MURCIA. Desde hace años, circula por Internet una encuesta realizada al público francés en diferentes momentos desde 1945, con una pregunta muy concreta: ¿Cuál cree usted que fue la nación que más contribuyó a derrotar a Hitler? Los resultados hablan por sí solos: si en mayo de 1945, recién terminada la Segunda Guerra Mundial en Europa, un 57% de los franceses creían que la URSS había sido la principal responsable de la derrota de Alemania, un 20% consideraba que era Estados Unidos y un 12% Gran Bretaña, en 2004 las cifras se habían invertido casi por completo: sesenta años después de la guerra, los franceses (que, en su mayoría, no la habían vivido) creían que la victoria se había logrado sobre todo gracias a los Estados Unidos (58%), por sólo un 20% la URSS y un 16% Gran Bretaña.
"los primeros resultados de la vacuna rusa, en un ensayo clínico sobre 40.000 personas, son más que prometedores, con una protección frente a la covid-19 superior a un 90%"
Sesenta años de documentales y películas sobre el Día D y el frente occidental después, los franceses estaban convencidos de que la guerra se había ganado gracias a los estadounidenses. Sin embargo, durante el conflicto la mayoría de las tropas alemanas (el 75%) estuvieron desplegadas en el frente oriental. Fue la URSS la que más sufrió, en millones de muertos, heridos y prisioneros, el embate alemán, pero también fue la URSS la que acabó por doblegar al ejército alemán. Estremece pensar, de hecho, cómo habrían podido abrirse paso en Normandía los aliados occidentales de no estar el esfuerzo bélico alemán tan comprometido con la guerra en el Este.
La verdad es que no sorprende que la percepción del público haya ido cambiando, y no sólo por la propaganda o glorificación en la ficción audiovisual de los aliados occidentales. Y es que Rusia nunca ha tenido muy buena prensa en Occidente. Ahora son los bots rusos y la peculiar concepción que de la democracia y las libertades públicas se tiene en la reactivación del imperio ruso que constituye el reinado de Vladimir Putin. Pero antes fue el comunismo esclerotizado, y antes de él las terribles purgas estalinistas, y antes la autocracia zarista, y antes... Incluso cuando Rusia "cae bien", básicamente porque hace lo que le dicen desde Occidente, también es objeto de choteo, como ocurría en la época de Boris Yeltsin.
Evidentemente, esta mala prensa tiene una base real, a menudo terrorífica. Pero el problema es que la crítica viene a menudo acompañada por el desprecio. Desde Occidente se mira a veces a Rusia no sólo como un país bárbaro, sino como un país atrasado. Por eso, cuando desde allí llegan avances científicos tienden a recibirse, en Occidente, con escepticismo. Es lo que ocurrió, sin ir más lejos, con el programa espacial soviético, hasta que apareció el satélite Sputnik, que los rusos lograron poner en órbita en 1957. Y es lo que ha ocurrido ahora con la vacuna rusa, denominada también Sputnik, porque también sería, como dicho satélite, un hito en el avance científico logrado por Rusia. Sin embargo, cuando llegaron las primeras noticias sobre esta vacuna, desde Occidente, tanto políticos como medios de comunicación, se asumió que era un nuevo brindis al sol, un acto propagandístico más, desprovisto de contenido. Abundaron las risas y el paternalismo.
No es que la reacción occidental hacia la vacuna rusa sea la excepción a la regla. En general, la pandemia y su solución mediante las vacunas está siendo un ejemplo paradigmático de cómo funciona la geopolítica mundial, y de que el mundo sigue dividido en bloques. Desde el principio, se ha asumido que las únicas vacunas válidas para Occidente eran las desarrolladas por empresas occidentales. De hecho, se tendía a considerar que, en realidad, éstas eran las únicas vacunas de verdad. Las chinas y las rusas, a saber si son eficaces. Y las rusas, además, seguro que llevan nanobots controladores de Putin que en vez de curarte el coronavirus te inyectan propaganda criptosoviética en vena.
Pues bien: a la espera de saber cómo funcionan esos nanobots, los primeros resultados de la vacuna rusa, en un ensayo clínico desarrollado sobre 40.000 personas, son más que prometedores, con una protección frente a la covid-19 superior a un 90%, homologable a la de las vacunas occidentales más eficaces. Y esto ha contribuido a poner sobre la palestra la posibilidad de hacerse, desde la Unión Europea o directamente desde los Gobiernos nacionales que la componen (como ya ha hecho Hungría), con dosis de la vacuna rusa.
Sobre todo porque, a estas alturas, ya está bastante claro que la estrategia de la UE de hacer compras centralizadas no está dando buenos resultados. Ha impedido, posiblemente, que los países europeos se hayan enfrentado entre sí en un mercado persa por hacerse con suficientes vacunas para su población. Pero, al mismo tiempo, ha incrementado el cuello de botella de suministro de vacunas para todos los países europeos, especialmente irritante en países que, como Alemania, son los inventores de alguna de las vacunas que se han vendido en mucha mayor medida a otros países, como es el caso de la de Pfizer-BioNtech.
Sin duda, fue muy buena idea que se intentara desarrollar, en paralelo, muchas vacunas contra la covid-19, con distintos principios de funcionamiento y enfoques, por parte de muchas empresas y países. Y ha sido un éxito histórico de la ciencia, que en apenas un año ha encontrado no uno, sino varios posibles remedios contra la peor pandemia de los últimos cien años. Pero, conforme vamos viendo cuáles funcionan y en qué medida lo hacen, se revela como progresivamente más absurdo el planteamiento de que los países occidentales sólo puedan tener vacunas "suyas", ignorando las demás. Aunque también funcionen, a veces mejor que las occidentales.