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Rubén Serrano: "El mayor adoctrinamiento es el de la heterosexualidad"

El periodista alicantino presenta 'No estamos tan bien', un ensayo sobre la violencia ejercida a las personas que viven fuera de la norma cis hetero en España

5/10/2020 - 

MURCIA. Las apariencias engañan y los prejuicios nublan. Tal vez por eso sea tan importante nombrar las cosas, verbalizar los hechos, y que el conjunto de la sociedad le da la importancia que tiene para vidas humanas. Ese seria un primer paso de otros muchos para corregir lo que el periodista Rubén Serrano expone en su ensayo No estamos tan bien. Nacer, crecer y vivir fuera de la norma en España (Temas de hoy, 2020), un libro que en realidad es una herida doble: para quien la lee y se sienta más o menos víctima de esa violencia que se entrevé en las treinta y tres historias que cuenta, y para quien sea -por el contrario- parte del problema directa o indirectamente. No hay medias tintas porque no se puede tener: Serrano expone una realidad sin aderezos, testimonios crudos para demostrar que, más allá de la legislación, España tiene un problema de tolerancia.

- Una de las primeras ideas que planteas es que España cuenta con una de las legislaciones más avanzadas, pero sin embargo, la sociedad va por detrás en ese sentido, cuando suele ser al revés, que la política vaya a rebufo de la gente. ¿Por qué ocurre esto en este contexto particular?
- No te sé decir una respuesta clara concreta o si hay un punto en concreto que provoca esta diferencia. Sí que sé que tiene que ver con la estructura en la que vivimos, que es el capitalismo cis hetero. ¿Qué significa esto? Que aunque haya unas leyes que nos protejan, en el día a día, el propio sistema hace que no se apliquen. Romper las cadenas de raíz es difícil, por no decir imposible, y en España, nuestro problema no está en la conversación ni es una preocupación real de la sociedad. Cuando algo lo es, también se le trata con violencia: si hay gente sin recursos, se señala la okupación, si hay racismo, se ignora en Mediterráneo.

- También hablas la ocultación y la invisibilización de lo no-heterosexual en las escuelas, y señalas que esa es la peor de las violencias.
- Es que es ver que no existes, que no estás, que el mundo no te tiene en cuenta. Creo que sería injusto responsabilizar a la escuela y al sistema, pero también es cierto que las carencias ahí son brutales. Hablo por ejemplo de cómo se nos enseña los referentes, hombres poderosos, heterosexuales… Cuando no lo son, lo ocultan, y el gran ejemplo de ello es Federico García Lorca. Hay que decir que Lorca era homosexual, y que murió por serlo. Y lo que ocurría en Safo y en el Imperio Romano. No se trata de una asignatura que enseñe diversidad, sino de corregir un borrado sistemático que sigue perpetuándose y que es muy difícil de tumbar cuando hay lobbies diciendo eso es doctrina de género y adoctrinamiento. El mayor adoctrinamiento, sin embargo, es la heterosexualidad, porque no enseñan nada fuera de ella.

- Las historias acaban con una solución: las personas que denuncian, resuelven el juicio; quien se ha exiliado, encuentra asilo en algún lugar… ¿Era una decisión editorial tuya o simplemente que las historias que trascienden, que se atreven a contar estas víctimas, son las que han encontrado una salida?
- Por supuesto, hay muchísimas historias que no salen a la luz por dolor, por sentimientos, por ser demasiado crudas, o por el contexto sociocultural por el que se mueve la víctima. Es posible que eso haga que el libro tenga un punto de positivismo, pero, por ejemplo, si pudiera cambiar algo del libro, hace dos días Camila -uno de los testimonios de libro- me dijo que finalmente se vuelve a Perú porque no le han concedido el refugio aquí. Hay historias que puede parecer que acaban bien, pero en muchas de ellas los nombres son ficcionados, y que una persona no quiera dar su nombre es señal de algo.

Por otra parte, sí que creo que el libro deja claro lo importante que es contar y verbalizar las cosas. En el libro habla gente con 60 años y con 20, pero la raíz es la misma: nuestra diferencia siempre se paga con violencia.

- Hay quien opta por esperar al paso del tiempo para que las cosas mejoren, esperar que las nuevas generaciones mejoren a sus referentes. Pero no es cuestión de tiempo, porque la disidencia sexual lleva décadas luchándose y así seguimos.
- Claro, es que no es un problema generacional, es un problema de estatus, de sillones y de violencia indiscriminada a las personas LGTB, racializadas, a las mujeres, a los migrantes. Es el estatus el que sigue perpetuando una esa diferencia y esa violencia, y es súper poderoso. Somos más visibles ahora que hace años, pero en el Congreso de los Diputados hay 52 escaños de un partido que es abiertamente homófobo y que ha dicho literalmente que las relaciones homosexuales merecen menos derechos que las heterosexuales. También hay ahora un pseudofeminismo académico que habla de “doctrina de género”… Lo decía Audre Lorde, “las herramientas del amo nunca desmontarán la casa del amo”. No podemos esperar, hay que tumbar el sistema que nos somete.

- En cuanto a ese pseudofeminismo del que hablas. Supongo que cuando los ataques vienen de espacios y posiciones teóricamente progresistas, siendo la misma violencia, le herida escuece algo más.
- Es que estas posiciones del feminismo académico no son progresistas, es poder. Sus ataques son para mantener una hegemonía y una posición, y eso no es feminista. El feminismo es igualdad, no cancelar y anular derechos. Ver que el PSOE y algunas personas con mucha exposición adoptan esas posturas es decepcionante, pero no sorprendente. Ver todo lo que ha apoyado Carmen Calvo o Adriana Lastra compartiendo artículos tránsfobos dan cuenta de que el PSOE no es lo que era cuando Pedro Zerolo promovió la Ley de Matrimonio Igualitario.  Se sabe que dentro del partido hay posiciones enfrentadas por las vidas trans, y que estas sean cuestionadas es símbolo de que no les importamos nada.

- El No estamos tan bien del título da cuenta a una imagen que se ha construido sobre la situación de las personas LGTBIQ+ en España. ¿Parte de esa responsabilidad recae en los medios de comunicación?
- Por supuesto, en cuestiones como cuando en sucesos que afectan a mujeres trans se les llama hombres, o destacan el relato de la prostitución o hablan de la ropa que llevaba antes de ser victima de un ataque. Hay una estigmatización clara, como también ocurre con las mujeres y la violencia de género. También ocurre con la ficción española, donde la homosexualidad sigue siendo una broma o una chiste. Que el 85% de las personas trans estén en el paro no es un chiste. Son vidas. Es cierto que, sobre todo en la ficción, se va avanzando en visibilidad pero necesitamos presentar nuestra realidad, construir un relato propio.

- Destacas a lo largo del libro el papel de las asociaciones como una salida y como uno de los principales apoyos para resolver estas historias durísimas de violencia. ¿Son estas pequeñas redes las que están llevando a cabo el trabajo de atención y ayuda al colectivo?
- Para mí era importantísimo poner en valor el trabajo de las asociaciones y que la persona que lo leyera fuera muy consciente de eso. Al final, es el apoyo vecinal y la comunidad quien nos salva. No están los ayuntamientos, ni las diputaciones, ni las comunidades autónomas, ni los gobiernos… Estamos desalojados de esas instituciones y no nos escuchan ni nos atienden. La red natural, la más cercana es la que nos cobija cuando padecemos esta violencia estructural, y eso es muy importante saberlo. Y por eso me emociona ver al barrio de Vallecas en la calle, apoyándose contra la discriminación clasista.

Sonia, Andy y Xavi -otros tres testimonio del libro- denuncian sus situaciones pero eso no cambia nada. Esto ocurre porque estamos muy alejados de importar. Vivimos al margen del sistema, y era importante hacer notar que el libro no estaba escrito desde el barrio de Salamanca, sino en una casa con cuatro personas confinadas y viviendo gracias a un subsidio.

- Sobre la diversidad y el espacio público. Lo queer llama a la disidencia sexual a salir a la calle, a que sea la sociedad la que se acostumbre a ver a gente diferente, mientras otras posiciones optan por cambiar las instituciones para protegerse en la calle. ¿Qué opinas de esta dicotomía?
- La calle es un lugar importantísimo porque es el lugar en el que más fácil se puede ver la diversidad. Más en las ciudades como València, Barcelona o Madrid. En los pueblos, las vidas LGTBIQ+ salen mucho más caras. Es importantísimo tomar la calle, okuparla, porque nos pertenece pero parece que no. Todo va bien hasta que las mujeres o los hombres sacan su pluma, entonces empiezan las miradas y las violencias. Es muy importante estar en la calle y mostrar la diversidad que puedes aportar, pero también se vuelve complicado cuando puedes acabar en el hospital porque unas personas hayan decidido salir a darte una paliza por ser como eres. En este sentido, es un riesgo que hay que asumir cuando una persona esté preparada y lo quiera hacer. No podemos asumir la responsabilidad de un activismo todo el tiempo. Alana Portero lo explicó muy bien, ante todo, debemos hacer nuestras vidas habitables.

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