsivo actúa en contra de la reflexión que estableces con la obra y viene de la pulsión capitalista de consumir sin pensar, sin tener tiempo para otras cosas. A veces no lo puedes evitar, pero debería ser una excepción. No tiene ningún sentido, no disfrutas las obras. Hay cierta insumisión en consumir el audiovisual al ritmo que te dé la gana, es otra manera de rebelión, como no comprar en determinados sitios. Y si no entras en la conversación, no pasa nada, habrá más conversaciones.
-En el ensayo aludes a varias imágenes que, pese a pertenecer a piezas de ficción, han quedado estampadas en la retina colectiva como si fueran reales. Hablas, por ejemplo, del atentado de Carrero Blanco: tenemos interiorizadas escenas del suceso que, en realidad, pertenecen a la película Operación Ogro. La imagen es tan potente que no nos hemos planteado por qué iba a haber una cámara justo ahí…
-Es un caso llamativo, una reconstrucción de una película de ficción, pero hay muchos más en los que una imagen se ha instalado como real; sucede con nuestra visión del pasado a través de la pintura de temática histórica. Ahora pasa menos porque todo está filmado en tiempo real. Estamos viendo el genocidio de Gaza en directo, esas imágenes no hace falta reconstruirlas. Otra cosa es que estén cumpliendo el objetivo de parar la matanza.
-¿Por qué consideras fundamental la alfabetización audiovisual?
-Actualmente, no solo consumimos imágenes todo el rato, también las creamos. Por eso en las escuelas deberían enseñar imagen desde pequeños. En alguna se hace, pero depende más de que haya docentes voluntariosos que de un plan de estudios. Hay quien cree que tiene más sentido que tu niño sepa montar una startup a que sepa identificar cómo se construyen ciertas imágenes, porque se ponen por delante saberes relacionados con necesidades del capitalismo que no son nuestras necesidades como ciudadanos.
-Cierras el libro acercándote a Ia Inteligencia Artificial y los horizontes que plantea para la industria audiovisual, pero lo haces desde la incertidumbre y la duda…
-No sabemos qué va a pasar. Desgraciadamente, está afectando a muchísimos colectivos, quitando derechos laborales y usurpando el de muchos creadores. Debemos batallar con eso, pero la herramienta ya existe y su futuro va a depender de cómo se use. Creo que acabarán conviviendo las películas con rostros reales y paisajes reales y otras construidas por la IA. Pero la tecnología va muy rápido, no tenemos todas las claves. En cualquier caso, es muy llamativo que se utilice para sustituir al trabajo creativo humano, a la imaginación, en lugar de para librarnos de tareas mucho más tediosas.