MURCIA. Es Mujercitas una de esas obras que se revisitan una y otra vez. Casi cada generación ha tenido su particular Mujercitas asociada a su tiempo y sus circunstancias. Aunque la novela de Louisa May Alcott escrita en 1968 siempre ha tenido una mayor importancia en Estados Unidos que en Europa, y ha estado asociada al género young adult para chicas, con el tiempo se ha convertido en un clásico de la cultura popular a nivel internacional (en Japón es un fenómeno y cuenta con su propio anime).
Lo cierto es que todo el mundo conoce a las hermanas March, a la independiente y rebelde Josephine, ‘Jo’, a la reservada y maternal Meg, a la sensible y delicada Beth y la caprichosa Amy. También a su madre, Marmee, siempre pendiente de las necesidades de los demás, a su quisquillosa tía y al joven vecino Laurie.
La primera versión que alcanzó el éxito (ya hubo otras antes del sonoro) fue la ejecutada por George Cuckor en 1933, titulada Las cuatro hermanitas, que supuso uno de los primeros papel para Katharine Hepburn gracias al cuál definió su personalidad de mujer arrolladora y adelantada a su tiempo que más tarde practicaría en la screwball comedy. Más tarde llegaría la versión de Mervyn LeRoy en 1949, que también sirvió para catapultar la carrera de Elizabeth Taylor. Ambas películas asentaron la tradición de los grandes repartos femeninos (Joan Bennett, Frances Dee, Janet Leigh, Margareth O’Brien, Mary Astor) y también contribuyeron a fomentar esa imagen de postal navideña coral que ha pervivido hasta el momento.
El último fenómeno Mujercitas llegó a mediados de los años noventa y en esta ocasión fue dirigida por una mujer, la australiana Gillian Armstrong, que aglutinó alrededor de Susan Sarandon a Winona Ryder, Trini Alvarado, Kristen Dunst, Claire Danes y Christian Bale en el papel Laurie. Fue quizás la más almibarada y sensiblera, también la más querida por el público, pero con pocos aspectos cinematográficos que destacar más allá del talento actoral y de que el relato de Louisa May Alcott, por alguna razón, siempre funciona.
Ahora Greta Gerwig llega dispuesta a renovar la visión que tenemos de la obra original, pero sin necesidad de renovar sus cimientos, solo intentando poner en valor aquellas cosas que habían pasado desapercibidas y que en estos momentos adquieren un valor especial: las ideas en torno a la liberación de la mujer en el seno de una sociedad patriarcal, la necesidad de hablar sobre la relación entre el arte y la perspectiva femenina o de reafirmarse dentro un mundo hostil. Es decir, ¿cómo ganar dinero para ser independiente?, ¿cómo arriesgarse a ejercer una profesión liderada por hombres?, ¿cómo encontrar la voz propia?, ¿cómo no renunciar a la propia personalidad cuando aparecen otros factores?
Todas ellas son preguntas que parece hacerse Greta Gerwig desde el presente y que encuentra en la obra de Alcott. Por eso su visión del libro resulta única y personal. Nunca habíamos visto a Jo discutir con el editor de su libro sobre los aspectos que tenía que modificar para que se publicara (“el único final en un libro para una mujer es que se case o que se muera”), ni tampoco habíamos visto la historia desde la perspectiva adulta, lo que la dota de una cierta madurez.
La directora utiliza un material por todos conocidos para pasarlo por el filtro de su mirada y de sus intereses y obrar el pequeño milagro de hacer con él algo diferente inundado de una frescura enriquecedora.
En realidad, es como si viéramos la misma historia de siempre con unos ojos diferentes, con los ojos de un presente que mira hacia el pasado para repensar muchos pequeños detalles. Y es que ninguna de las adaptaciones de ‘Mujercitas’ había estado a la altura de la obra de Alcott hasta el momento. La autora se atrevió a escribir sobre emancipación y rebeldía femenina en un contexto social en el que el único futuro para una mujer joven era convertirse en esposa y madre.
Ahora, Gerwig recoge el testigo para reivindicar la necesidad creadora (la de la protagonista, la de Louisa May Alcott y la suya propia) y componer un emocionante alegato en torno a la forja de la identidad artística.
Por primera vez, ‘Mujercitas’ está contada desde el punto de vista de Jo y la narración resulta eminentemente literaria, como si todo lo que viéramos fuera parte de un mecanismo ficcional que surge de los recuerdos.
Es quizás uno de los hallazgos más importantes de una película que, en realidad, se está cuestionando constantemente el relato oficial incrustado en el imaginario popular.
Resulta inevitable pensar en esta nueva Jo March como un trasunto del personaje que articulaba la ópera prima de Greta Gerwig, Lady Bird, ambas interpretadas por la misma actriz, Saoirse Ronan. Las dos películas son además relatos de crecimiento, dos coming-of-age en las que sus inmaduras heroínas poco a poco van descubriendo lo que significa hacerse mayor, sentir las primeras desilusiones, empezar a tomar decisiones, y, por supuesto, aprender a valerse por sí mismas en un mundo que no les va a poner las cosas fáciles. Ambas tienen un espíritu contestatario, tienen la capacidad de activar todo lo que tienen a su alrededor, pero su sensibilidad les hace ser en el fondo extremadamente frágiles. Durante el trayecto, dejarán de ser mujercitas para empezar a ser mujeres.
Gerwig aporta fluidez y agilidad al relato. Sus transiciones temporales resultan avasalladoras, así como la elegancia en el trazo. Es contemporánea y tradicional al mismo tiempo. Visualmente bebe de los cuadros de la época que nos llevan del Impresionismo europeo al maestro Winslow Homer. Además, junto al director de fotografía Yorick Le Saux decidió rodar en celuloide para crear una conexión con los procesos fotoquímicos del siglo XIX, pero al mismo tiempo la cámara se convirtió en un remolino dando vueltas alrededor de los personajes.
Saoirse Ronan se convierte en el centro de la función como la nueva Jo March, pero también encontramos a una sutil Emma Watson como Meg, a Eliza Scalen como Beth y a Florence Pug que consigue darle la vuelta al personaje de Amy alejándolo de su faceta superficial. Laura Dern se convierte en la matriarca de la familia, Meryl Streep en la tía March, Timothée Chalamet en Laurie y Louis Garrel en un mucho más apuesto profesor Bhaer.
Se estrena la película por la que Pedro Martín-Calero ganó la Concha de Plata a la mejor dirección en el Festival de San Sebastián, un perturbador thriller de terror escrito junto a Isabel Peña sobre la violencia que atraviesa a las mujeres