Cuando José Ortega y Gasset (1921) con su “España invertebrada” se propuso analizar la crisis política y social de la España de su época, nunca imaginó que, casi un siglo después, el proceso general de integración y descomposición de las naciones y la explicación de los fenómenos separatistas e independentistas- tan característicos de la historia de España- alcanzarían su máxima popularidad en el Gobierno socialista y comunista de Pedro Sánchez. Según Ortega, la desarticulación de España como nación radica en la crisis histórica de su proyecto de vida en común: "Era la propia España el problema primero de cualquier política; España era el problema, Europa la solución” ¿Verdad que esto les suena?
España invertebrada no es un estudio sistemático del complejo problema de la constitución de la España moderna como nación. Algunos fragmentos de la obra podrían haber sido escritos hoy mismo. En la confusión en la que hoy vivimos, hay dos cosas que nos separan radicalmente de 1920: en primer lugar, la ahora tan refutada Constitución de 1978 que es, no lo olvidemos, la única Constitución española de consenso entre todos los sectores políticos y sociales y no una imposición de una parte del país sobre la otra, por muy necesitada de reformas que se nos antoje; y en segundo lugar, la también rechazada hoy en día construcción de Europa como verdadera entidad política y no solo económica, que aunque pueda necesitar cambios, se nos presenta como el gran lugar de encuentro y protección de los derechos civiles. Estoy absolutamente seguro que ambas cosas le hubieran entusiasmado a Ortega. “A España hay que darle un enemigo de fuera, si no es así se vuelve contra sí misma”, afirmaría en otra ocasión.
La actual acción directa de determinados grupos sociopolíticos de extrema izquierda, los pronunciamientos independentistas, los regionalismos y los separatismos son reflejo de un "proceso de desintegración que avanza en riguroso orden -dice el filósofo-, desde la periferia al centro”. Esta desintegración afecta a todos los niveles de un estado democrático que cada vez va siendo más “crático” y mucho menos “demo”. Un balance sintético de la dictadura franquista y el sistema político instaurado en 1978 pone de manifiesto la actualidad de esta España “neo-invertebrada”. Ya lo intuyó Fernando el Católico (1479): “La nación es bastante apta para las armas, pero desordenada, de suerte que solo puede hacer con ella grandes cosas el que sepa mantenerla unida y en orden”.
A la vista de quienes y como nos gobiernan, no parece que sepan y sean capaces de mantenerla unida y en orden. ¿Qué se puede esperar de un gobierno reconstruido y sustentado con “cachos” de lo peor de esos partidos políticos que lo único que pretenden es tener el poder para destruir España y desmembrarla en múltiples repúblicas secesionistas e independentistas en donde no exista ni Dios, ni Patria, ni Rey?. Vuelvo a traer una frase de Alfredo Pérez Rubalcaba (publicada en este mismo medio, en el artículo que titulé “La España de Efialtés”) cuando dijo: Los socialistas no pueden ir a la investidura y mucho menos gobernar de la mano de los “independentistas” y demás grupos de “extrema izquierda” que quieren romper aquello que ellos quieren gobernar” (España).
“Espejo Público”. Sin saberlo ni pretenderlo, Rubalcaba predijo para nuestra desgracia –sin necesidad de recurrir a San Malaquías, ni a Rappel, ni Aramis Fuster- lo que iba a pasar cuatro años más tarde en la política española: «Imagínense la que tendríamos montada si hubiéramos ido a una investidura con el apoyo de Podemos, que está en el derecho de autodeterminación, y de los independentistas, que ya ni les cuento», aseguró.
Y he aquí que tenemos un presidente investido con el apoyo de Podemos y de los independentistas y separatistas vascos, catalanes y gallegos. Si releyéramos “El Príncipe”, de Maquiavelo, nos daríamos cuenta de que la política filosófica de gobierno en España es la misma que él -ya en el siglo XVI- aconsejaba a los príncipes renacentistas: ignorar los estándares aceptados de lo que es la virtud e “incurrir en el mal cuando fuera necesario”. No para el pueblo…sino para ellos mismos. ¿Somos conscientes de que vivimos en una época de mentiras continuas, gobernados por gentes mediocres e incapacitados que se disfrazan de redentores para acrecentar su propio “peculio” y el de sus compinches?
Vivimos una época en que se estafa hasta a la decencia y a la honradez, como si viviéramos una nueva picaresca – de lo más ruin posible y propia de las “Aventuras de Lázaro de Tormes”—que enriquece las faltriqueras de los indocumentados que la dirigen. Y lo peor de todo esto es que tenemos—salvo raras y honrosas excepciones—una oposición achantada, asustada y acobardada que permite que nos gobierne el reino de los inmorales, corruptos e ineptos, con conocimiento de causa. Por desgracia, la gente se vende por un plato de lentejas mal guisadas. Y esto no sería lo más preocupante para el futuro de España… Con la excusa del estado de alarma y de ese confinamiento “carcelario” se está intentando dar— poco a poco y como quien no quiere la cosa—un disimulado, deshonroso y mezquino golpe de Estado --al más puro y populista estilo venezolano-- orquestado ladinamente por Iglesias y asentido impúdicamente por Sánchez.
¡Está visto que a España hay que procurarle un enemigo de fuera, de no ser así…se vuelve contra sí misma y se autodestruye! Tenemos igualmente que procurar cambiar -más pronto que tarde- el actual Gobierno por otro que sea democrático, honesto, que no mienta y que sea capaz de mantenerla unida y en orden para alcanzar y recuperar todos esos logros sociales, propios de ese “estado de bienestar”, que hoy por hoy y gracias al aberrante “Gobierno Frankenstein” que nos gobierna…es ya casi irreversible e irrecuperable.
Pedro Manuel Hernández es Licenciado en Medicina y Cirugía, en Periodismo y ex Senador autonómico del PP por Murcia