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A por uvas

11/01/2021 - 

MURCIA. Acabamos de estrenar un nuevo año, muchos tomando las tradicionales '12 uvas de la suerte', y confiados –esta vez especialmente- en que sea mucho mejor que el que hemos dejado atrás. Pero lo empezamos con luces y sombras.

En el haber, todos esperamos que la vacuna pueda por fin mantener a raya a este virus que ciertamente nos ha cambiado la vida.

Pero en el lado del debe quiero destacar que empezamos el año con un miembro menos en la Unión Europea: se ha consumado el Brexit después de una última semana de 2020 cargada de negociaciones y de firma de acuerdos para evitar incumplir plazos.

La historia del Reino Unido dentro de la Unión no ha sido idílica; más bien una historia de desencuentros, de continuos 'tira y afloja' por no ceder un ápice de soberanía. No soy capaz de valorar el espíritu europeo del pueblo británico -no lo pretendo-, ni tampoco las consecuencias del Brexit en nuestras vidas y en nuestras economías.

"Que en un mundo global, y ante la pandemia, sigamos asistiendo en Europa a esfuerzos disgregadores, me parece que es estar a por uvas"

Tan solo me gustaría hacer unas reflexiones sobre lo que pienso que está en su origen, y es además uno de los grandes males de la actual sociedad occidental: el individualismo. Un mal que afecta a muchos aspectos de nuestra vida, y que condiciona nuestra forma de entender y afrontar la realidad. Individualismo que en lo personal es fruto de algo tan antiguo y 'universal' como el egoísmo, y que económica y socialmente conlleva además otra grave secuela: el cortoplacismo.

Y lo ilustraré con un ejemplo vivido de cerca. Hace años trabajé en una empresa que representaba a varias multinacionales extranjeras en España. Comprábamos para ellas productos fabricados en la Región de Murcia y la Comunidad Valenciana, exportando principalmente a Japón y a los Estados Unidos. Hacíamos un volumen considerable, en consonancia con el tamaño de esas empresas, y con un sector que durante la última década del siglo pasado aún contaba con importantes fábricas, antes de que la competencia china y de algunos países de Sudamérica llevara a la quiebra a muchas de ellas.

Recuerdo dos cosas de esos años: primero el fracaso de la propuesta de constituir una central de compras entre todas las empresas, para conseguir un precio estable y más asequible de la materia prima. Nunca salió adelante porque, aprovechando la presión de lo que podría suponer esa central, alguna de las grandes fábricas se adelantaba y negociaba a la baja con agricultores o empresas suministradoras de otras materias primas (azúcar, ácido cítrico, etc.).

Pero sobre todo recuerdo el fracaso -año tras año- de las reuniones que mantenían los empresarios del sector para tratar de fijar un precio mínimo de venta. Como agente de esas multinacionales, cuando empezaba la producción, o unas semanas antes, solía enviar a mis clientes un informe sobre las perspectivas de la campaña. Para ello hablaba con alguno de esos empresarios que se habían reunido, y me contaban cómo se presentaba la cosecha, los precios de la fruta en campo, el total que se iba a procesar, etc. Y los precios de venta que habían marcado.

Es triste pero nunca se cumplieron esos acuerdos. Tan es así que lo único seguro tras esas reuniones era que el precio sería distinto al acordado. Bastaba que una de las empresas quisiera cerrar el primer pedido de la campaña para bajar el precio medio dólar, y se desataba la guerra.

Era un sector intensivo en mano de obra y probablemente estaba destinado a desaparecer igualmente ante la competencia de esos países con menores costes salariales, pero, desde luego, esas guerras de precios precipitaron muchas quiebras, porque algunas empresas llegaban a vender incluso por debajo del coste de producción.

Estos últimos meses hemos visto cómo un 'bichito' provocaba una crisis sanitaria sin precedentes que -como consecuencia de la globalización- se ha convertido en mundial, y con unas consecuencias económicas cuya verdadera dimensión aún está por conocer.

Que en un mundo global, y ante las circunstancias que nos presenta esta pandemia, sigamos asistiendo en Europa -y no digamos ya en España- a esfuerzos disgregadores, me parece que -eso sí- es estar completamente 'a por uvas'.

Si Europa y sus empresas quieren recuperar algo de protagonismo en el orden mundial, e incluso muchas de éstas tan solo sobrevivir, es urgente recuperar ese espíritu de unidad que alentó a los fundadores de la CEE. Soy de naturaleza optimista, pero –insisto- o nos dejamos de egoísmos cortoplacistas, o pronto nos convertiremos no sólo en un conjunto de mercados marginales, sino en un actor muy secundario en la economía y en la política mundiales.

En los últimos meses hemos podido leer por ejemplo como China, dentro de sus expectativas de desarrollo fruto de sus planes quinquenales, estima que para 2035 (¡y estamos empezando 2021!) puede duplicar su PIB, o también como para 2049, año del centenario de la fundación de la República Popular, tiene el objetivo de convertirse en la nación líder del sector espacial mundial.

Con enfoques así -a largo plazo- uno puede plantearse cosas grandes. Algo que en Europa hemos perdido con el individualismo. ¿O no les resulta más 'familiar' la lucha entre países por ser beneficiarios de más fondos? ¿O –aún más cercano- el trapicheo para conseguir aprobar el Presupuesto de ¡un año!?

Prefiero no dar datos de la distinta evolución que han llevado durante los últimos veinte años el PIB de los países europeos o Estados Unidos, en comparación con los de países como China o India, pueden verlos ustedes aquí.

Y confío en que 2021 nos traiga el final de esta pandemia y una enseñanza: la necesidad de recuperar los valores que hicieron grande a Europa y a la sociedad occidental.

Javier Giner Almendral

Economista

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