MURCIA. Las historias que hablan de la maternidad, habitualmente, tienen un segundo subtexto: la falta o la ausencia de la paternidad. Esta semana, el tenista Rafa Nadal declaró que no tiene pensado que su futura paternidad afecte en absoluto a su carrera como tenista. Y como estos, un millón de ejemplos más que hacen incontestable la idea de que las mujeres cargan que la mayoría de los trabajos domésticos y de cuidado. Pero, ¿y si también ponemos sobre la mesa la posibilidad de algo diferente?
El escritor Andrés Neuman acaba de publica en Alfaguara Umbilical, una recorrido poético y ensayístico que funciona como el diario del propio Neuman hablándole antes y tras su nacimiento sobre las sensaciones y pensamiento que se le cruzan en la cabeza. En apenas 100 páginas, concentradas en una idea por página, se desprende el descubrimiento de cómo la paternidad puede ser el empujón necesario para preguntarse por la propia masculinidad, al ser una oportunidad para mostrar ternura, miedo o compromiso. Estas tres y otras sensaciones son las que va recogiendo en este diario, en el que Neuman se abre en canal para contarle directamente a su hijo qué está viviendo como padre.
Andrés Neuman, que presentó esta semana el libro en Lorca, explica a este diario tres coordenadas para ir más allá del libro.
“Es cierto que el padre ausente es una de las grandes figuras de nuestra cultura y nuestra narrativa. Hay infinidad de historias que cuentan la peripecias de un personaje que sale en búsqueda del padre (que perdió, que nunca tuvo, que se distanció…). Pero padres cariñosos y cuidadores ha habido siempre. El hecho de que los padres ausentes ocupen paradójicamente tanto espacio en nuestra cultura tiene que ver —creo— con que no nos hemos preguntado lo suficiente qué siente, qué piensa, cómo duda, qué teme y cómo se emociona un padre.
En los momentos inmediatamente anteriores y posteriores al nacimiento de su hijo hay una diferencia evidente por un marco biológico, pero tanto más que eso influye en nuestro comportamiento la forma en la que nos han educado en la familia, el modo en que nos hemos repartido las tareas y los roles y el imaginario que tenemos para remitirnos.
Y en este último caso, un ejemplo cotidiano, la representación del momento del cambio de pañales: si pensamos en películas en las que aparece alguien cambiando el pañal veremos que es, casi siempre, una madre o en su defecto una cuidadora. Y cuando aparece un hombre, suele aparecer representado en forma de comedia, ridiculizando la escena: cuando el padre cambia pañales, no sabe hacerlo, o es muy torpe, o nunca se ha visto en esas. Hay como un tonito cómico que viene a decir que en realidad ese padre no sabe o no debería estar haciendo eso.
Yo, sin embargo, veo cada vez los parques más poblados de hombres con un bebé en brazos, o con un biberón, y eso todavía no se ha transpirado mucho en los libros y en las ficciones audiovisuales que nos rodean. La figura de un padre cercano y cuidador, que es el que a mí me gustaría reivindicar en la medida de mis posibilidades, tiene dos problemas: el de los usos y costumbres que son los que son de las familias que han funcionado hasta ahora, pero también de las limitaciones en nuestra capacidad de representar otros vínculos y otras relaciones familiares”.
"Cuando se emplea el término político, muchas veces lo hemos malversado y degradado por la manera que tenemos de vivir la actualidad, de producir noticias, y de entender la vida institucional. Y nos olvidamos que la política es lo que sucede en la polis, en el día a día. Es un fenómeno colectivo que no tiene que ver con lo electoral ni con las insoportables campañas electorales ni con los debates zafios de los medios de comunicación.
Si miramos con honestidad y con franqueza la forma en que nos relacionamos y creamos vínculos, veremos reflejada, aunque sea inconscientemente (y diría que esa es la manera más honesta de reflejarlo) cómo nos construimos como una comunidad y cómo, lo que sucede en cada casa, es una matrioska dentro de un barrio, dentro de una ciudad, dentro de una sociedad o de un código moral determinado.
No había ninguna intención a priori de politizar el libro y la narración porque el impulso de escritura era mucho más intimista y emocional, tenía que ver con celebrar una vida, con darle la bienvenida a mi hijo y de tomar nota de todos esos pequeños grandes acontecimientos de la vida cotidiana en la crianza, que poco a poco se van borrando y olvidando en el fragor de la batalla y por la sucesión de intensidades que hay en cualquier casa donde hay una nueva vida. Me parecía que podía ser un bonito regalo entregarle a mi hijo un testimonio de todo eso que no recordará de su propia vida; y al mismo tiempo, un ejercicio de memoria para su madre y para mí.
Pero, a medida que iba avanzando en la escritura de este libro de índole muy personal, cada vez me iba dando cuenta de que eso entraba necesariamente en diálogo con la tradición de cómo se ha representado en la ficción las figuras masculinas, de qué clase de padres hemos tenido y qué clase de padres nos han enseñado a ser. ¿Cuántas veces habremos oído, cuando hay una pregunta relacionada con la crianza, al padre clásico respondiendo “pregúntale a tu madre”? Nos ha costado históricamente vincularnos, y ahora de lo que se trata es de preguntarnos si todo eso no es realmente inmensamente relativo y no puede modificarse.
La crianza y las sensaciones del padre entregado no ha sido considerada, por nosotros mismos, digna de diálogo público y mucho menos digno de escritura. En el libro hay ideas que en realidad sintetizan todo lo importante. Hay un momento muy intenso, donde el padre le corta las uñas a su bebé. Y ahí, creo, en ese gesto como de orfebrería amorosa, está concentrada toda la emotividad del cuidado, de la mezcla de temor y devoción, de protección y de posible daño, de lo microscópico que en realidad es enorme, de como algo tan pequeño te puede generar esa magnitud emocional, y el hecho de que —nuevamente— mientras hacía una cosa tan normal como cortarle las uñas a mi hijo, es un esfuerzo tratar de recordar alguna ficción que hubiese retratado esa misma escena y no lograr recortar ninguna. Eso me hizo sentirme muy solo.
Estaría bien poder abrir una conversación pública sobre la expresión emocional y la comunicación de los propios hombres. Creo que puede ser bueno para las mujeres y las madres en la medida en que, involucrarnos más y hacernos más conscientes de la importancia del cuidado, puede contribuir al repartir mejor las tareas y, sin duda, es también un regalo para nuestros hijos y nuestras hijas porque tiene que ver con pensar con mayor intensidad y atención nuestros vínculos y la crianza".
“Primero, me parecía importante que fuese un libro breve y fragmentario para hacerle justicia a la realidad material de la crianza. La vida cotidiana en una casa con una criatura pequeña está llena de interrupciones, de simultaneidades, de intermitencias. No se puede atender de otra manera a una criatura y a todo lo demás al mismo tiempo. Entonces me interesaba reproducir esa estructura en lugar de luchar contra ella o disimularla.
El uso de la segunda persona es interesante porque normalmente es incómodo narrar en segunda persona. No es un punto de vista demasiado agradecido para escribir. Creo que, excepto en el teatro y la literatura epistolar, tendemos a evitar la escritura en segunda persona, y sobre todo en un libro entero. De hecho, cuando se utiliza la segunda persona, por ejemplo, en la poesía o en las canciones, normalmente es una segunda persona encubierta que es una primera persona encubierta.
Yo, desde la primera ecografía, siento el impulso natural de empezar a dirigirme a mi hijo y escribirle en segunda persona y se me ocurre que, en la lenta creación de ese pronombre de segunda personam había también una gestación simbólica de esa persona y de ese cuerpo por venir que todavía no me habitaba, que estaba habitando otro cuerpo, y que a, fuerza de invocarlo, iba siendo más posible sentirlo yo también. Algo así como una gestación gramatical o de un punto de vista
El libro tiene tres partes que van dibujando un juego de matrioskas: empieza con la fase prenatal de la vida de mi hijo, es decir con mi hijo dentro del cuerpo de su madre (habitando a su madre); continua con el hijo ya estando en la intemperie, pero dentro de otro círculo, porque es una casa y una familia en pandemia, que organizó nuestra vida cotidiana de una forma muy rigurosamente concéntrica, y que narra el cuerpo a cuerpo, y con él, el aprendizaje de la crianza y del concepto de maternaje frente a la maternidad (la maternidad es física y biológica, y el maternaje tiene que ver con los con los vínculos, actitudes y comportamientos); pero hay una tercera parte que es más fantasiosa: un monólogo imposible del bebé que simboliza cómo el padre termina dentro de su hijo, metido dentro de la cabeza y del corazón de su hijo, tratando de imaginar qué siente y qué piensa.
Así que el recorrido del libro el niño empieza dentro de su madre y termina con el padre habitando dentro de su hijo, y la realidad es que nuestro destino, si todo va bien, si no hay una pérdida prematura, es precisamente eso: mi madre, por ejemplo, habita dentro de mí, es su lugar natural. Así que, en realidad, el libro no hace más que anticipar el lugar en el que terminaremos todos los padres y todas las madres, si todo va bien.
Ese monólogo en primera persona del bebé quería que fuera un juego literario, divertido y emocionante, de tratar de atribuirle palabras a un personaje amado que desconoce la existencia de las palabras. Y eso nos remite, en realidad, a una pregunta que desde siempre se ha hecho la literatura y la poesía: ¿cuáles son los límites del lenguaje? Es una inquietud que siempre ha tenido la literatura y, en el caso de una historia de amor con un bebé, es casi el problema central. Así que se podría decir que es una declaración de amor: intentar racionalizar y narrar ese amor preverbal”.