MURCIA. La pasada semana contemplamos una deplorable imagen cuando con motivo de una reunión bilateral entre la Unión Europea y Turquía, Recep Erdogan, presidente de Turquía, obvió a la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen relegándola a un discreto segundo plano representado por un muñido sillón cediendo el protagonismo al presidente del Consejo Europeo, Charles Michel. Uno, que ni corto ni perezoso acepto el asiento acomodando sus joyas de familia mientras se despatarraba a gusto como si quisiera marcar territorio.
Son muchos los que han criticado la cómplice pasividad de Michel y que han visto insuficiente el protocolario mensaje que este mismo publicó en su página de Facebook. Les ha sorprendido su poca contundencia tanto en el episodio en sí como en las reacciones posteriores. Una novedad más en un mundo estructuralmente machista. Qué desgracia. No hace falta ver un vídeo como el del ‘sofágate’ para darse cuenta de la denigración que sufren las mujeres. Basta con pasear por la calle y observar como no hay esquina en la que no exista un hombre con mirada lujuriosa hacia alguien del sexo opuesto. Son muchos los que miran y pocos son los que observan. Poniendo atención en los estímulos existenciales uno se da cuenta de muchas cosas. Atención que aumenta cuando te topas con conductas machistas entre tus amigos tomando algo en una terraza. Entre risa y carcajada se deslizan chascarrillos o enunciados del tipo “las mujeres desean a un hombre que les guíe” u otros comentarios que rebajan a la mujer a un simple trozo de carne con curvas.
Pese a que las imaginativas campañas pro-igualdad, la realidad es que, a día de hoy, en pleno siglo XXI tenemos el mismo machismo que cien años atrás. Si antes la mujer no podía desempeñar otra función distinta a pasar la mañana entre fogones o limpiando platos para luego volverlos a ensuciar con la cena que tenía que cocinar con esos mismos fuegos que había encendido para la comida, ahora el machismo es mucho más sibilino. Pese a que todavía persiste el retrógrado pensamiento de concebir a las féminas como el sexo débil o que la vida de estas se debe reducir a cuidar de los hijos, -el otro día me soslayaba ese pensamiento un buen amigo a la par que un servidor le preguntaba sobre el sentido entonces de que las mujeres estudiaran una carrera universitaria-, existe un nuevo machismo camuflado en un presunta alianza feminista que cosifica a la mujer basándola en un mero objeto sexual con el que el hombre puede satisfacer sus fantasías. Ojos expectantes ante tantas vaginas con patas, como títuló en una ocasión a uno de sus artículos Cristina Medina.
No tiene sentido que desde las instituciones se fomenten las políticas feministas mientras los jóvenes no dejamos de recibir impactos machistas. Es paradójico que a uno en el instituto le enseñen educación sexual pero cuando llega a su casa se pone una película pornográfica a golpe de clic, antes de acostarse escucha una canción que anima a utilizar el cuerpo de la mujer o te entretienes en estos tiempos confinados con la serie de Netflix SkyRojo con un alto contenido en violencia hacia la mujer y sexo. Hemos pasado del puritanismo al libertinaje, pero queremos alejarnos de Sodoma.
Sodomización provocada, como he dicho en más de una ocasión, por la deshumanización del hombre, por el olvido de la dignidad personal de cada uno de nosotros. Humanismo en donde reside la solución a toda perversión disfrazada de progreso. Avance humanista boicoteado incluso hasta por unos católicos que deberían ser los primeros en enarbolar esa bandera apoyada en la Teología del cuerpo escrita por Juan Pablo II. Respeto al ser humano obviado por los creyentes que apoyan posiciones xenófobas o que consideran inferior a las mujeres por el mero hecho de serlo. Se les olvida la máxima humanista que refleja la integridad de toda persona por el mero hecho de serlo.
Hasta que no seamos consciente de eso no habremos llegado a buen puerto. Poco sentido tiene hacer la vista gorda con todo lo que estimula el machismo, como La Isla de las Tentaciones al mismo tiempo que se hacen campañas en pro de las mujeres o se despide a un trabajador por presunta violencia machista, Absurdo es también decirse feminista a la vez que la izquierda radical adquiere cada vez más tintes antisemitas, respaldando a lugares inhóspitos como Palestina donde se lapida diariamente a cientos de mujeres.
El que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Nadie se libra de caer en alguna actitud deplorable en una sociedad estructuralmente machista.