INVESTIGACIÓN

Agricultura millennial: el Cebas investiga fertilizantes que reducen un 90% la contaminación

26/11/2019 - 

MURCIA. 

Fertilizantes de nueva generación, alta precisión y eficiencia, que van justo donde hacen falta y en la cantidad exacta. Así es la línea de investigación en la que trabajan un grupo del Cebas-Csic liderados por la profesora y jefa del grupo de acuaporinas Micaela Carvajal. El proyecto se llama 'desarrollo de nanofertilizantes de aplicación foliar' y promete. Entre sus múltiples beneficios consiguen reducir la contaminación del suelo un 90% como mínimo.

“Estoy convencida de que esto lo veremos generalizado en la agricultura de aquí a 10 años”, señala Carvajal. “Quizás empezará siendo como ahora el cultivo ecológico. Habrá gente que comenzará por concienciación pero se irá incrementando poco a poco”.

Juan José Ríos forma parte del equipo como investigador contratado y es el encargado de estudiar la relación entre agua y nutrientes. Señala que este tipo de fertilizantes reduce la contaminación del suelo "drásticamente". "Viene una agricultura de precisión y muy amiga del medio ambiente. Si no es sostenible, no será”.

En concreto, esta investigación del grupo de acuaporinas, unas moléculas que están en la membrana de las células y son las responsables de permitir el paso del agua en la planta, persigue alimentarla al revés de como se hace de forma habitual. En decir, a través de unas nanopartículas, los elementos minerales penetran en la hoja y se mueven a lo largo de toda la planta. Una revolución en la agricultura.

El problema es que las hojas de las plantas no están capacitadas para la absorción de nutrientes. Por eso un punto clave de esta investigación es adaptar los fertilizantes foliares para que la planta los absorba al máximo y, además, los transporte. Como cada planta tiene unas características diferentes, hay que adaptarlo a cada grupo frutal.

“El avance no es sólo hacerlo a través de las hojas en vez de en el suelo, sino que la eficiencia sea máxima. Echamos exactamente lo que la planta necesita en cada momento del año. Muy poquito pero muy eficaz”, añade Ríos. Esta fertilización de mucha precisión y alta efectividad requiere un conocimiento muy alto del cultivo, de cada planta y de las necesidades de cada momento del año. “No es lo mismo una hoja de tomate que una de brócoli, un cultivo en invernadero que al aire libre”, apunta Carvajal. 

Con todo el conocimiento que poseen diseñan esos fertilizantes foliares sin residuos, a la carta, para que la planta reciba exactamente lo que necesita y cuando lo necesita. Se aplican en las hojas y es la planta la que se encarga a transportarlos a través de las nanopartículas que lleva integrado el fertilizante. Como consecuencia, el suelo queda limpio, sin residuos de ningún tipo.

Los principales beneficios son la disminución de la contaminación, hasta un 90% según sus cálculos, y un mejor uso del agua. “Con los fertilizantes tradicionales que se echan en la tierra, una parte las absorbe la planta y la otra quedan ahí en el suelo”, explica Carvajal. “El suelo lo aguanta todo pero cuando hay lluvias, el agua lo arrastra y hay contaminación de ríos, acuíferos y, como en caso tan extremos como el que tenemos en la región, el Mar Menor”. Además, conlleva un ahorro en costes porque la cantidad que se necesita en mucho menor. “Estamos hablando de reducciones muy considerables”, hasta necesitar solo una décima parte de los fertilizantes convencionales.

Lamentan que el sector de la agricultura en la Región “no invierte en investigación", y que "hay zonas muy degradadas por la agricultura y lugares del interior donde se está cultivando al lado del monte y hay acuíferos debajo. Es nuestro ecosistema, nuestra tierra, y tenemos que cuidarlo”, destaca Carvajal. No obstante, señala que tienen “buenas relaciones con Proexport. Han venido y se interesan por lo que hacemos.  Quieren hacer cosas pero la estructura está montada de otra manera. Y cambiarlo es remover los cimientos de la agricultura. Costara tiempo”.

Como todos los trabajos de investigación, el camino es largo.  "En la ciencia siempre llevamos las luces largas. Esperamos ver resultados prometedores en unos tres años", apunta Carvajal. En sus proyectos trabajan en desarrollo de productos para varias empresas y su financiación es mitad pública y mitad privada. Y son optimistas con el futuro de esta investigación. "Podríamos hablar de 5 años para que esté en el mercado y unos diez para que lo veamos extendido en la agricultura.”

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