MURCIA. Me arrestaron a las puertas del colegio. Delante de mis estudiantes y mis compañeros de trabajo, como si fuera un criminal. A mí, que pasaba por ser un docente ejemplar: ni una baja en diez años, el primero en llegar al claustro… A mí que soy y he sido siempre un maestro vocacional.
"Y que yo me la llevé al río
creyendo que era mozuela,
pero tenía marido.
Fue la noche de Santiago
y casi por compromiso"
Fueron estos versos de Lorca la causa, o más bien la excusa oficial, de mi perdición y calvario. En clase de Lengua trabajábamos la rima asonante y me vino a la cabeza este poema musicalizado mil veces, que mi madre tarareaba para distraerse y alegrar las penas. Una afición inocente.
El padre de un alumno, con influencia en el Gobierno de Murcia, no debió de verlo así. Protestó airadamente al colegio y aunque el AMPA del centro no vio motivos en su queja y defendió mi trayectoria, un grupo de padres, minoritario pero ruidoso, constituyó una Asociación por la Libertad de los Padres con un único propósito, echarme del centro. La libertad era ahora una tapadera para la censura.
"Cansado de la tiranía de esta nueva inquisición, el pueblo se alzó para recuperar la Libertad con mayúscula"
La Consejería de Educación, presidida por una formación ultra, me abrió un expediente. Puso incluso en manos de la justicia el asunto, alegando un delito de odio contra grupos religiosos, ya que el poema, de un autor maricón y comunista, atacaba el matrimonio y la fidelidad, pilares de la religión católica. Hubo incluso quien puso el grito en el cielo porque en ese mismo poema aparece la palabra "senos", un claro indicio de que se estaba promoviendo en las aulas la pederastia y la indecencia.
Se acercaba la campaña electoral y la ultraderecha quiso convertir este tema en su bandera. Los líderes de las derechas competían cada día, pidiendo penas más duras, la revisión de todos los temarios y un examen para certificar la idoneidad de un profesorado contaminado ideológicamente por ideas "socialistas y comunistas".
Me impusieron la pena máxima, 4 años de prisión, y una severa multa. Con estos antecedentes, me apartaron de mi profesión para siempre. Yo solo fui el primero, después vinieron muchos otros, miles. Los que se resistían y protestaban eran condenados a penas aún más duras, acusados de sedición y terrorismo.
Entonces llegó el gran levantamiento. Cansado de la tiranía de esta nueva inquisición, el pueblo se alzó para recuperar la Libertad con mayúsculas. Fue el movimiento de los maestros el que llevó la iniciativa. Las banderas de España volvieron a las calles, pero no como un arma arrojadiza y una mortaja. Volvieron para exigir la libertad de expresión y de cátedra y la igualdad de todos los españoles, pensaran como pensaran. Volvieron para arropar los retratos de Federico y de Miguel Hernández, que habían sido censurados por el nuevo régimen y llenaban las manifestaciones.
Dicen que no hay mal que dure cien años, pero a mí nadie me quita ya esos años en la cárcel. Mi salud quedó resentida y el miedo sigue presente. A que me aparten de mi profesión y me quiten mis derechos. Ojalá nos hubiéramos levantado antes. Cuando estábamos a tiempo de parar una desgracia que muchos veían venir y que algunos negaron. Al fin y al cabo, nos decían, la ultraderecha es otra opción democrática. Como si la historia no nos hubiera enseñado que ellos solo son demócratas cuando y solo hasta el momento que ganan.
*Esta historia está basada en hechos que podrían ser muy reales.
Víctor Egío
Responsable de análisis político de Podemos Región de Murcia