DESDE MI ATALAYA / OPINIÓN

A vueltas con los pactos / 2

30/04/2020 - 

Como ya apuntaba en mi artículo publicado bajo el título ’El día después’, lo peor de la pandemia que estamos sufriendo, por obra y gracia del coronavirus, no es la crisis tan brutal que ha sufrido nuestro sistema sanitario ni los graves efectos y secuelas de tipo social producidos por el confinamiento de la población. Ni las debilidades y vilezas de algunos ciudadanos cuyas vergüenzas han quedado al descubierto ante lo extraordinario de una situación que los ha retratado como nadie lo había hecho antes. Pero ni tan siquiera la mortandad que ha ocasionado en todo el planeta (por más que esto les pueda parecer un verdadero disparate) es comparable a lo que ya estamos viendo que va a acontecer el día después.

Aunque han surgido algunas voces queriendo minimizar los efectos secundarios y tachando de catastrofistas los augurios de quienes están emitiendo las señales de alerta, no es menos cierto que ahora lo están haciendo con la boca pequeña, tras el batacazo sufrido en 2008, cuando negaban la última crisis económica sufrida, y situaban a nuestra querida España en la Champions League de la economía. Hoy, no sé si por suerte o por desgracia, existe una más amplia dosis de pragmatismo y ya casi nadie niega lo evidente. De ahí la inusitada carrera por conseguir unos pactos, donde el más amplio espectro social se sienta representado, y (esto es lo más prodigioso) liderado por un gobierno que hasta ahora había hecho todo lo contrario de lo que ahora pregona; al menos en cuanto a buscar acuerdos y apoyos en los que se implique la inmensa mayoría de la sociedad española.

Unos pactos, que yo ya he defendido en diferentes ocasiones, pero siempre y cuando se desarrollen con total transparencia y sin tapujos que nos lleven a compromisos ocultos. Es decir, todo lo contrario de como se ha actuado en la mesa de negociación que se constituyó con motivo de crisis catalana. No obstante, quiero dejar clara una cuestión: transparencia no significa que, tras cada reunión, el vocero de turno tenga que salir a contar las miserias y los entresijos de los desencuentros políticos que, sin duda, tendrán a lo largo y ancho de estas conversaciones. La prudencia, la flexibilidad, y el ánimo de entendimiento tienen que estar presentes y ser parte imprescindible de la hoja de ruta que se marquen, dejando a un lado aquellos aspectos (que los habrá) que les separe y que sean difíciles de soslayar, y trabajando sobre aquellos otros en los que el nivel de entendimiento sea más factible.

Así se conformaron los ‘Pactos de la Moncloa’, en los que Pedro Sánchez quiere, ahora, reflejarse, y así se desarrolló el resto de acuerdos de Estado que conformaron la Transición Española que ahora, algunos de los que se sientan en la mesa del Consejo de Ministros, no se cansan de denostar.

El Gobierno de España no sé si tiene claro cuál es esa hoja de ruta. Quiero pensar que el PSOE si lo tiene. Pero el gobierno está conformado con el apoyo de otra formación (Podemos) cuyos postulados ya los conocemos, y no son precisamente los que, a juicio de una gran mayoría de profesionales en economía, conviene aplicar en estos momentos. Recientemente, el vicepresidente segundo (sr. Iglesias) era entrevistado en una de sus televisiones favoritas y, en tan solo diez minutos, repitió hasta en diecinueve ocasiones su defensa y el “reforzamiento de lo público” como objetivo primordial a conseguir en el transcurso de estas negociaciones.

Es lógico y natural que un partido de ideología claramente comunista, cuya doctrina está basada en la nacionalización y el control, por parte del Estado, de la mayoría de los sectores productivos, tenga como finalidad un cambio de régimen en nuestro país. Esta es una pretensión que tiene Podemos y de la que, a día de hoy nadie tiene duda, pero otra cosa es si eso es lo que le conviene a la inmensa mayoría de los españoles.

Por eso, a algunos nos resulta extraño (más bien increíble) pensar que el actual gobierno, de forma colegiada, vaya a ser capaz de abordar las necesarias políticas, duras y comprometidas, que va a ser necesario poner en práctica para atajar cuanto antes la debacle económica en ciernes. El gran problema que subyace es que, en el citado gobierno, se sientan una serie de ministros y ministras que, lógicamente, quieren imponer sus criterios, y que nunca han dado un palo al agua que emana de una empresa privada. Cosa que no es ningún delito, por supuesto, pero que dificulta sobremanera la necesaria comprensión de un sistema económico basado en una economía de libre mercado.

La reactivación económica, en España y en el mundo occidental, no se podrá hacer sin el concurso de la empresa privada, y todo lo que representa ese sector productivo en el que estamos inmersos. Al igual que no es posible abordar una recuperación social sin el concurso de la mayoría de esa misma sociedad que ha resultado damnificada, lo que se tiene que traducir en una participación real y solidaria de todas aquellas fuerzas políticas representativas de esa mayoría. Algo que el partido mayoritario en el gobierno ha entendido y, justo es reconocerlo, ha puesto en práctica al propiciar el concurso de los principales partidos constitucionalistas en esta ‘mesa por la reconstrucción’.

A partir de ahora viene lo más difícil. Se hace necesario plantear las soluciones que van a estar necesitadas de grandes dosis de generosidad, por todas las partes. Todos tendrán que ceder para la conformación de acuerdos lo más consensuados posibles, y tendrán que ser conscientes que nadie es dueño absoluto de una solución empírica.

Y esto es difícil cuando en esa mesa se van a sentar algunos de los que ya han manifestado no querer saber nada sobre la reconstrucción nacional, tal y como el gobierno la plantea, es decir para todo el Estado. Así lo han declarado en reiteradas ocasiones los representantes de los partidos independentistas, y buena prueba de ello las recientes declaraciones del señor Sabriá (ERC) incitando a los catalanes a la desobediencia al Estado, en la aplicación de determinados acuerdos que se han dictado sobre el confinamiento, y demandando apoyar el Plan de Desescalada que la Generalitat ha diseñado por su propia cuenta.

Estos son algunos de los que tienen que aprobar la pretendida ‘reconstrucción nacional’. Claro que, si como ellos mismos han dicho, por reconstrucción nacional entienden que es la de ellos…, la de ese país imaginario en el que están instalados, entiendo que se quieran sentar en esa mesa, a ver lo que pueden ‘afanar’ y llevarse para su faltriquera.

No dudo de la buena voluntad del señor Sánchez, pero sus socios, en los que se ha apoyado para llegar a La Moncloa, no son de fiar a la hora de sacar adelante estos pactos. Y aunque le revuelva las tripas hablar con Pablo Casado, no tiene otra opción si es que quiere salir airoso de este laberinto. Pero sobre todo (y por el bien de todos los españoles) le deseo de todo corazón que la gestión le salga mejor que la que, hasta ahora, ha demostrado con la dichosa pandemia.

Que Dios nos coja confesados.


Jesús Galindo es técnico en gestión turística

Jesusn.galindo@hotmail.com