MURCIA. Esta semana coinciden en la cartelera dos películas que sitúan a la mujer en el centro del relato para evidenciar su vulnerabilidad dentro de un sistema que continúa siendo excluyente y discriminador, explotador y machista y que la condena a la marginación y la invisibilidad.
Se trata de la italiana Sole y de la marroquí Adam. En ambos casos, las dos películas se titulan igual que los nombres que las madres protagonistas deciden ponerles a los hijos que acaban de tener y de los que no podrán hacerse cargo. Las dos nos muestran a mujeres oprimidas, marginadas por la sociedad que no saben cómo enfrentarse a la situación en la que se encuentran. La primera está protagonizada por una inmigrante huérfana y la segunda, por una madre soltera en un país donde el embarazo fuera del matrimonio resulta un estigma.
Sole es la ópera prima de Carlo Sironi y se adentra en el espinoso tema de la maternidad subrogada. Está contada desde el punto de vista de un joven, Ermanno (Claudio Segalucio) que se dedica al hurto menor y a jugar a las máquinas tragaperras. No tiene interés por nada ni nadie, pero un día su tío le encargará vigilar a una joven, Lena (Sandra Drymalska) que está dispuesta a venderle a su hijo cuando nazca. Frente a sus ojos (también ante los del espectador) se abrirá una realidad terrible, cómo un bebé puede convertirse en una mercancía y de qué forma se puede llegar a comercializar con la reproducción y el cuerpo de las mujeres en un contexto de pobreza económica, falta de recursos y fragilidad afectiva.
El director construye una delicada y dura película de puertas adentro en la que poco a poco se va construyendo la relación entre los personajes, entre miradas, silencios y una frialdad ambiental y expresiva que va calando los huesos. Los dos son demasiado jóvenes, demasiado ingenuos en el fondo, están solos y nadie jamás los ha cuidado. ¿Cómo van a sacar adelante a un recién nacido? Puede que Carlo Sironi haya intentado distanciarse y no ofrecer juicios morales, pero la forma en la que retrata a la mujer que quiere comprar el bebé avasallando al doctor mientras ella está tumbada haciéndose una ecografía no deja lugar a dudas de la incomodidad que pretende transmitir.
Igual de opresiva es la atmósfera que presenta Adam, otra ópera prima, en este caso de una directora, Maryam Touzani (habitual guionista de su pareja, Nabil Ayoch) que se presentó en 2019 en ‘Una cierta mirada’ del Festival de Cannes. La protagonista es Samia (Nisrin Erradi), una joven embarazada que deambula por las calles de Casablanca buscando un trabajo. No tiene pareja, y por tanto es considerada como una paria sin futuro. Ese es el pensamiento que tiene incrustado en su cabeza, el que le han inculcado desde pequeña y que ha experimentado en carne propia siendo rechazada de todos lados para terminar durmiendo en la calle.
Al igual que ocurre con Lena en Sole, no sabremos nada del pasado de Samia. En ambos casos las protagonistas llevan en su interior una carga que solo pueden expresar con la mirada, de una tristeza infinita. Son incapaces de verbalizarla su pena porque se encuentran bloqueadas y, además, su voz no parece contar en una sociedad que las condena al olvido. Ambos directores apuestan por la contención expresiva, consiguiendo que adquiera más carga significativa aquello que callan sus personajes.
Samia será acogida por Abla (la gran Lubna Azabal), otra mujer sola que ha enviudado y que cuida de su hija mientras regenta una pastelería. Las dos se encuentran encerradas en sus propias frustraciones y son incapaces de darles salida. Parece que el sufrimiento sea su única opción. Pero entre ambas se irá estableciendo una complicidad, intentarán ayudarse mutuamente en un ejercicio de enternecedora sororidad a pesar de la dureza de la situación, con la vergüenza añadida que siente Samia por ser madre soltera y la proscripción social a la que se ve condenada.
La cámara de Touzani se acerca con mucho cariño a sus personajes, intenta aproximarse lo máximo posible a sus rostros, a la manera artesanal y cuidadosa con la que preparan la comida. Pero la estructura social pesa sobre Samia y sabe que pronto tendrá que tomar una decisión.
Tanto en Sole como en Adam el nacimiento de los niños provocará un enorme sufrimiento a esas madres a las que la sociedad parece querer cargar con la culpa el resto de sus vidas. Los dos directores intentan acercarse a estos momentos desgarradores con el máximo pudor, poniendo de manifiesto las heridas psicológicas que supone para estas mujeres no entregarse al impulso natural de protección y crianza.