VALÈNCIA. Carmen Machi como Monserrat Baró, la protagonista de La Mesías, sentada en un trono y llevada en volandas hasta un escenario donde, ante un público enfervorizado, ya están actuando el falso grupo de pop cristiano Stella Maris y Albert Pla, trasmutado en su personaje, el marido de Montse. Cuando llega, Montse/Carmen grita “He resucitado. ¡Viva la música electrónica y católica!”. El público estalla de entusiasmo.
No es una escena de La Mesías. Es lo que sucedió en el concierto de Stella Maris que tuvo lugar el pasado 29 de mayo en la jornada inaugural del Primavera Sound. Ante el éxito de la serie, ya los Javis, Javier Ambrossi y Javier Calvo, sus creadores, anunciaron que el grupo de ficción creado ad hoc, Stella Maris, se convertiría en realidad y llevaría a cabo algunas actuaciones. Dicho y hecho. El 15 de enero de este año actuaron en el Teatro Calderón, en algo llamado “Concierto de Año Nuevo La Mesías”, organizado por Movistar +, la plataforma productora de la serie, al que acudieron la mayoría de los intérpretes, además del grupo capitaneado por Amaia Romero. Y aquí es donde todo empieza a chirriar, hasta convertirse en un chirrido ensordecedor en la performance del Primavera Sound.
Porque, vamos a ver, ¿La Mesías no trataba de unos padres terribles fanáticos religiosos, que maltrataban y esclavizaban a sus hijas? ¿Del papel embrutecedor y violento de la religión, o por lo menos, de determinadas maneras de vivirla? ¿No era un relato de traumas imposibles de resolver? ¿De adultos disfuncionales y profundamente heridos por unas infancias rotas y desgarradoras? ¿De opresión, crueldad y dolor? ¿De abuso infantil? Y todo ello, además, inspirado por la realidad, la del grupo de pop cristiano Flos Mariae. Si todo eso es así, como contaron por tierra, mar y aire sus creadores, ¿a qué viene esta transformación de su universo y sus personajes en semejante espectáculo? Si acabas creando el grupo para actuar en escenarios y festivales y cantar e interpretar canciones indistinguibles de las del grupo en quien te inspiras; si tu intención es ofrecer el público un espectáculo camp y pop en el que, además, hacen acto de presencia aquellos padres que, en la serie, y sin ironía alguna, presentaste como terribles y terroríficos, ¿no estás yendo absolutamente en contra de lo que querías expresar en tu obra? Por mucho que se presente como falso grupo de pop cristiano y se apele al grand guignol y la complicidad del público que conoce la serie, no se trata más que de frivolizar y banalizar esa historia y esos personajes, sacralizándolos como icono pop y, por supuesto, producto comercial para su explotación.
La Mesías nos dejó a todas rendidas ante su calidad, complejidad y riesgo, aquí se lo contamos en su momento. Los psicodélicos y kitsch números musicales, obra de los genios de Hidrogenesse, creaban el mismo efecto estupefaciente que los de Flos Mariae, pero el desgarro, el dolor y la violencia de donde surgían, esos padres terribles y el terror de las niñas, ofrecían un relato profundo, hondo y conmovedor. Sus autores lograron aunar esos dos mundos casi opuestos, los extravagantes números musicales y la dolorosa historia de sus protagonistas, como ya hicieron antes en Veneno, pero ahora con mayor hondura y excelencia narrativa y estética. El resultado es una serie magnífica sobre una infancia de abuso y violencia difícil de olvidar.
Sé que la frivolidad y lo pop tiene muy buena prensa y que es de amargadas criticarlos, pero, qué quieren que les diga, este caso me parece un triunfo de la banalidad, muy propio, por otra parte, de nuestros tiempos. Y no, no creo que el disfrute irónico salve o explique la situación. Vamos a ver otro ejemplo.
El 25 de abril pasado tuvo lugar la première de la serie El caso Asunta, basada en el caso real de la muerte de una niña de doce años asesinada por sus padres. Un true crime, tan de moda en estos tiempos. Por aclararnos y que no quede duda de qué va la cosa, en la serie se cuenta la historia del asesinato de una niña por parte de sus padres, la investigación llevada a cabo y el impacto mediático del caso, que acabó con ambos en la cárcel, hasta que la madre, Rosario Porto, se suicidó tras varios intentos previos y un cuadro de depresión, ansiedad y trastornos de diversa índole durante años. Una historia terrible y dolorosa, se mire por donde se mire.
La première contó con su alfombra roja y su photocall, por supuesto, y fue recogida por diversos medios. Candela Peña, que interpreta a Rosario, apareció con un llamativo traje, que pueden ver en la foto, un espectacular modelazo de viuda negra, de luto, con velo y todo, que no pasó desapercibido a nadie. ¿Oyen el chirrido? Atronador.
Pero por si les queda alguna duda, les pongo aquí la definición de la revista Elle, que me parece insuperable: “La actriz española nos ha sorprendido llevando un estilismo de la firma española 'Redondo Brand' en 'total black' de traje de chaqueta y falda lápiz con el detalle (o más bien, 'detallazo') de una enorme capa que le ha aportado una majestuosidad y un misticismo que nos han dejado a todos sin habla. Llevando también un fascinador negro, Candela no ha querido salirse del personaje al que interpreta y ha dejado clara la intención funeraria de su 'look'”. Las crónicas de prensa detectaron el desajuste, solo que no les chirriaba.
No me resisto a señalar el uso de majestuosidad, misticismo y, sobre todo, “la intención funeraria”. ¿En serio? ¿Nada que objetar? ¿Y qué me dicen de lo de “no ha querido salirse del personaje al que interpreta”? Les recuerdo que el personaje en cuestión es una persona real, una mujer que mató a su hija de doce años y con evidentes problemas mentales que la llevaron al suicidio. La confusión entre ficción y realidad en su grado máximo. Y el proceso de banalización en todo su esplendor. Para que hagan su propio ejercicio, aquí dejo las fotos de la actriz caracterizada y la de la propia Rosario Porto.
En esta imparable apología de la banalización en la que vivimos, podríamos incluir el gusto actual por el true crime, que no deja de ser la crónica negra convertida en espectáculo de masas con coartada cultural para el morbo. O el lavado de cara progre a lo que antes llamábamos televisión basura y ahora no porque, oye, qué divertido ver a toda esta gente peleándose, llorando, gritándose y lanzándose mierda en prime time, menudo espectáculo entretenido, y qué bien hechos están esos programas. O la profusión de series sobre nuestra historia reciente, documentales y de ficción, empeñadas en fijarse únicamente en famosos que coparon la prensa rosa, amarilla o de sucesos, a veces las tres a la vez. Y todos esos concursos de telerrealidad basados en la competición atroz, en el solo puede quedar uno, consistentes en humillar a quien falla, a la que se equivoca, al más débil o sensible mientras preparan un plato gourmet. Por no hablar de la infantilización de los relatos audiovisuales más comerciales, perdidos entre starwars, bolas de dragón y superhéroes, que apelan a los adolescentes que fuimos y que, según parece, quieren que sigamos siendo, en aras del consumo.
En fin. El recurso a la nostalgia, retardataria y acrítica por definición, la confusión entre ficción y realidad y la apelación constante a los bajos instintos revestida de interés cultural y sociológico, entre otras muchas cosas, nos arrastra a esa entronización de lo banal que desactiva cualquier complejidad y profundidad de las obras y obstaculiza el análisis: chica, no te pongas tan seria y disfruta del show. Enjoy y dame un like.