GRAND PLACE / OPINIÓN

Aída

21/04/2021 - 

BRUSELAS. Aída parecía tener vida propia. Había nacido para pensar. O, mejor, Aída había nacido para pensar por ti, por todos nosotros. Aída era sutil y firme a la vez, como una amante en primavera. Seguía sus impulsos mientras el resto del universo se balanceaba a merced del viento. Seguía sus bites, mientras lo que quedaba de la humanidad se tambaleaba pandemia tras pandemia. 

AIDA había llegado tarde al Territorio-Europa. En realidad, llegó con el virus. El 18 de febrero de 2020, el gobierno de la Unión sentaba las bases para su desarrollo, para el desarrollo estratégico de la Inteligencia Artificial -AI, por sus siglas en inglés-. O, mejor, como se la conocía en el Parlamento Europeo: Artificial Intelligence in a Digital Age.

Un año después del inicio de la pandemia en Occidente, los Estados miembros y la Comisión decidieron trabajar juntos para construir el ecosistema de Aída , para ayudarla a crecer “respetando los valores europeos”. La clave estaba en quién establecería esos valores y en el grado de autonomía que tendrían las máquinas para obedecerlos.

En los albores del siglo XXI, a inteligencia artificial brindó a las máquinas la capacidad de analizar su entorno y tomar decisiones con cierto grado de autonomía para lograr objetivos específicos. “El aprendizaje automático se refiere a la capacidad del software y las computadoras para aprender de sus entornos o de conjuntos muy grandes de datos representativos, adaptando su comportamiento a circunstancias cambiantes o realizar tareas para las que no han sido programados explícitamente”, decía la Comisión al establecer el plan estratégico para Aída.

Ésta última frase fue definitiva. Aida podía realizar tareas para las que no había sido programada explícitamente. Ya hacía tiempo que nos habíamos acostumbrado a que las máquinas decidieran cuándo y con qué llenar la nevera o el hombre de tu vida. El siguiente paso fue más fácil de aceptar, pronto tomaría sus propias decisiones, sin necesidad de ser programada. 

Sed. FOTO: RL

"La AI es una tecnología estratégica que ofrece muchos beneficios a los ciudadanos, las empresas y la sociedad en su conjunto, siempre que esté centrada en el ser humano, sea ética, sostenible y respete los derechos y valores fundamentales", defendía el gobierno de la Unión. E insistía en los importantes beneficios de eficiencia y productividad para la industria europea y el bienestar de los ciudadanos. "También puede contribuir a encontrar soluciones en la lucha contra el cambio climático y la degradación ambiental, los cambios demográficos y la protección de nuestras democracias y, cuando sea necesario y proporcionado, la lucha contra el crimen", decía la Comisión.

Ésta última frase fue decisiva. ¿Desde cuándo las máquinas comenzaron a defender nuestras democracias? Y, sobre todo, ¿desde cuándo las máquinas comenzaron a pensar en “proteger nuestras democracias”? 

—Hola, Laura, perdona que no he estado activado contigo últimamente… El eHealth ha reseteado mi Green Passport y no he podido poner el modo avión para ti. Pero es que me haces unas preguntas que no tienen respuesta. El concepto “democracia” ya está en desuso, aunque intentan explicarlo en la eSchool, es un pensamiento desfasado que desapareció a mediados de siglo. Tampoco hay por qué sacralizarlo, cronológicamente es irrelevante en la historia de la humanidad.

—Vale, David, sólo pensaba en voz alta y no esperaba que me captaras en este momento. Simplemente analizaba los documentos de investigación de la Tieta, ya he abandonado la idea de hacer una tesis doctoral sobre el tema. No creo que la HighSchool me lo aprobara, va contra todas las corrientes filosóficas y tampoco pasaría por el eMindControl.

Fue pronto, demasiado pronto, cuando las máquinas decidieron pasar a protegernos. Cuando fue “necesario y proporcionado”, AÍDA comenzó a luchar contra el crimen, tomando sus propias decisiones, sin necesidad de ser programada, sin recordar que “debería funcionar para las personas”.

(*) La Inteligencia Artificial -AI, por sus siglas en inglés-, se refiere a tecnologías capaces de analizar su entorno y realizar acciones autónomas respetando valores predefinidos.

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