El fotoperiodista, que ha sido galardonado por el World Press Photo 2020 por su fotografía durante un ataque a manifestantes en Irak, esboza un diagnóstico sobre la situación del fotoperiodismo, Oriente Medio y el tratamiento informativo del coronavirus
MURCIA. Ricard García Vilanova es fotoperiodista, pero no vive de ello. Aprovecha cuando las distintas televisiones le mandan con la videocámara a algún lugar en conflicto para hacer sus propias fotos. Suele llevar un adaptador que le permite usar las dos cámaras a la vez. Ha contados conflictos desde Siria, Libia, Irak, Haití y Afganistán, entre otros, lugares desde donde capta unas características fotografías, que acostumbran a estar desenfocadas o ligeramente movidas. La intención: transmitir mejor la emoción del momento, que el espectador "se quede con el mensaje".
Sobre el estado del fotoperiodismo explica que, fruto de la globalización, ha llegado a un punto de no retorno. Desde que en 2011 fallecieran dos periodistas americanos en Libia, explica, a los medios ya no les era rentable seguir mandando a profesionales al centro de las guerras. En estos meses su cámara también ha estado retratando cómo ha cambiado la pandemia el mundo. La declaración del estado de alarma le pilló en Siria, y decidió hacer las maletas para contar lo que estaba ocurriendo aquí. Su viaje vino con un debate que sobrevolaba qué imágenes se mostraban y cuáles no de la pandemia, una sensibilidad que no se aplicaba antes sobre imágenes tomadas en otros países. "Empatía y proximidad", dice. "No somos capaces de funcionar fuera de ese contexto".
Actualmente se puede ver el trabajo del fotoperiodista en la exposición de la World Press Photo, abierta en la fundación Chirivella Soriano hasta el próximo 7 de noviembre. Hablamos con Ricard García Vilanova.
-¿Qué muestra la fotografía premiada?
-Es uno de los momentos que se dan todavía a día de hoy en las manifestaciones de protesta en Irak. Empezaron en octubre y han dejado ya más de 600 muertos, por disparos directos, por impactos de proyectiles de gases... Aparece un manifestante que está desvanecido, herido, y se lo llevan justo desde el punto de intersección -la primera línea de las manifestaciones, que es donde se recogen a los heridos con el Tuk-Tuk-, hasta los hospitales de campaña, a un kilómetro y medio de ese punto. Los Tuk-Tuk que aparecen, los utilizan a modo de ambulancia.
-¿Sabe algo de la persona que aparece en la foto?
-No, imposible. Muchos de ellos no quieren dar sus nombres. Además, a ese chico se lo llevaban. Cuando salí de la zona pregunté por él, pero nadie sabía donde estaba, porque había muchísimos heridos. No sé lo que le llegó a pasar.
-Ha dicho en varias ocasiones que a partir del 2011, con la Primavera Árabe, el oficio del periodista de guerra freelance pasó a ser imposible de ser ejercido.
-A partir de 2011, el oficio empieza a integrar las funciones de logística, edición, representación, etcétera. Lo que intentas, básicamente, es cubrir costes vendiendo las fotos, pero sin la garantía de que te las vayan a comprar. Antes no era así. Mi fotografía del World Press Photo, por ejemplo, nunca ha sido publicada, ni tampoco la mayoría de las que la acompañan. Ninguna agencia ni ningún medio se interesó en comprarlas.
Hubo dos fotógrafos americanos, Tim Hetherington y Chris Hondros que murieron en Misrata (Libia) en 2011 [tras un ataque de las fuerzas leales a Gadafi]. A partir de ahí, los medios cambian esa política, influenciados supongo por aquello, y por el hecho de que no quieren tener esos costes extras que conlleva trabajar en zonas de conflicto.
-También ha dicho que esta situación hace que el fotoperiodismo esté en vías de extinción. ¿Por dónde pasa el cambio, si es que lo hay, para que pueda ser un oficio rentable tanto para el periodista como para el medio?
-Sinceramente, soy bastante pragmático y creo que el fotoperiodismo ya es un oficio muerto. El principal problema es la globalización de la fotografía. Desde el momento en que el trabajo de un fotógrafo deja de ser algo indispensable y ya no importa la técnica, se pierde la esencia y la capacidad de poder reivindicar los derechos básicos de un trabajo digno. La diferencia con la radio es que el equipo de radio tiene un coste, no es asequible a todo el mundo, la gente no sabe manejarlo, no se sabe locutar bien... Y con la televisión ocurre lo mismo. Sin embargo, todo el mundo sabe apretar un botón para hacer una foto. Y como no se valora la calidad, ese es un punto de inflexión (sumado a lo que ocurrió en 2011). No hay retorno. Es un tema de costes. Si tú tienes que llevar a alguien de Europa a un conflicto alejado de la mano de Dios en medio de Oriente y pagar toda clase de costes y, por otro lado, tienes a una persona que está allí viviendo a la que le pagas una quinta parte, al final, evidentemente, escoges a la que ya está allí. Todo funciona como un negocio.
-Desde el punto de vista de la fotografía de guerra, ¿dónde está el punto de equilibrio entre el respeto a las víctimas y la necesidad de contarlo a través de tu cámara?
-Es algo totalmente subjetivo. Viene condicionado por factores sociales, religiosos, culturales... Obviamente, la respuesta a modo universal es buscar el punto donde tú mismo no te sentirías cómodo si fueses la víctima. Insisto, es un punto muy relativo, pues cada uno lo puede fijar en diferentes escalas. En cualquier caso, hay algo evidente: cuando trabajas con dolor ajeno, tienes que tener empatía y respeto hacia las personas que aparecen en las imágenes. Ellos son conscientes de que estás allí, tienes que respetar su voluntad, y si alguien no quiere aparecer, de una forma u otra te lo va a hacer saber.
-Sus fotos, en muchas ocasiones, acostumbran a estar movidas o desenfocadas, como si quisierasextraer hasta la última emoción del momento que capturas.
-Totalmente. La fotografía tiene tres puntos que hacen que el espectador reciba el mensaje. Tiene que haber información, un instante o una emoción y por último una composición. Si completas esos tres requisitos, la imagen sobresale y el espectador puede que se quede con ella, y por consiguiente, con el mensaje.
-Hace unos días murieron cuatro civiles más en una explosión al norte de Mosul. ¿En qué medida ha cambiado la situación en Irak desde que tomó aquella fotografía premiada en el World Press Photo hace un año?
-Irak es un país que no solamente está sacudido por las revueltas. El Estado Islámico tiene mucha presencia allí, igual que en Siria o en muchos otros países. El problema es que no solo hay un conflicto aislado en ese contexto. Es el termómetro de toda esa zona, de Oriente Medio. Hay varios conflictos abiertos, injerencias externas. No todo ocurre por una sola causa. Hay muchos problemas de base, y lo más importante son las injerencias de otros países.
-En relación a esas injerencias externas, en una entrevista dijo que ahora las potencias se dejan ver claramente en los países de Oriente Medio, cuando antes intentaban ocultar su presencia. Ahora no les importa que se vea como algo evidente que solo tienen interés por recursos naturales y zonas estratégicas.
-Creo que eso empezó a pasar unos meses atrás, antes de la pandemia. Creo recordar que tiempo antes del coronavirus, Trump ya dijo que le interesaba volver a Rojaba [región autónoma al norte de Siria] por el petróleo. Lo dijo abiertamente, y de hecho, creo que su maniobra de salir de Rojava, luego cazar a Al-Bagdadi en Turquía y luego volver a entrar en Rojava, fue una jugada política. Estaba negociando a dos bandas. Y también ocurre con otros países. Por ejemplo, Francia, en un momento dado, estaba de repente entre los países que apoyaban la Revolución Libia, y ahora justamente está dando soporte a Jalifa Hafter, que se encuentra actualmente en Libia y forma parte de quienes están en contra del gobierno auspiciado por Naciones Unidas.
Ese tipo de incongruencias se dan constantemente. Incluso hay potencias como Estados Unidos que apoyan paralelamente a dos bandos. Así siempre tiene las de ganar. El disimulo se ha ido disipando a lo largo de los años. Ahora se muestra sin tapujos.
-¿Hablamos de doble moral?
-Totalmente. Por eso, creo que en Oriente Medio están muy cansados de todo lo que representa Occidente en ese sentido. Se han dado cuenta de que son instrumentalizados. En Rojava, cuando los americanos hicieron la primera salida, los civiles pasaron de considerarles héroes -pues buscaban la derrota del Estado Islámico- a tirarles piedras. Y ahora no solamente están los americanos, sino también los rusos, los turcos... Cada potencia tiene sus propios intereses y juega estratégicamente.
-Hay muchos defensores que, en la línea de la teoría del choque de civilizaciones de Huntington, opinan que Oriente Medio, al estar tan influenciado por la religión, no puede poseer una cultura política, pues tiene sociedades que basan su imaginario colectivo en creencias demasiado arraigadas en la dicotomía dictadura-radicalismo. Es un análisis un tanto pesimista. ¿Qué opinas al respecto?
-Estoy de acuerdo. El problema de esas regiones es que no hay diferenciación entre los poderes religiosos y políticos. Eso hace que absolutamente todo esté influenciado por la religión. De hecho, todos los conflictos son sectarios excepto el libio. Vienen condicionados por la religión. Es un argumento que comparto absolutamente.
-Entonces, ¿qué se necesita en Oriente Medio, más allá del argumento utópico de la educación, para que alcancen una situación de estabilidad?
-El gran problema es que ellos mismos no son capaces de entenderse. Un país como Libia, con 5 millones de habitantes, no tiene una guerra sectaria, sino de clanes. Pero al mismo tiempo te vas a Siria o Irak y sí hay un corte sectario. En Siria es evidente desde el principio de la guerra. Los alauitas -la familia de Al Assad-, consiguieron que lo que en un principio era una revolución, se convirtiera en una guerra sectaria. En Irak, lo mismo. Siempre ha sido el contexto sunita, chiita y de otras minorías, que se mezclan y hacen que no sea posible esa estabilización. Siempre está ese odio latente. Entiendo que lo primero que se debería hacer es llegar a acuerdos, pero los que forman son tan frágiles que es imposible. Ese es uno de los grandes problemas. Ejemplo de ello es una reunión que hubo entre kurdos y tribus árabes en Rojava. Entre los kurdos, había una mujer que era una de las principales impulsoras de esa reunión (a parte fue gobernadora, estuvo en Raqqa...). El caso es que se presentó con tejanos y pelo suelto. Eso, culturalmente, fue un shock para ellos. El punto de unión es tan difícil...
Tiene que haber un aperturismo tal que es muy difícil que se dé en el contexto actual. Además, la tendencia actual es regresiva, todo el mundo se está polarizando. Estamos involucionando.
-Eres de los únicos fotoperiodistas que ha cubierto el conflicto sirio desde el principio. ¿Cómo ves la situación allí?
-Ese tipo, Al Assad, ha sido mucho más listo que Sadam o que Gadafi. En un momento determinado supo utilizar sus armas, que fueron, entre otras cosas, liberar a todos los presos políticos que tenía. Consiguió que aquella revolución se dirigiera hacia algo sectario, entre sunitas y chiitas. En la revolución, originalmente, habían kurdos, sirios, armenios, sunitas, chiitas, cristianos... A partir de ahí, lo que ocurrió fue que los grupos yihadistas entraron en esa revolución y consiguieron el control, hasta que el Estado Islámico consiguió crear un califato entre Raqqa y Mosul.
-Ha estado fotografiando la pandemia aquí en España. ¿Cómo ha sido esa experiencia?
-Ha sido muy complicado. Yo en marzo estaba en Siria. Cuando nos alcanzó todo esto decidí volver a España. Me costó bastante salir de Siria. Una de las cosas que más me llamó la atención es que al salir de Siria sí me hicieron controles de temperatura. Al llegar a España no había ni uno. Se supone que son países con enormes conflictos, y se preocuparon por eso.
Trabajar aquí fue un calvario. No había un aperturismo por parte de las administraciones para que los periodistas cubrieran la Covid. Entrar en hospitales y residencias fue muy difícil. Es algo que, desde el colectivo, no acabamos de entender. Primero esa doble moral de siempre: cuando una víctima no forma parte de nuestra sociedad no hay ningún problema en mostrarla -como es el caso del niño Aylan en Turquía, que ocupaba portadas en los periódicos-. En cambio, cuando la víctima es nuestra, existe el problema de visibilizarlo. Y segundo, como periodistas tenemos la responsabilidad de mostrar y enseñar. Luego la gente es la que decide si quiere estar informada o no. Debe poderse dar esa herramienta a la sociedad. Desde la responsabilidad de crear la memoria histórica de un país, porque al final tenemos una pandemia con miles de muertos, de la que solamente hay una foto de las víctimas. No se ha permitido nada más.
-Esa reticencia a mostrar la muerte que el virus ha provocado en los medios, ¿cómo cree que puede afectar a largo plazo?
-No es algo solo de los medios, sino administrativo. Se ha infantilizado a la población. Dar un mensaje positivo está muy bien, por supuesto. No siempre hay que mostrar la cruda realidad, pero hay que buscar un equilibrio entre información y realidad. Aquí estamos en las antípodas de ese equilibrio. Tenemos imágenes de gente aplaudiendo y riendo en medio de la cuarentena. Esta es la crisis más grave que ha habido desde la Segunda Guerra Mundial. Para mí es incomprensible.
-El coronavirus está haciendo que nos olvidemos todavía más de conflictos y guerras que ocurren en otras partes del mundo. Sin embargo, al ser un problema que precisa de una solución colectiva y global, ¿cree que a largo plazo pondremos más la mirada en esos países que hasta ahora han estado invisibilizados?
-No sé qué decirte. Creo que, al final, funcionamos por empatía y proximidad, y ahora mismo no nos importa demasiado lo que sucede en esos contextos. Tampoco a nivel de futuro, a menos que surja un interés por un tema estratégico o político. Si no lo hay, veo bastante difícil que pongamos la mirada allí. Por poner un ejemplo, empezamos a hablar de refugiados cuando empezaron a venir aquí, pero ya existían mucho antes. Lo mismo con el Estado Islámico, que ya mataba mucho antes de hacerlo en Europa. Insisto, funcionamos por proximidad y empatía.