MURCIA. En 2013 Alex Williams y Nick Srnicek publicaron su Manifiesto por una Política Aceleracionista, un compendio de ideas que reflejaban la teoría aceleracionista surgida en la década de 1990 y que concluye diciendo que “Lo que el aceleracionismo promueve es un futuro más moderno; una modernidad alternativa que el neoliberalismo es intrínsecamente incapaz de generar. El futuro debe ser partido al medio otra vez para liberar y abrir nuestros horizontes hacia las posibilidades universales del Afuera”. Es decir, que proponen reventarlo todo y apresurarse hacia la tecnologización total antes de que llegue el colapso. Aceleracionismo o barbarie: “La elección que afrontamos es crítica: o un postcapitalismo globalizado o una fragmentación lenta hacia el primitivismo, la crisis perpetua y el colapso ecológico planetario”.
Gilles Deleuze y Félix Guattari están considerados como los protoaceleracionistas —aunque hay trazas de aceleracionismo en las teorías marxistas—. Estos y otros autores contemporáneos ven en la teoría una manera de destruir el capitalismo desde dentro para crear un futuro que, al menos en la mayoría de textos publicados al respecto, no está muy claro. De alguna forma, recuerda a la destrucción creativa que Joseph Schumpeter formuló a partir de la obra de Karl Marx y que luego transformó en una teoría de innovación económica y ciclo económico: “El capitalismo es por naturaleza una forma o método de cambio económico y no solo nunca es, sino que nunca puede ser estacionario. El impulso fundamental que pone en marcha y mantiene el motor capitalista proviene de los nuevos bienes de consumo, los nuevos métodos de producción o transporte, los nuevos mercados, las nuevas formas de organización industrial que crea la empresa capitalista. El capitalismo requiere el perenne vendaval de la Destrucción Creativa”.
El aceleracionismo presenta variantes de izquierdas y de derechas. A grandes rasgos, desde la izquierda se cree que con el incremento de la automatización del trabajo, se reducirá el esfuerzo humano y la explotación laboral, ya que las máquinas se encargarán de la realización de numerosas tareas —ideal marxista total—, mientras que el aceleracionismo de derecha ve en esta corriente que el capitalismo se refuerce, ya que aumenta la productividad y los beneficios.
Por otra parte, con el auge de la ultraderecha y la derecha alternativa en Estados Unidos, han aparecido voces autodenominadas aceleracionistas en referencia a que buscan acelerar el colapso social y establecer la supremacía blanca. El eje al que se aferran estos colectivos es que los gobiernos y sociedades occidentales han llegado a tal grado de decadencia que están al borde del precipicio.
“Los aceleracionistas quieren liberar las fuerzas productivas latentes. En este proyecto, la base material del neoliberalismo no necesita ser destruida, necesita ser redirigida hacia objetivos comunes. La infraestructura existente no es un escenario capitalista que deba ser demolido, sino una plataforma de lanzamiento hacia el postcapitalismo”, leemos en Estrategias para una transición hacie el postcapitalismo, publicado por la editorial Caja Negra. En la obra, una compilación de textos realizada por Armen Avanessian y Mauro Reiss, encontramos también cuestionamientos hacia esta teoría. Se pregunta Franco “Bifo” Berardi: “La aceleración es la forma esencial del crecimiento capitalista: el incremento en la productividad implica una intensificación del ritmo de producción y de explotación. La hipótesis aceleracionista pone de relieve las implicaciones contradictorias del proceso de intensificación, enfatizando en particular la inestabilidad que la aceleración produce dentro del sistema capitalista. Contra esta hipótesis, mi respuesta a la pregunta de si la aceleración marca el colapso final del poder es muy simple: no, porque el poder del capital no está fundado en la estabilidad".
Para el historiador Andy Beckett, “Los aceleracionistas argumentan que la tecnología (particularmente la tecnología informática) y el capitalismo (particularmente su variedad global más agresiva) deberían acelerarse e intensificarse masivamente, ya sea porque es la mejor forma de que la humanidad avance o porque no hay otra alternativa. Están a favor de la automatización y de la fusión de lo digital y lo humano”.
El escritor y teórico de la cultura Mark Fisher define el aceleracionismo “no como una forma herética del marxismo, sino como un intento de converger con, intensificar y politizar las dimensiones más desafiantes y experimentales de la cultura popular”. A Fisher le preocupa que las plataformas y aplicaciones que son una extremidad más de nuestro cuerpo, y que suponen una consecuencia del consumo de productos culturales propia del aceleracionismo, son una tecnología del control con la que estamos totalmente familiarizados. “El control solo funciona si uno es cómplice con él”, declara. El autor muestra la facultad que tienen las nuevas generaciones para asimilar datos cargados de imágenes sin necesidad de que la voz o la escritura medien. Ve en estos cambios una nueva subjetividad posliteraria. No acusa a los libros de estar obsoletos, sino que cree que lo que está obsoleto es todo contenido donde no intervengan las formas digitales.
Alex Williams y Nick Srnicek señalan en su manifiesto que “La creciente automatización de los procesos productivos, incluido el ‘trabajo intelectual’, pone de manifiesto la crisis secular del capitalismo que pronto lo hará incapaz de mantener los niveles de vida actuales, incluso para las antiguas clases medias del hemisferio norte”. Con esta declaración lanzan un mal augurio respecto a la creación de productos culturales, ya que estos también están sujetos a los algoritmos, y estos son propiedad del oligopolio de tecnológicas de que ya hemos hablado más de una vez. "El poder está en manos de quien controla los algoritmos", como dijo Yuval Noah Harari.
En una columna publicada en El Plural, el pensador y escritor Agustín Fernández Mallo alude a la teoría del profesor de bioquímica y neurociencia Germán Sierra según el cual “la historia del ser humano pasa por dos fases, repetidas en ciclos: una fase de reproducción (copiar objetos) y otra de producción (editar objetos). La primera corresponde a la platónica idea del modelo ideal, al cual hay que imitar: por ejemplo, la segunda mitad del siglo XX se caracteriza por la reproducción en cadena de cosas idénticas, y llega a su paroxismo con pretensión de clonación humana, la cual, a parte de inútil, escenifica una utopía en tanto que es imposible que existan dos humanos iguales”.
Fernández Mallo considera que en la fase de producción “lo que queremos no es copiar sino producir cosas nuevas, cosas que antes no existían sobre la faz de la tierra. (…) Se instalan hoy dos interesantes utopías político-artísticas: el aditivismo (con el uso de las impresoras 3D, producir cosas que antes no existían) y el aceleracionismo (generar cosas nuevas hasta el infinito de modo que el capitalismo explote y se convierta en algo totalmente desconocido hasta ahora). Estas dos corrientes no por utópicas dejan de producir sus rastros artísticos”. Esta visión que parece prometer una interesante vanguardia choca con las ideas de FIsher: “La afirmación de Fredric Jameson de que el posmodernismo era la lógica cultural del capitalismo tardía se presenta ahora como un ominoso presagio del (no) futuro de la producción cultural capitalista: tanto política como estéticamente, parece que ahora no podemos sino esperar más de lo mismo, para siempre”.