MURCIA. Con sorpresa han acogido algunos titulares el proyecto de crear una Agencia Espacial Española, anunciado hace unos días por Iván Redondo, el jefe de gabinete de Pedro Sánchez, como hito en la agenda del ministro Pedro Duque, el primer surcador del cielo con nacionalidad española -una españolidad cuestionada como la del Nobel de Severo Ochoa-, dispuesto hace unos meses a dejar el gobierno de haber salido elegido para la Dirección General de la Agencia Espacial Europea (ESA, la Nasa europea, esa misma). Nos sorprende, mancos de costumbre, que una acción de ministerio se ajuste al currículum del titular de la cartera, además de que en marzo el propio ministro dijera en un fórum que “siempre se pueden crear más estructuras, pero es verdad que da miedo inventarlas y que estas no solucionen las cosas; de momento, nos quedamos como estamos”. Ya lo dice el dicho: somos dueños de nuestros silencios, pero esclavos de los webinars. Tomen nota los directores generales de las áreas científico-técnicas.
"El espacio ya no es un territorio de exploración, sino de compraventa"
El espacio ya no es un territorio de exploración, sino de compraventa. En esta evolución, España, como potencia espacial, existe, muy a pesar del fracaso del satélite Ingenio, un ejercicio poético para un país donde nos gusta discutir por los indultos y unos meros cables pelados. En paralelo a la membresía del estado español en la ESA, las intenciones recobradas por una agencia espacial ibérica, cual espíritu lunar de la Minglanillas de El astronauta (Javier Aguirre, 1970), desempolvan un debate que posiblemente usted, ciudadano de bien, ni tenía noticia, como también desconocía que hubiera partidarios de emular a Portugal, Italia, Alemania, Francia o Reino Unido con una agencia propia para unificar todo lo relacionado con el espacio e interactuar vía directa con el gobierno en nombre del beneficio económico, la seguridad jurídica y la captación de contratos internacionales. También vive ajeno a la existencia de la economía española aeroespacial, una industria que, además, gana dinero.
Pero saber hasta dónde llegan los confines ministeriales es tan difícil como que los anuncios de invertir caudales para asomarse al espacio conquisten la empatía popular, siempre mucho más preocupada por las carreteras, los anestesistas y las aulas, qué curioso, cuando se estudia abrir instituciones como ventanas de oportunidad para la venerada innovación. Pero que el álgebra aplicada no nos engañe. Ese baño de realidad, afrontar que a tu ciencia la vean como un derroche, deberían aprenderlo como primera lección los pupilos de la astrofísica, al igual que los de biología deben acerar su paciencia ante los argumentos del género basados en la naturaleza. En una pandemia, y ante la consiguiente obsesión inmunitaria por medio, convencer a los contribuyentes necesita retórica nueva, fórmulas más imaginativas que la manida utilidad como el origen del horno microondas.
Tan motivados estamos por los errores de comunicación en las segundas dosis vacunales, que el anuncio también viene a oxigenar nuestra salud mental, al reavivar, cree una servidora, el interés por el espacio exterior, capaz de reorientar la fiebre humana por mantener a raya virus y bacterias. Aunque de la vida menuda también se podrán extraer claves para la supervivencia una vez se traspasa el firmamento, como está demostrando el más animal más resistente del planeta, el achuchable oso de agua, un invertebrado de apenas medio milímetro. Porque el cielo y la tierra, como el interior y la costa, Morella y Benidorm o la piedra seca y el ladrillo caravista, no están reñidos.
"CONVENCER A LOS CONTRIBUYENTES NECESITA FÓRMULAS MÁS IMAGINATIVAS QUE LA MANIDA UTILIDAD COMO EL ORIGEN DEL HORNO MICROONDAS"
Como es propio de su naturaleza, los escépticos de la maquinaria burócrata no tienen el cuerpo para romanticismos, de tanto que les inquieta la multiplicación de oficinas redundantes sin otra función que actuar de agencias terrenales de colocación para juristas, economistas y politólogos, que es ahí donde está el mal y no en la teórica finalidad de poner en orden trabajos y acciones en materia espacial. Gracias a su protesta, la órbita tuitera ha desplegado el mapa institucional de la España espacial, cuyas competencias se reparten, en mayor grado, cuatro ministerios (Economía, Ciencia, Defensa e Industria).
No faltan las menciones al centralista Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (INTA), del que muchas obvian su tutela militar (con sede en Torrejón de Ardoz) y su discreta relevancia investigadora, y a la versión independentista de las aspiraciones de una NASA española, la Agència Espacial de Catalunya, aprobada por el Consell Executiu de la Generalitat de Catalunya en octubre de 2020 como proyecto de la Catalan NewSpace Strategy, y que prometía la hazaña de lanzar a mediados de este año dos nanosatélites. Para sueños cósmicos autonómicos, los valencianos podríamos también reivindicarnos, pero, como siempre, preferimos la prudente reserva.
Aunque a muchos les suene más el Cabo Cañaveral que El Canyamelar, por culpa de Stanley Kubrick, un valenciano no tiene por qué viajar a Florida para presumir de categoría espacial. A casa nostra contamos, desde 2010 y tras un concurso público, con un auténtico brazo de la ESA, nada que ver con externalidades contractuales: el Consorcio Espacial Valenciano, impulsado por la Universitat de València, la Universitat Politècnica, el Ayuntamiento de València y la Generalitat Valenciana, una concordia ejemplar sin igual en el resto del estado, que alberga dos laboratorios europeos de alta potencia en radiofrecuencia y materiales. Con estos mimbres, podríamos solicitar la independencia espacial, visto el éxito de la reforma de la financiación autonómica.
Pero, que a nadie se le olvide, las cosas del espacio también son privadas, y no me refiero a parcelar grados cuadrados de paraíso a las puertas de San Pedro o a terrenos en la Luna. Mientras en estas latitudes se debate con memes un proyecto de agencia estatal que todavía está por concretarse, que no se sabe si será para lo deseable --aunar la investigación dispersada entre la INA, Centro para el Desarrollo Tecnológico Industrial (CDTI) o el Consejo Superior de Investigaciones Cientícias (CSIC)--, o para sacar brillo a la plata, la carrera por el negocio del espacio enfrenta a los dueños del mundo, Amazon y Tesla, además de China.
"El mal está en multiplicar oficinas redundantes que funcionen como agencias terrenales de colocación, no en aunar trabajos y acciones en materia espacial"
De hecho, a Jeff Bezos se le compara con Darth Vader en el combate por liderar el Internet de las cosas, el turismo cósmico y los vuelos no tripulados, cuyos desarrollos se hacen mediante contratos públicos propuestos por la NASA y el ejército estadounidense. Elon Musk lleva ventaja con SpaceX y su red Starlink, que ha puesto en órbita con su lanzadera a centenares de satélites, mientras que el dueño de Amazon, que prevé invertir 10.000 millones de dólares en su sistema Kuiper, no ha lanzado aún ningún satélite. La sociedad espacial de Musk garantiza el suministro regular de la Estación Espacial Internacional (ISS) desde 2012, con cohetes Falcon 9 y las cápsulas Dragon, llevando a astronautas de la NASA y de otras agencias. Blue Origin, la empresa de transporte aeroespacial de Bezos, no está operativa, aunque su jefe sueña con colonizar el espacio. Ambos multimillonarios saben que en un par de años será se sabrá el ganador de la batalla espacial privada, y los réditos financieros, que empezarán dentro de 15 a 20 años, podrían representar cientos de miles de millones de dólares.
Sin embargo, como advertía un artículo de la Harvard Political Review, contrariamente a lo que argumentan las empresas espaciales privadas, urge acotar el debate de imponer reglas, a medida que los lanzamientos de cohetes privados se vuelven más comunes. Porque, por muy prometedora que se la industria espacial, no debería producirse a costa de vidas humanas.
"URGE ACOTAR EL DEBATE DE IMPONER REGLAS, A MEDIDA QUE LOS LANZAMIENTOS PRIVADOS SE VUELVEN MÁS COMUNES"
Entre los reglamentos que necesitan revisión está el Tratado del Espacio Ultraterrestre, responsable de la supervisión de los satélites, por la falta de regulación de la conducta entre los operadores; y establecer leyes que gestionen el brillo y la ubicación de los satélites, ya que las voces expertas alertan que los satélites Starlink son excesivamente brillantes, no están ubicados en órbitas predecibles y seguirán aumentando en densidad numérica, lo que socava los esfuerzos de los astrónomos por observar el espacio, una clara contradicción cuando uno de los objetivos de los viajes espaciales es aprender más sobre el mundo que nos rodea. Veremos de qué capacidad crítica disponen los grupos de investigación financiados por ambas multinacionales.
Como guinda, un recuerdo al primer debate ciudadano que la ESA impulsó en 2016 para conocer el parecer de la ciudadanía europea con respecto al espacio. Estas fueron las recomendaciones de la población civil, y que hoy deberíamos tener bien presentes: 1) el espacio debería responder a los retos de la sociedad, es un bien común de la humanidad: 2) el espacio debe mantenerse limpio, con la basura espacial retirada, y debe protegerse para las futuras generaciones; 3) la exploración espacial beneficia nuestra vida diaria y el futuro de la humanidad; 4) las agencias deben continuar el diálogo con los ciudadanos y todas las partes implicadas, compartir información, desarrollar la comunicación y las acciones de marketing, y concebir, construir e implementar misiones inspiradoras y de envergadura que impliquen al público. Que la fuerza nos acompañe.