MADRID. Podría ser un guión de su padre. Parece intuirse la mirada siempre mordaz y satírica de Luis García-Berlanga en esta historia que protagoniza su hijo José Luis estos días en Madrid. Una historia hasta cierto punto esperpéntica y surrealista, un despropósito de los que solía rodar el añorado cineasta valenciano. El argumento hubiera seducido sin duda al director de La Escopeta Nacional y suscitado el interés de los productores más voraces.
Esta podría ser la sinopsis del proyecto: un cineasta de éxito decide abandonar la industria hastiado por las ingratitudes de la profesión y aventurarse a montar un restaurante. Macera la idea durante diez años hasta que por fin encuentra el momento apropiado, el valor suficiente para cambiar de vida a sus 65 años y la financiación necesaria para acondicionar un local en uno de los barrios más caros de la capital. Abre expectante e ilusionado las puertas de su restaurante y justamente un mes después estalla una pandemia mundial de esas que acontecen una vez cada siglo y que obliga a confinar a la gente en sus casas, a prohibir el contacto social y a cerrar todos los restaurantes. En otro momento hubiera parecido un relato distópico, pero hoy es más bien cine social hiperrealista.
Como digno heredero del apellido Berlanga, el protagonista de esta historia, José Luis, el hijo primogénito del genio valenciano, es capaz incluso de reírse de todo esto mientras reconoce haberse quedado "acojonado" cuando vio salir a Pedro Sánchez a declarar el estado de alarma. "Como todos los españoles, no me lo podía creer y, aunque lo primero fue pensar en la salud, enseguida reaccioné y empecé a barajar opciones para seguir adelante con el negocio".
Nos recibe por la puerta trasera del restaurante, la que da acceso directo a la cocina, pertrechado con gorro, guantes y mascarilla. En lugar de la mano nos ofrece un bote de gel hidroalcohólico como exige el riguroso protocolo de seguridad en tiempos de coronavirus. Ejerce de anfitrión mostrando brevemente las distintas estancias de un local moderno y elegante sin parecer elitista. "Todos los libros que ves en las estanterías de las paredes son de la colección personal de mi padre, los traje de la casa de Somosaguas donde vivía, y aún hay 70 cajas más de libros suyos guardados en un sótano".
Una gran foto en blanco y negro de su padre custodia la entrada mostrando a un Luis García Berlanga joven y pensativo sentado en una silla de director. "Es del rodaje de El Verdugo y quería mostrarlo así, joven y trabajando, no como siempre se le recuerda con la imagen de cuando era un anciano con la barba blanca".
Se recrea en los recuerdos y habla con la serenidad de quien todavía no tiene urgencias porque son las diez de la mañana y el local aún no funciona a pleno rendimiento, pero no tardará en hacerlo. Suena el teléfono con un primer pedido como un pistoletazo de salida de una intensa jornada de trabajo, como todas las que están viviendo desde que decidieron reinventarse y seguir trabajando durante esta crisis. "Siempre he pensado que un rodaje nos prepara para cualquier cosa en la vida. He sido productor ejecutivo y director, y ahí te acostumbras a reaccionar sobre la marcha. Aunque llueva o truene tienes que sacar el plan de grabación. Aquí hice lo mismo, aplicar la capacidad de reacción que había aprendido durante toda mi vida y enseguida decidí empezar a cocinar para repartir comida a domicilio. Pensé que al fin y al cabo, las paellas se comen en casa". Y pensó bien, muy bien, tal y como avalan sus números desde que el mundo colapsó. Reparte una media de 70 raciones al día por unos 18 euros la ración.
Podría parecer una osadía repartir arroces a domicilio en plena pandemia y en una ciudad donde el término paella engloba una amalgama indefinible de combinaciones cada cual más aberrante. Madrid siempre ha sido antónimo de paella, "es para enfadarse", pero él apeló a sus orígenes valencianos y a su pasión por la cocina para tratar de desmontar ese tópico absolutamente justificado. "Los madrileños se comen cualquier cosa como paella. Durante años mis amigos me preguntaban dónde comer un buen arroz en Madrid y viendo que no podía dar una respuesta fiable, me insistieron para que montara yo mi propio restaurante. Llevaba ya muchos años dando clases de cocina en una prestigiosa escuela de Madrid llamada Alambique, así que finalmente me decidí porque ya estaba muy agotado del cine, que es muy complicado".
Habla con hartazgo pero con cierta nostalgia también. "Esos años en el cine han sido los más felices, nunca olvidaré esos rodajes de Conan el Bárbaro, de La Pantera Rosa, de Hospital Central… es vivir en un mundo ajeno y apasionante. A mí la cocina me gusta mucho, pero nada es comparable con un rodaje. Conseguir terminar una secuencia con tres mil extras es una sensación indescriptible".
En cambio, ahora su jornada transcurre entre fogones, sofritos, caldos y unos granos de arroz que le llegan directamente de Valencia, "de una familia que lleva siete generaciones trabajando en la Albufera". Dice ser un clásico en la preparación, "un buen caldo es el secreto", pero no un fundamentalista de la paella. "Aquí hay tres arroces que me he inventado yo y que a la gente le encantan. Uno de puerros y rape, otro de gambas y uno de níscalos y pato que hago en otoño".
José Luis está aplicando ahora todo el conocimiento que adquirió desde niño en su casa, donde la paella del domingo era preceptiva, aunque nunca fuera su padre quien se pusiera a los mandos porque "no sabía ni hacer una tortilla francesa, como buen señorito malcriado de su generación". Lo que sí hubiera sabido hacer es retratar este insólito momento de la historia de nuestro país. Cronista lúcido y mordaz de la realidad española, Luis García-Berlanga hubiera sabido desenterrar el humor y la ironía en medio de esta tragedia, por irreverente que pareciera. "La sociedad ahora es demasiado sensible con todo, hay nuevas censuras sociales, se ofende con facilidad, pero estoy seguro de que él hubiera sabido hacernos reír a todos en estos momentos".
Burlar la censura fue al fin y al cabo una constante en la carrera de su padre. "Ya le criticaron con La Vaquilla, diciéndole que no se podía hacer humor con la guerra civil, pero él siguió adelante. Y ahora haría lo mismo, contaría por ejemplo la historia de alguna familia confinada en la que se va deteriorando la convivencia". No hubiera tenido tanto problema él con este confinamiento "porque le gustaba la soledad y encerrarse a trabajar en su biblioteca", aunque reconoce José Luis, entre risas y con sorna, que hubiera vivido la pandemia "con mucho miedo porque era muy hipocondríaco, le gustaba tener todas las enfermedades que oía".
El año que viene se cumplirá el centenario del nacimiento de Berlanga, lo que se ha convertido en una fecha señalada para conmemorar al cineasta de Utiel. "Ximo Puig está trabajando para conseguir que se declare el año Berlanga y que los Goya se celebren en Valencia, aunque ahora es todo una incógnita". Y además será por fin el momento de desvelar el guion secreto que dejó escondido en una caja fuerte dos años antes de morir. Ese guion inédito fue su último legado, su última palabra, pero tan solo sus más allegados conocen el contenido. "Solo puedo adelantarte que una vez más mi padre fue clarividente, pero es un secreto hasta el año que viene. Si apagas la grabadora te cuento de qué va". Se apaga la grabadora. José Luis cumple su palabra. Efectivamente, su padre fue un genio hasta sus últimos días.