MURCIA. Hay personas por las que siento una profunda conexión. No suele pasarme muy a menudo y mucho menos en cantidades. Por eso digo personas, porque gente es más genérico —a pesar de que este mundo está cada vez más lleno de gente y hay menos personas—.
La gente, ese colectivo anónimo que pulsa en las calles, es un susurro coral. No tiene rostro, pero palpita en la multitud. Es el eco de risas compartidas en una calle en la que hay muchos cuerpos, el aroma de cafés matutinos y el abrazo tibio de la rutina. La gente es un enjambre de historias, un tejido social que se entrelaza sin cesar. En sus ojos, se reflejan los anhelos y las penas de muchos, y en su risa, se esconde la sinfonía de la humanidad.
Pero la persona esa es una nota solitaria en el pentagrama. Es el individuo que se despega del coro, que se atreve a ser singular. La persona no es solo carne y hueso; es un cosmos de pensamientos, emociones y sueños. En su mirada, se esconde un universo entero. Es el artista que pinta su alma en los lienzos del tiempo, el amante que escribe cartas secretas al viento y el filósofo que se pregunta sobre el sentido de todo.
La gente fluye como un río, pero la persona es una gota que se atreve a brillar. La gente se pierde en la muchedumbre, pero la persona se encuentra en la soledad. La gente es la risa compartida en una fiesta, pero la persona es el silencio que se escucha en la madrugada. La gente es el rumor de la ciudad, pero la persona es el suspiro en la cima de la montaña. En la gente, encontramos la fuerza de la comunidad; en la persona, hallamos la fragilidad de la individualidad. Ambas son hilos en el tapiz de la vida, entrelazándose en un baile eterno.
A mí me mueven las personas que tienen sueños, que los persiguen y que, aunque cuesta, llegan a cumplir una parte -o no, pero lo intentan-. Siempre digo que hay que estar muy conforme con uno mismo. Yo, por lo menos, si tres noches seguidas me acuesto y pienso que algo no está siendo como quiero, debo de cambiarlo. La vida es muy corta.
Eso me movió al conocer a Arturo Obegero. Su pasión y talento, su búsqueda constante de la identidad a través de la moda. Nacido en Tapia de Casariego (Asturias) en 1993 fundó su marca homónima en París en 2020, creando un guardarropa romántico y sofisticado tanto para hombres como para mujeres. Inspirado por la danza, el surrealismo y el neo-noir, Obegero ha conquistado la escena de la moda y vestido a celebridades como Harry Styles, Adele o Beyoncé. En sus creaciones, se reflejan dos conceptos clave: respeto y sostenibilidad. Su historia, desde un pequeño pueblo asturiano hasta las pasarelas de París, pasando por la firma Lanvin, es un viaje fascinante que combina arte y moda con elegancia y pasión.
Con esta nueva colección, El amor brujo, presentada en París no hace ni medio mes, Obegero rinde homenaje al revolucionario ballet de 1924 del compositor español Manuel de Falla. Celebra el folclore español, desde el flamenco hasta el traje de luz de un matador, y es una oda al trabajo de sus héroes creativos, los modistos Cristóbal Balenciaga e Yves Saint Laurent, el director Carlos Saura, los fotógrafos Ruvén Afanador y Vivianne Sassen, el bailarín Antonio Gades y el multifacético Serge Lutens.
La sastrería sigue siendo el núcleo del espíritu de la marca. Las siluetas distintivas de AO se revisan en camisetas técnicas y cortinas de terciopelo de teatro cerrados durante la pandemia. Los elementos básicos del guardarropa (gabardina, traje cruzado, camisa de vestir y pantalones de cintura alta) se actualizan para lograr una apariencia más elegante y joven. Así mismo, ha colaborado con un taller tradicional de la India para crear los bordados de muaré y llamas, ampliando nuestra visión de alta costura ponible. Cuentas tubulares mate y brillantes crean el motivo muaré que adorna la parte delantera de los pantalones y la parte delantera del cuello vuelto negro sin mangas, con un total de 250 horas y 200 horas de costura a mano, respectivamente.
Piezas modernas que lo son por los materiales, porque realmente son las de toda la vida, pero actualizadas al nuevo mundo que vivimos; materiales exquisitos y mucho talento es lo que Obegero propone desde la orilla del Sena para el mundo, sin perder de vista a España. Desde luego, con El amor brujo, con referencias a España, el flamenco y música, en la colección no solo se pueden apreciar el homenaje tanto al film de Saura como a la partitura de de Falla, sino también a la minuciosa precisión del estilo de Obegero, obsesionado por plasmar en su ropa aspectos fundamentales de la obra, como el fuego.
¿Cómo se puede ‘prender’ una pieza sin incendiarla? Lo ha conseguido. Como por arte de brujería o un talento surrealista. Hilo a hilo. Porque, por lejano que parezca, su historia también empezó con algo tan sencillo como aprender e enhebrar una aguja. Y yo quizá, solo quizá, terminando este artículo, estoy vaticinando y viendo como se asienta el nuevo niño malo de la moda.
Y así, sin más, sobre los brujos y su amor; el surrealismo y El amor brujo, que a la vez hablaban de España y de la moda.