Envidio a aquellos que se ponen un cinturón de dinamita y explotan en un autobús. Sé lo mal que suena esto. Obviamente es una salvajada matar inocentes y no estoy defendiendo el terrorismo. Hagan un esfuerzo y entiendan aquello que realmente intento decir con esta frase: lo que envidio es la seguridad que ese asesino tiene en sus convicciones como para matar y morir por ellas. Por su Dios, su patria o su líder. Qué más da la razón. A mí siempre me han dado un poco de vergüencita los dioses y las patrias y los iluminados. Por eso vivo angustiado. Perdido. Dando vueltas sin encontrar un centro.
Me encantaría creer tanto en Dios como el exministro del interior del PP Fernández Díaz que defendió hace poco en un vídeo que la matanza de indígenas en América fue lo mejor que les había pasado porque, aunque fuera a hostias, descubrieron la verdadera fe. Así como que la sublevación de Franco fuer un acto cristiano. Tan cristiano que el diablo odia España, dijo. Me encantaría quemar iglesias en nombre de Alá. Robar las tierras a los palestinos en nombre de Yahvé. Creer en Dios hasta el ridículo. Y luego decir que me discriminan por creer, con un orgullo de víctima aprendido en las pelis de la II Guerra Mundial.
O creer en la Patria. Otro concepto invisible que mueve más pasiones que un Barça-Madrid. Ponerme mascarillas con la bandera de España y saberme un español de verdad frente a los falsos españoles que solo lo son de nacionalidad en el DNI y contrato laboral y sol y paella. Creer mucho en mi Patria y erigirme en defensor a base de banderas e insultos contra los que no encajan en mi idea pequeñita de España. Explicar a mi cuñado la Verdad de ser español, que el pobre no se entera y se cree que se puede votar a Podemos y ser español, pobre iluso. O ver La Sexta. O decir que te cae bien la familia Bardem. Incluso apoyar el cine español o el feminismo… ¡No tiene ni idea de lo que es ser español, menos mal que me tiene a mí para explicárselo!
Yo me estreso mucho. Dudo a cada segundo. Pero ellos no dudan. Ellos ya lo saben todo y lo defenderán a muerte. ¡Qué envidia, en serio! Van a las tiendas y tienen claro qué comprar mientras yo doy vueltas maldiciendo tantas opciones. ¿Opciones? ¿Qué opciones si está claro cuál es el mejor producto?, piensan ellos. No sé si se puede echar de menos algo que no viviste, pero yo echo de menos el feudalismo. Si naces pobre es porque Dios te elige pobre, así que te aguantas, Él sabrá por qué te maltrata pero tú no eres nadie para poner en entredicho Su voluntad. Así que vives jodido pero feliz porque entiendes que no hay opciones. Que eso es lo que hay y debes aceptarlo y hacer de ello tu hogar. Echo de menos el matrimonio concertado. Ni amor romántico (que en el fondo es un calentón) ni tonterías. Esa chica es la que te conviene, así que céntrate y haz que la relación funcione. Abajo todo eso de tener que elegir, divorciarse porque la cosa no funciona, dudar siempre… Es tu mujer y es para toda la vida, así que cuídala. Esfuérzate más porque es lo que hay. ¿No es genial? Ikea, Amazon y Zara nos introdujeron la semilla de la angustia. Cambia de look cada año, de muebles, acumula más trastos y no pierdas el tiempo cuidando lo que tienes porque es un tiempo que podrías gastar comprando algo nuevo. Unas chanclas de esas que se llevan este verano, una estantería KALLAX, una nueva esposa...
Vivir entre tantas opciones y dudas es desasosegante. Envidio a los que creen que los diez mandamientos o la sharia son la palabra de Dios y son capaces de matar indígenas o infieles en su nombre. A aquellos que aman tanto su Patria que quieren ver muerto a Pablo Iglesias que no opina como los verdaderos españoles y quiere hundir su propio país por diversión o yo qué sé. A los que adoran tanto a sus líderes que hasta les ríen las gilipolleces y les justifican las corrupciones varias. Y no solo hablo de Trump y Bolsonaro…
¡El contrario más! (el mantra español por excelencia)
No quiero angustiarme. No quiero elegir. La libertad de elección está sobrevalorada. Elijo no ser libre. Tragarme un cuento cualquiera y vivir a sus órdenes. Tranquilito. El cuento del Dios del amor que ve bien que se mate a los que no creen en Su amor. El cuento de la patria de unos pocos, los de verdad, no del resto de los que viven en ella. El cuento del líder sexy que siempre tiene razón y, como el cerdo con los andares, hasta en sus cuentas en Suiza tiene gracia. Elijo creer en algo hasta el fanatismo. Hasta el cinturón de dinamita. Con esa fe y lealtad. Con ese sentido que otorga la convicción a la vida de una persona, tan pequeñita pero con un objetivo heroico: defender un credo, una bandera, a un iluminado que sabe lo que necesitamos.
Pero no me sale. Sigo con mis dudas y mi angustia y mi inseguridad. Observando a los políticos de Vox con tanta envidia que a veces duermo mal, porque ellos tienen todo lo que deseo para sentirme en paz: las vírgenes, las mascarillas con la bandera, los héroes ancestrales. Ellos son el verdadero Feudalismo, la verdadera Cruzada, los herederos de Don Pelayo…
Qué injusta es la vida. Unos tanto y otros tan poco. ¿Por qué para ellos tanta seguridad ontológica y para mí tan poca? ¿Qué he hecho yo para merecer este sinvivir? ¿Esta angustiosa miseria en la que sobrevivo siempre a punto del tranquimazín?
Si al menos me gustara el fútbol...
"El PP de la Región usa la infrafinanciación como comodín igual que la izquierda con Franco"