MURCIA. El cartagenero Pedro Aranda ha publicado su primer trabajo, El ruido que nos separa -finalista en la categoría de debutantes de Cartagena Negra-, una novela que se decanta por la originalidad y escapa de ciertos tópicos del género negro al aunar historias donde los sentimientos, el dolor, las decisiones, el amor, el romanticismo o la sordidez se encuentran. Sin duda, un artista peculiar y con un cariz un tanto cómico del que hace alarde durante su entrevista a Murcia Plaza, donde además hila y entreteje las respuestas como si del comienzo de un capítulo de novela se tratara, con ingenio y elocuencia.
-¿Por qué decide escribir y por qué novela negra?
-Yo siempre he escrito por necesidad. En el instituto, cartitas de amor que nunca o casi nunca obtenían respuesta, por más perfume de mi padre que echara, a veces incluso hasta desteñir el remite, por lo que se daba el caso de que, aunque ella hubiera tenido interés en contestar, no habría sabido a quién hacerlo. Y ya de mayor, para ocupar un espacio que no sé muy bien cómo llenar. Me hubiera gustado haber hecho algo más divertido, como montar una empresa de videocámaras secretas en bolígrafos y ositos de peluche para detectar infidelidades, pero sorprendentemente a nadie le pareció buena idea. Por otro lado, tengo un pánico terrible a volar. Me pasa como al de La Bamba, y por motivos laborales tengo que coger aviones con frecuencia, así que me entretengo en los vuelos leyendo y escribiendo para evitar escuchar el ruido que hace un motor de cien mil caballos parándose a cuarenta y dos mil pies de altura.
En cuanto a lo de novela negra, ha sido en realidad la gente quien la ha etiquetado así. Yo, cuando terminé el libro, no sabía que había escrito una novela negra, o al menos no pensaba en esos términos. De hecho, aunque sí que es cierto que tiene elementos del género, como muertes o ambientes turbios, también hay mucho de realismo sucio americano y de romance.
-La novela se define como un coral de historias, ¿guardan al final cierta relación o acaban entrelazándose?
-¿Ha oído usted eso de que el aleteo de una mariposa en, no sé, El Raal, puede provocar un huracán en nada más y nada menos que Tokio? Qué barbaridad, por cierto, pero un poco esa teoría del caos y de que todos estamos conectados de algún modo es la filosofía de la novela. ¿No es eso lo que nos ha llevado hoy aquí, a que usted me haga esta entrevista? Hay gente que lo llama destino. Yo simplemente pienso que usted es periodista y yo he escrito un libro, y por eso nos hemos cruzado. Y ahora imagínese, Dios le libre, que le caigo genial en esta entrevista, nos vamos a cenar y, por una serie de malentendidos, acabamos enamorándonos el uno del otro. A los ojos del camarero, somos una pareja que nos queremos mucho y que nos tocamos la mano por encima de la mesa mientras sirve el vino.
En el libro, lo que he tratado es de contar por separado tres o cuatro episodios anteriores de su vida, de la mía e incluso también de la del camarero. Y, si me apura, hasta de la botella de vino, hasta encontrarnos todos en ese restaurante, con esa música de violines de fondo, esa chica preciosa que me regalará unos auriculares por mi cumpleaños y que me acabará dejando por otro tipo de la redacción dentro de seis meses, ese camarero que al vernos tocar la mano piensa que apenas pasa tiempo con su mujer -una doctora especialista en picaduras de insectos y animales peligrosos-, y esta suerte de escritor al que le dan miedo los perros, sobre todo los pequeños, y que dentro de seis meses, para olvidar la inmensa pena en la que se encuentra, irá a andar a mitad del monte con unos auriculares que le regalaron en su último cumpleaños y, oyendo a The Last Shadow Puppets en Spotify, no se percatará del sonido de una serpiente que le acabará mordiendo, y terminará postrado en una cama de hospital de una pedanía de la región de Murcia con un cuadro de una mariposa en la pared, mientras escucha a la doctora llamar a su marido, un camarero al que desde hace meses nota más atento, y al que le dice que se está debatiendo entre cortarle o no la pierna a su paciente y que menuda mala suerte la del chico, mientras éste, justo antes de caer rendido en el sueño por efecto de la anestesia que le están inyectando a través de un gotero, se acordará de la periodista y pensará en mandarle un mensaje, pero como ha borrado su número, tendrá que hacerlo a través de las redes sociales, y cuando dé con ella, la verá con su novio, un redactor de la revista para la que trabaja, de vacaciones por Japón.
-¿Qué lugares ha elegido como escenario? ¿Podría convertirse Cartagena en un escenario de este tipo de novelas?
-En realidad, he elegido unos cuantos, todos muy alejados entre sí, pero en los que pongo a los personajes en situaciones muy parecidas. Quiero decir, hay asesinatos en varios lugares del mundo, hay enamoramientos, hay gente con cargo de conciencia, etc. Y lo que pretendía es hacer ver que, en el fondo, el dolor, el amor y, en general, todos los sentimientos, son iguales con independencia del país del que procedan, de la educación que se haya recibido o de las circunstancias que nos haya tocado vivir.
Sobre la pregunta de si Cartagena podría ser un posible escenario para alguna de mis novelas, espero no molestar a nadie, pero no lo creo. Piense que yo soy una persona sin apenas imaginación. A mí me pone a ver Avatar, y en cuanto salen los muñecos azules, empieza a dolerme la barriga. Y, Cartagena, que es muy bonita, por cierto, es una ciudad en la que nunca pasa absolutamente nada. Entonces, tratar de inventar una historia que ocurra en Cartagena es complicado, al menos, para mí. De hecho, he tenido que localizar mi novela en sitios tan remotos como Bangkok porque me costaba menos creerme que allí podría pasar algo, que en Cartagena.
-Habría que empezar definiendo qué entendemos por novela negra. La pura, la de Jim Thompson, es muy posible que esté más cerca de ese primer mundo que usted me cuenta. Pero también está la novela negra moderna, esa que combina un montón de elementos y mensajes a la sociedad que, indudablemente, se ubican en ese segundo universo.
Piense que al final los autores escriben libros para que la gente los lea y le dan al lector lo que éste quiere. Queremos un final feliz, pues lo escribimos. Como los medios de comunicación, están los dos o tres periódicos de derechas que se dedican exclusivamente a contar trapos sucios del vecino del alcalde del PSOE en un pueblo de Jaén, y luego están los dos o tres periódicos de izquierdas, que te ponen en portada el robo de una crema de manos de no sé quién del PP en un supermercado. Y, entre tanto, si quieres saber qué pasa en el país y en el mundo, te tienes que ir a la prensa deportiva, la de Madrid que trata de desestabilizar al Barça con noticias del juzgado sobre Messi, o la de Barcelona que te saca los positivos por coronavirus de los jugadores del Madrid. Pero, vaya usted a saber por qué, todos los medios deportivos tienen una sección de actualidad con tres o cuatro noticias del mundo que, por lo menos, te informan de lo que está pasando.
Y, es esa necesidad de decirle al cliente que siempre lleva razón y darle lo que quiere, lo que hace que la novela de acción o suspense haya virado de escenarios oscuros a las altas esferas. Porque todos queremos que a la gente que le va bien le vaya mal, que al rico le descubran que ha amasado esa fortuna de manera poco noble, o que los políticos, los mismos que nos oprimen y roban, acaben en la cárcel por el motivo que sea.
Y, bueno, luego está la realidad, que es el cruce entre los dos mundos. Como el caso aquel de Alcásser, el ejemplo por excelencia de la España Negra, donde los sospechosos pertenecen a ese primer mundo, al oscuro. Y los asesinos reales pertenecen al segundo. O al menos, eso dicen.
-¿Cómo es posible en esta novela conjugar el género negro con el romanticismo?
-Mi idea inicial respecto al libro era mucho más oscura, había más muertes, lo que pasa es que al final fui cogiendo una especie de cariño a los personajes y a algunos los salvé. Y, yo creo que el motivo es que el libro fue creciendo conmigo. Empecé a escribirlo bajo unas determinadas circunstancias en mi vida personal que hacían que tuviera una visión del mundo más desesperanzadora, y conforme fue pasando el tiempo, esa especie de estado de depresión se fue suavizando y de ahí que la novela no tenga ese toque tan trágico que inicialmente quise darle.
¿Se acuerda antes de lo que le contaba de que viajo mucho y escribo en el avión? Más o menos cuando llevaba tres cuartas partes del libro, me encontraba en Holanda y me sorprendió la mayor tormenta que he visto en mi vida. Entré en el primer sitio que vi abierto, que era un restaurante argentino y me pedí un café. Pues bien, tendría que haber visto usted a esa camarera. Una cosa es decírselo y otra es verla. Tuve que ponerme un chicle bien cargado de azúcar debajo de la lengua para no caerme. Me pasé un año yendo todos los días a tomar café allí. Un cappuccino. Y gran parte del barniz romántico que le he dado al libro, cuando ya lo tenía casi terminado, vino de lo que me pasó en ese restaurante argentino durante ese año.
Hace más de dos años que no voy por allí, por cierto. A veces, me pregunto qué habrá sido de ella. A veces me pregunto también si habrán cambiado ya el café, porque mira que estaba malo.
-Mire, le voy a contar una anécdota que no había contado hasta ahora. Hace unos años, cuando estaba empezando a escribir el libro, quedé con una amiga en un bar de Cartagena para darme la invitación a su boda. Iba con una lacito y eso. La invitación, no ella, claro. Hacía tiempo que no la veía, de hecho, el día que la conocí, tiempo atrás me pasó una cosa curiosa con ella. Resulta que era (y es) vegana, creía en la reencarnación y todo eso. Pues bien, el día que me la presentaron, un amigo en común había organizado un plan para ir a pasar el día a Cabo de Palos. Íbamos en su coche, y como tenía los asientos de cuero, ella se quitó el jersey y se lo puso en el asiento para no tocar nada con su cuerpo que pudiese tener origen animal. De hecho, a mi amigo le sentó mal y decidió finalmente cambiar de plan, con lo cual nos dejó en mi casa y tuve que llevar yo mi coche. Por suerte, mis asientos eran de tela. Pues bien, al llegar a Cabo de Palos nos dimos un paseo por el mercado y luego por el puerto. En la terraza de un bar, un camarero con una bandeja de croquetas nos ofreció una a cada uno y una invitación a una caña. Ella no quiso la croqueta, pero yo sí me la comí. Era de caldero. El caso es que entre que era la primera vez que yo escuchaba que había croquetas de caldero, que la chica era muy mona y que me parecía un poco todo a película romántica de Hollywood de finales de los noventa, la situación me vino un poco grande, y cuando me preguntó ella si podía comer eso, mi mente directamente pensó en carne y le dije que sí que podía, que la croqueta estaba buenísima. Pues bien, fue darle un mordisco y empezó a encontrarse mal y a gritar no sé qué de pescado. Entonces la vi vomitar y comprendí que ella pescado no podía comer tampoco. Tenía que haberla visto. Se quedó totalmente pálida con el color de piel tan bonito y moreno que tiene. Me pidió que la llevara a casa de inmediato que se encontraba mal, no tanto físicamente, como moralmente, por el hecho de pensar que llevaba un cadáver dentro de su cuerpo. Cuando la llamé por la tarde no me lo cogió, y por la noche me dijo que estaba en Urgencias, y me dio las gracias por haberla traído de vuelta tan rápido. Y que estaba segura que se habría muerto de haber tardado un poco más. Estaba exagerando, claro, pero ahí se me vino a la mente la imagen del abrazo del boxeador, que es ese recurso que tienen los boxeadores cuando están agotados de la paliza que le están metiendo en el combate y que, curiosamente, la única manera que tienen de no caerse es abrazar al rival que le está dando esos golpes. Y pensé que ella, en parte, se estaba abrazando a mí para llegar pronto a su casa, precisamente, al tipo que le había propiciado ese estado.
Y, en el libro, todos los personajes que salen están condicionados por un pasado y unas circunstancias que ellos mismos se han buscado, y han decidido que la única manera que tienen de seguir adelante es abrazarse a esas mismas circunstancias que, a su vez, los están hundiendo.
Le cuento todo esto porque, después de aquel episodio con la chica, volvimos a vernos unas cuantas veces más y, bueno, aunque estaba claro que jamás pasaría nada entre nosotros, he de reconocer que yo me lo pasaba muy bien cuando estaba con ella. Y el día que vino a darme la invitación a su boda, le conté que estaba escribiendo un libro, y ella me preguntó si era sobre mi vida, y yo le dije que no, que entonces sería un libro muy aburrido. Y ella me respondió que lo que tendría que hacer es escribir un libro que fuera una mezcla entre mi vida real y la vida que me gustaría llevar. Y yo le contesté que entonces ella saldría en él. No sé por qué contesté eso. Me parece muy injusto por mi parte haberlo hecho tan tarde. El caso es que el día de la boda, cuando el cura preguntó si alguno de los invitados tenía alguna objeción, yo miré para abajo. La gente dice que ella miró para atrás.
Y me di cuenta de que, en realidad, la única manera que tenía de haber terminado el libro era manteniendo esas mismas circunstancias que me habían llevado a empezarlo, es decir, que de haber cambiado algo en ellas, como que esta chica hubiera dejado a su novio por mí, no hubiera terminado la novela, así que, como si fuera yo un personaje más del libro, mi abrazo del boxeador fue con la soledad que tenía en ese momento.
-¿Busca una crítica social o una reflexión con su novela? ¿Es de los partidarios de la denuncia social a través de este tipo de novelas?
-Antes comentaba que el ubicar las historias en distintos lugares del mundo, pero poner a los personajes en situaciones parecidas y comprobar que las respuestas son también parecidas, lo hice un poco para llamar la atención de que los sentimientos son universales. Y se enamora igual el adolescente que vive en Nicaragua que el que lo hace en Japón, que las motivaciones de quien mata a alguien en Estados Unidos no son tan distintas de las de quien mata al alguien en Rusia. Luego puse a cada personaje en situaciones aparentemente irreconciliables, como el del auditor que viaja por países asiáticos realizando auditorías y al que sobornan con una prostituta para cambiar el resultado de su informe, cuando el tipo se ha criado bajo una estricta educación muy conservadora y empieza a dudar. O el del agente de dudosa reputación de uno de los boxeadores, que no puede convivir con el cargo de conciencia que tiene por el daño que le ha hecho. O el entrenador también del mismo boxeador que está obsesionado con los transexuales, algo que parece que no pega en un mundo tan masculino. Si alguien quiere interpretar algún tipo de mensaje social en ello, es libre de hacerlo, pero yo no tenía ninguna pretensión más allá de hacer ver a la gente que no siempre las cosas son como parecen.
-¿Cree que este es un género en auge y que quizá puede ayudar aumentar el número de adeptos que tiene la literatura en España?
-Efectivamente, y esa puede ser su muerte, nunca mejor dicho. Ya estamos cansados de conocer casos en donde el género de culto, el indie, se vuelve mainstream y deja de gustar. Ha pasado, principalmente, en la música, pero también en el cine y la literatura. Cuando digo se vuelve mainstream me refiero no a que los artistas se vuelvan comerciales sino a que de pronto eso que antes solo le gustaba a unos pocos, empieza a gustarle a más gente y esos pocos empiezan entonces a rechazar al que ha sido su género. A ver, me estoy poniendo en el caso extremo, y espero no molestar a nadie, pero creo que la novela negra actual se está dejando influenciar mucho por el cine y cada vez me cuesta más encontrar argumentos realmente originales.
Yo veo como dos grandes corrientes: los que siguen un poco el imaginario de La isla mínima, que es una película que me encanta, pero creo que mucha de la literatura española actual del género negro no me está contando historias muy distintas a esa, y luego están los que siguen a esa ola de autores suecos, noruegos y demás, con esos libros tan sanguinarios y esas películas tan directas y sin pausas, que creo que es a lo que están tendiendo los grandes escritores de novela negra internacional. Y que nadie me malinterprete, si eso es lo que gusta a la gente, por mí genial que lo hagan. Yo siempre lo he dicho… Yo escribo con la meta de gustar a cuanta más gente mejor, pero una cosa es eso y otra repetir la fórmula que sabes que en este momento está teniendo éxito. Quiero decir, leer novela negra es algo realmente hasta adictivo, porque como lector, tratas de ser más listo que el escritor, quieres adelantarte al final no mordiendo el anzuelo que te han puesto de otros sospechosos, te entretienes imaginando las escenas que suelen ser muy visuales, las historias suelen ser trepidantes, etc.
Pero es que, como escritor, además de todo eso, eres tú el que lo ha inventado y el que tratas de jugar con el lector. Luego, es casi más adictivo escribir novela negra que leerla. Y, como ya se ha asesinado a la gente de todas las maneras posibles, el asesino ha sido el vecino, el padre, la profesora particular, el policía, la ama de llaves e incluso el muerto. El detective ha sido borracho, ha sido también un tío de principios muy rectos, le han puesto compañero o compañera con un punto de vista de la vida opuesto, ha habido tensión sexual, ha recuperado a la mujer gracias al caso, se ha dejado seducir por la mujer que le ha hecho el encargo, etc., ahora la manera en la que se nos presentan las novelas es centrándose directamente en la historia y contándonos cada vez cosas más difíciles de creer de la vida de los protagonistas, para que convivan a la vez la fórmula que tanto éxito ha dado con un toque de originalidad respecto a lo que ya nos han contado tantas veces. Y es por eso por lo que hay que tener cuidado con convertir este género, que siempre ha sido tan de culto, en algo más mayoritario.
Aun así y después de todo esto, yo no soy un experto en novela negra, por lo que es muy posible que lo que acabo de contar sea algo totalmente estúpido. Si es así y alguien se siente ofendido, vayan por delante mis disculpas. De hecho, cuando he hablado de todo eso, he estado pensando únicamente en las novelas y autores famosos. En el circuito más underground te encuentras con auténticos librazos, pero esos, más allá de que ganen o estén nominados en algún certamen que otro de novela negra, no suelen ser muy conocidos por el público. Es una pena.
-¿Qué opinión le merece la situación actual del panorama literario (poco hábito lector e intrusismo por parte de “falsos escritores”, como algunos personajes televisivos con popularidad)?
-Vale. Entiendo su pregunta, pero voy a darle la vuelta unas cuantas veces a su razonamiento, si me lo permite. En primer lugar, no creo que ningún escritor “de los de verdad” (usando su lenguaje) se pueda sentir ofendido con los “intrusos” porque al final abarcan segmentos de mercado distintos. Estos famosos suelen elaborar libros de cocina o biografías, y no creo que la gente a la que va dedicada ese tipo de novela sea el mismo que el que pueda tener cualquiera de los otros. Por otro lado, no nos olvidemos que las editoriales, medios de comunicación e incluso las ferias del libro son empresas. No hay ni un gramo de romanticismo en ellos, que la gente no se engañe. Si les encanta el libro que le mandas, pero saben que van a perder dinero con su publicación, no te van a coger.
Por otro lado, si saben que el libro es un espanto, pero son conscientes de que han amortizado la inversión a los dos días, se van a tirar a por él. Así luego hay lo que hay en las librerías, pero no me quejo en absoluto de ello. ¿Qué haría usted si se jugase su dinero? Lógicamente, lo mismo que estos. Apostar por caballo ganador. Dar la máxima publicidad y en las mejores horas a, no sé, Ana Rosa Quintana y el tipo que supuestamente le escribió el libro, o a algún cantante que además es guapete y tiene su legión de seguidores, que a un escritor pseudo desconocido que con suerte va comprarle el libro, leerle la entrevista o ir a su caseta a la feria su madre, las amigas de gimnasia de ella, los tres o cuatro colegas del instituto y alguna ex que se está planteando volver pero que luego no lo va a hacer.
Para terminar mi reflexión, voy a abrir un melón que espero que no nos explote la cabeza. Imagine un equipo de fútbol. El Real Madrid, ¿vale? Y que en un partido de esos de homenaje que hacen para la Beneficencia en Navidad, de pronto, Fernando Alonso, con ese cuello y esa cabeza que tiene, juega el encuentro de su vida y algún ojeador piensa: “joder, a pesar de la cabeza, este tío es bueno”. Le hacen una oferta y acaba formando parte de la primera plantilla. Un tío que no ha hecho más que conducir coches en su vida y culpar a los mecánicos cuando no gana, que resulte que es de lo más habilidoso del mundo con el balón en los pies. ¿Podría considerar, entonces, no sé, Isco, que Fernando Alonso es un intruso en el fútbol? ¿Y si, por lo que sea, no necesita haber entrenado veinte años para ser un jugador de primer nivel? Como Romario, que no entrenaba nada y luego metía goles haciendo la “cola de vaca”. Pues bien, usando esa misma comparación, ¿qué pasa si, de pronto, Marta Robles, Màxim Huerta o Christian Gálvez, entre ruletas de la fortuna, pasapalabras, y fiestas subiditas de tono por la noche con otros famosos, resulta que escriben no bien sino muy bien? ¿por qué habríamos de considerarlos intrusos?
Dicho esto, no hay ni un solo libro escrito por un “falso escritor” (y vuelvo a citar su expresión, que yo no he inventado, pero que solo la utilizo para que usted me entienda) que yo haya leído y haya merecido la pena ni un poco. Antes, cuando empezaba a hacer entrevistas era más valiente y me atrevía a citar ejemplos, tipo Marwan o Mikel Izal. Ahora que me hago más viejo y mejor persona ya no lo hago.
¿Cuáles han sido sus influencias a la hora de iniciarse en el noir?
En realidad, mis influencias están muy alejadas del género negro. Prefiero a Ray Loriga, Luis García Montero o Benedetti antes que a, no sé, James Ellroy, Camilla Läckberg o John Connolly. Pero sí que es cierto que hay novelas más cerca del realismo sucio o la América profunda que tienen trazas de novela negra, como La última oportunidad de Richard Ford o La mancha humana de Philip Roth que a mí me apasionan. Y las prefiero infinitamente a las obras de los autores que te citaba antes y que, en su mayoría, me he dejado a medias.
-¿Qué opina de la autopublicación?
-Mire… Yo no me he autopublicado por mi amplio desconocimiento del mundo literario cuando empecé en esto. Tenía muy claro, además, que después de tanto tiempo encerrado uno solo en su habitación mientras la vida pasa por la puerta y no te espera, la parte de edición debía corresponder a otros. No sé, tenía la sensación de que yo había hecho mi parte y ahora le tocaba a otros continuar la partida. A mí, si le soy sincero, eso que va diciendo la gente sobre que autopublicarse tiene menos mérito que la edición clásica donde una editorial apuesta por ti y tu obra, a mí me parecía una soberana tontería. Yo no lo hice porque no quería emplear más tiempo en la publicación del libro. No me apetecía ser director, productor, guionista y actor, todo al mismo tiempo.
Pero, también le digo que si hubiese un segundo libro, y con lo que sé ahora de cómo funcionan las cosas, no lo descarto para nada. Las dos formas tienen sus ventajas y sus inconvenientes. La edición clásica te ofrece un recurso que se encarga de la maquetación -interior y exterior- , contacta con la distribuidora para hacer llegar tu obra a las librerías, vela porque siempre haya ejemplares y, en definitiva, te hace la vida más fácil. Y la autopublicación, por otro lado, te permite tener mejores condiciones económicas y ser el dueño de los derechos del libro en su totalidad, algo que a veces, los escritores, sobre todo los que empezamos en esto y que lo que queremos es ver el libro en la calle, subestimamos.
-¿Piensa que el confinamiento y la pandemia nos ha acercado un período más introspectivo y reflexivo, que a su vez nos ha acercado a las artes?
-Sinceramente, no lo pienso. El que leía libros lo ha seguido haciendo, y el que no leía ha seguido sin hacerlo. Sí que creo que ha habido un boom de visualización de series, por razones obvias, o de conciertos en streaming que los grupos y cantantes solistas han hecho, principalmente con tres motivaciones: primera, sin ningún ánimo de lucro ni pretensión más allá de hacernos llevar el confinamiento de una mejor manera, y por la que debemos sentirnos agradecidos, Miguel Rivera, de Maga, por ejemplo; segunda, para ganar nuevos seguidores, y que, cuando todo esto pase, puedan vender más discos y vayamos más a sus conciertos; y tercera (esto lo hemos visto sobre todo en cantantes guaperas que jamás nos hubiésemos imaginado que sabían, además de posar con esos tatuajes de malote, tocar la guitarra) hemos tenido que aguantarlos hacerse unos acústicos en los que están más atentos a los comentarios que iba escribiendo la gente (y que, casualmente, solo responden a las chicas) que a cantar, por lo que, de la media hora que tenían programado el concierto, los veías veinticinco minutos interactuando con el público y cinco haciendo lo que buenamente podían. Y, por favor, que nadie piense que hablo de Dani Martín.
-¿Próximos proyectos?
-En una entrevista reciente comentaba que cuando me hacían esa pregunta, me sentía como en Humor Amarillo y la prueba aquella en la que los concursantes se ponían un casco y tenían que atravesar una especie de pantano lleno de piedras que se hundían aleatoriamente al pisarlas, por lo que tenías que ser muy certero en elegir qué piedra pisar para llegar a la otra orilla sin sumergirte en el agua. Y que, una vez en la otra orilla, la prueba no había terminado, sino que había un señor vestido de militar que le daba a esos simpáticos chinos con un látigo para apremiarles a elegir una puerta que debían atravesar. Si elegían la correcta, ganaban el juego. Si se equivocaban, rebotaban contra una suerte de pared y caían de nuevo al pantano. Y yo decía en esa entrevista que tenía la sensación de que haber escrito El ruido que nos separa era algo así como haber atravesado las piedras hasta la otra orilla, y que ahora tenía frente a mí tres puertas y tenía que escoger por cuál seguir.
Una de ellas me llevaba a seguir escribiendo novela negra y, en concreto, un spin off de uno de los personajes que salen en el libro; otra de ellas me llevaba a escribir un segundo libro pero de otro género distinto al noir; y luego había una tercera puerta, rodeada de ángeles y mujeres preciosas con alas detrás y miradas lascivas que me invitaban a pasar, y que era el retirarme de la literatura y dedicarme a otra cosa, como hacer esculturas gigantes de castillos medievales en la arena de la playa o, simplemente, hacer algo que no he hecho hasta ahora en cuarenta años, que es, nada más y nada menos, que disfrutar la vida. Y cuando ya tenía un pie en esa puerta y me estaba dejando acariciar el pelo por uno de esos angelitos, no me pregunte por qué, he decidido dar un paso atrás y cerrarla definitivamente. Y ahora tengo un pie en cada una de las dos primeras puertas que le decía antes.
Y, como creo que ya he tenido bastante novela negra hasta la fecha, si nada se tuerce y sigo abrazado a las circunstancias que le decía antes que han llevado a iniciarme en la escritura, me meteré por la puerta dos. Y como no tengo a nadie vestido de militar metiéndome prisa, creo que me voy a quedar sentado en la orilla, observando la portada de El ruido que nos separa, al menos, hasta 2021.