MURCIA. Hace unos días tuve la oportunidad de ofrecer una charla a un grupo de jóvenes sobre la necesidad de entender algunos conceptos básicos sobre economía y me llamó la atención que, a pesar de lo que leemos y escuchamos sobre la necesidad de acercar el conocimiento de los términos económicos básicos al público en general, y de que debía de ser una asignatura en colegios e institutos obligatoria, los cierto es que no conseguimos que ni “menores ni mayores” se desenvuelvan en el entorno económico del día a día con una cierta soltura y determinación.
Visto que el auditorio no tenía claro conceptos básicos, decidí comenzar por el principio y hablar de la diferencia que existe entre ahorrar e invertir, algo que yo creía que estaba claro, pero que en realidad la audiencia me demostró que no.
Entiendo que nuestros habituales lectores sí que tienen claros los conceptos que la audiencia del otro día no tenía, pero me ha parecido oportuno aprovechar que ahora que los mercados se han tranquilizado un poco y que probablemente no tendremos grandes novedades de aquí a final de año, para desarrollar los términos e ideas de mi exposición por si les puede servir a usted tener un sumario desarrollado para “dar ideas a su entorno cercano”. Vamos a ello…
A menudo usamos los términos “ahorrar” e “invertir” como si fueran intercambiables, pero en realidad representan conceptos distintos que cumplen roles complementarios en nuestra vida financiera. En países como España, es común ver que muchas personas, en el mejor de los casos, se centran en el “ahorro” para lograr “estabilidad”, mientras que en el mundo anglosajón, la “inversión” es una práctica más generalizada desde edades tempranas.
Pero, ¿Qué diferencias existen realmente entre ahorrar e invertir? ¿Es suficiente ahorrar, o es necesario también invertir para asegurar un buen futuro financiero?
“Ahorrar” consiste en guardar una parte de nuestros ingresos, generalmente en cuentas bancarias o instrumentos que ofrecen un acceso rápido al dinero y una garantía sobre el capital. Esto proporciona una sensación de seguridad, ya que el dinero está protegido y no corre riesgos. Ahorrar es ideal para cubrir emergencias, gastos a corto plazo o simplemente para tener un “colchón” que respalde nuestra tranquilidad.
“Invertir”, en cambio, significa poner el dinero a trabajar en activos que, aunque no ofrecen la misma seguridad, tienen el potencial de generar mayores ganancias a largo plazo. La inversión implica un riesgo porque, dependiendo de los activos elegidos (acciones, bienes raíces, fondos, etc.), el valor de la inversión puede subir o bajar. No obstante, históricamente los mercados tienden a ofrecer rendimientos superiores a los del ahorro tradicional, lo que hace que invertir sea una herramienta clave para alcanzar metas a largo plazo.
Si bien el ahorro es esencial, especialmente adecuado para cubrir imprevistos o planificar gastos en el corto plazo, tiene sus limitaciones. Una de las principales desventajas de ahorrar en cuentas bancarias es que el rendimiento es generalmente bajo, y apenas compensa el efecto de la inflación. En la práctica, esto significa que, si dejamos el dinero en una cuenta de ahorros sin hacer nada más, perderá valor adquisitivo con el tiempo.
La inflación es un fenómeno que aumenta el costo de los bienes y servicios, lo que significa que cada año se necesita más dinero para comprar lo mismo. Si el rendimiento de nuestros ahorros es menor que la tasa de inflación, estamos perdiendo capacidad de compra sin darnos cuenta. En el largo plazo, esta pérdida de poder adquisitivo puede ser significativa. Por ello, el ahorro debe complementarse con la inversión para lograr una verdadera protección del valor del dinero y, además, para permitir su crecimiento.
La mayor ventaja del ahorro es la accesibilidad o “liquidez”. En una cuenta de ahorro, el dinero está disponible en cualquier momento para cubrir una emergencia o un gasto inesperado. Esto ofrece tranquilidad, pues en caso de una urgencia no hay que preocuparse por la volatilidad del mercado o las condiciones de venta de un activo.
Aunque los rendimientos del ahorro sean bajos, el dinero en una cuenta de ahorro está protegido (hasta cierto límite) por los sistemas de garantía de depósitos, lo que significa que, en caso de quiebra del banco, se puede recuperar. Es, por tanto, una herramienta segura para necesidades inmediatas o metas a corto plazo.
Por su parte, la inversión es la clave para construir riqueza a largo plazo. Aunque tiene riesgos, los beneficios de invertir sabiamente pueden superar con creces a los del ahorro en el banco.
Los activos destinados fundamentalmente a la inversión, (por ejemplo, acciones, bonos, bienes raíces o fondos de inversión), tienden a ofrecer rendimientos más altos en el tiempo en comparación con una cuenta de ahorro. Por ejemplo, el índice S&P 500 ha registrado un rendimiento anual promedio del 10% a lo largo de varias décadas, superando ampliamente a los rendimientos de una cuenta bancaria. Invertir en este índice a través de un fondo indexado o un ETF es perfectamente factible y muy sencillo hoy día.
Al ofrecer retornos superiores, la inversión permite que el dinero crezca a un ritmo superior al de la inflación, lo que evita la pérdida de poder adquisitivo. A largo plazo, invertir asegura que nuestro dinero no solo mantenga su valor, sino que aumente.
La inversión permite aprovechar el interés compuesto, que significa ganar dinero sobre el dinero que ya se ha ganado. Con el tiempo, este efecto compuesto es exponencial: cuanto más pronto se empieza a invertir, mayor será el crecimiento de la inversión gracias a este mecanismo.
El ahorro y la inversión son complementarios y su uso depende de nuestras metas financieras y del horizonte de tiempo que manejemos.
Conviene ahorrar para cubrir gastos de emergencia o imprevistos, para alcanzar objetivos a corto plazo como vacaciones, la compra de un coche o la reforma de una vivienda.
Conviene invertir para alcanzar metas a largo plazo, como para mantener un cierto nivel de vida en el momento de la jubilación o para abordar la compra de una vivienda. Si se quiere lograr un crecimiento del capital y mantener el poder adquisitivo frente a la inflación. También cuando se desea generar riqueza que pueda transmitirse a las futuras generaciones.
Para muchas personas, invertir puede parecer algo lejano o intimidante. Sin embargo, una de las grandes ventajas de la inversión es que no es necesario comenzar con grandes cantidades de dinero. Empezar a invertir desde joven, aunque sea con pequeñas sumas, permite aprovechar al máximo el interés compuesto y los rendimientos a largo plazo.
Por ejemplo, alguien que empiece a invertir 100 euros al mes a los 25 años, podría acumular un fondo considerable para su jubilación gracias al crecimiento compuesto. La clave es la constancia y la paciencia, más que el monto inicial.
Ahorrar e invertir son prácticas distintas pero complementarias que deberían formar parte de cualquier plan financiero sólido. Mientras el ahorro es esencial para crear una base de seguridad y liquidez, la inversión es clave para construir riqueza a largo plazo y proteger el poder adquisitivo. No es cuestión de elegir entre uno u otro, sino de entender el papel que ambos juegan y cómo utilizarlos de forma estratégica.
Y por último, un mensaje especialmente para los más jóvenes: Si todavía no has empezado a invertir, plantéatelo como un paso necesario para asegurar tu bienestar financiero y poder disfrutar de un futuro más libre y seguro. El ahorro es el primer paso, pero la inversión es el que realmente transforma las finanzas a largo plazo. ¿Por qué no dar ese primer paso hoy?
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