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LAs SERIES Y LA VIDA 

'Succession' comenzó hace 43.900 años

14/12/2019 - 

MURCIA. Son asquerosamente ricos, despreciables y odiosos; no hay uno que se salve. Egoístas, crueles, rastreros. Y nos encantan. Acaba la segunda temporada de Succession y ya estás deseando que empiece la tercera. Les echas de menos. Queremos seguir viviendo una rato más con la familia Roy, por favor, otro capítulo, aunque nos asqueen sus acciones. ¿Por qué nos pasa esto?



Respuesta sencilla: porque es una buena serie. Muy bien contada y realizada, muy bien interpretada, muy bien escrita. Porque no son solo ricos luchando por el poder, que es básicamente de lo que va la serie, también son seres humanos complejos. Aunque sus vidas no se parecen a las nuestras (supongo que ustedes, como yo, no tienen yates gigantescos, helicópteros, aviones y castillos en Escocia, ni dirigen la primera gran empresa de telecomunicaciones del mundo), sus emociones sí. La inseguridad, el sentimiento de inferioridad, la autocompasión, la incertidumbre, la vergüenza, la venganza, el miedo. Y si eso está bien contado, como es el caso, esos personajes de ficción vestidos con trajes de 2000 dólares nos representan. También somos nosotros, aunque vayamos peor vestidos. 

Les confieso que no tenía ganas de verla: otra serie sobre mala gente, encima ricos y pijos que se hacen putadas entre ellos, no, gracias, no es lo mío y ya hay suficientes, será por series. Pero como me dedico a esto y no paraban de hablar de ella personas de las que me fío, allá que fui con el primer capítulo. Y me quedé hasta el final: dos temporadas entre pecho y espalda de atracón. Y todo el rato preguntándome por qué no podía vivir sin ellos, por qué no podía dejar de mirar. 

Como tengo la gran suerte de que me pagan por analizar series puedo dedicarme a reflexionar sobre por qué pasan estas cosas, por qué me pasan a mí. Por qué una serie que no tendría que gustarme (el tema me importa un bledo y es un tipo de argumento que no me atrae) acaba apasionándome. Así que aquí estoy, reflexionando. Y en primera persona, que no debería porque esto es un apartado de crítica y no mi blog particular y me va a reñir el redactor jefe. Pero es que tengo que hacerlo desde lo personal para poder entender desde mi desconcierto. Porque esa es la función de la crítica, analizar para entender. (En realidad, siempre es desde lo personal, no hay otra, aunque se enmascare en terceras personas, plurales y formas impersonales y supuestamente objetivas).

Vamos a retroceder un poco en el tiempo. Bueno, mucho. Hace unos días se publicaba una noticia preciosa: el descubrimiento en Indonesia de unas pinturas rupestres que serían la primera escena narrativa conocida, el ejemplo más antiguo que conocemos. La obra tiene 43.900 años. Dicen los arqueólogos que la han estudiado que “La capacidad de inventar historias de ficción pudo ser la etapa clave en la aparición del lenguaje y pensamiento humanos”. Y la paleoantropóloga María Martinón-Torres, directora del Centro Nacional de Investigación sobre Evolución Humana (Cenieh), observa: “me parece conmovedor encontrar las raíces profundas de algo que es tan genuinamente humano como la capacidad de contar historias.”

Conmovedor, cierto. Desde hace, como mínimo, 43.900 años vivimos con la ficción, con ese impulso inexplicable de contar historias en imágenes. Las necesitamos para expresar certezas y dudas, miedos y alegrías o incluso lo inexpresable. Nos explican y nos desafían. Nos permiten habitar el mundo. Desde aquella primera escena de caza (primera que sepamos, puede que otros descubrimientos atrasen aún más la fecha) hasta el final de la segunda temporada de Succession. Han transcurrido unos cuantos milenios y hemos creado infinidad de ficciones a través de todo tipo de medios pero seguimos necesitándolas para entender la realidad. 

Una imagen contiene todas las imágenes, un relato todos los relatos. En Succession resuenan historias de dioses antiguos, ecos mitológicos y bíblicos. Shakespeare, por supuesto, en la exposición de la lucha por el poder, en la representación de las relaciones paternofiliales o en los certeros diálogos. Los lujosos melodramas del Hollywood dorado como Los insaciables (The Carpetbaggers, Edward Dmitryck, 1964). Pero también la disección de la burguesía de Claude Chabrol o el Buñuel de El ángel exterminador (1962) y El discreto encanto de la burguesía (1972) y su discurso antiburgués (¡ese “jabalí, al suelo”!).

Lo que no es Succession es la puesta al día de culebrones como Falcon Crest o Dinastia, por más que en una mirada rápida pudiera parecerlo. No, aquí no hay giros de guion locos, ni se juega con lo inverosímil, ni personajes que resucitan, ni triples saltos mortales de la trama. Este no es un mundo caricaturesco de buenos y malos. Succession se sustenta sobre una muy sólida construcción de personajes complejos y muy completos, que nunca, nunca, nunca son clichés. Son ellos los que te atrapan con toda su toxicidad. Personajes que requieren intérpretes de primera y muy bien dirigidos, como es el caso. En este sentido, no se pierdan (si ya han visto la serie, que hay espoilers), este análisis del guionista Javier Meléndez sobre el físico de los actores y actrices y su trabajo corporal y gestual.

También se sostiene sobre un ritmo impecable y una puesta en escena coherente con lo que se cuenta. Como esa cámara movediza cuando están los Roy en acción, reflejo de la tensión constante en la que viven ellos y su corte. Cámara que se detiene cuando toca expresar la soledad o la angustia de algún personaje, especialmente los primeros planos que le dedica a Kendall y su viacrucis de la segunda temporada (un arco narrativo esplendoroso), o los planos generales que contrastan su figura desconcertada con el entorno.

La serie tiene tragedia, comedia, farsa y humor retorcido, además de un retrato inmisericorde de nuestro presente, del capitalismo triunfante, la esfera de los negocios y, no olvidemos quienes son los Roy, del mundo de la comunicación y la información. Y de la familia, por supuesto, también de la familia, ese infierno.


La paleoantropóloga que citaba antes también dice sobre las pinturas halladas: “Incluso si lo que pretendían únicamente con esas figuras era rememorar una hazaña pasada, ensalzar la valentía o la bravura de algunos cazadores atribuyéndoles capacidades sobrehumanas, es maravilloso pensar que quizá estemos admirando la primera metáfora de la prehistoria”. Metáfora. Resulta que sin la metáfora no somos nada.

Y por eso necesitamos a los Roy aunque les detestemos. Son metáfora y proyección. De nosotros mismos. Amamos al inmaduro y cruel Roman soltando barbaridades y siendo profundamente incorrecto mientras se esfuerza en que le tomen en serio. A Kendall intentado matar el padre para poder ser él mismo y perdiendo su alma en el intento. A Shioban humillando a su marido e intentando ser alguien en un mundo de hombres. A Tom y Greg (¡qué hallazgo este par!) ansiando encajar aunque eso signifique arrastrarse o ser ridículo. Al implacable Logan luchando por no envejecer, porque aunque seas el hombre más rico del mundo te harás viejo, enfermarás y morirás. Y a todos enmascarando, mal que bien, sus deseos y sus miedos. Nuestros deseos y nuestros miedos. Exorcizados por aquel sorprendente gesto primario y primordial de un ser humano que decidió, vete a saber por qué, pintar una escena narrativa en una pared.

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