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'Las entidades oscuras', un viaje a las sombras de la materia, la energía y el conocimiento

El profesor de Princeton y divulgador Cristiano Galbiati nos adentra en las profundidades de nuestro vastísimo desconocimiento acerca de eso que hemos dado en llamar materia y energía oscura.

29/06/2020 - 

MURCIA. La física ya es más mágica que la magia, y sin duda, mucho menos intuitiva. Las aspiraciones de la magia son muy básicas: convocar, hacer aparecer, desaparecer, proteger, conseguir, chas. Una mezcla de sustancias, unos sigilos, un fraseo, una combinación de objetos, un ritual, una interpretación augúrica, unas cuántas prácticas que terminan en mancia. Hago, y espero que algo ocurra. Nada fuera de lo normal. La magia es muy humana, y por tanto, fútil. En realidad, la magia es sobre todo, ambición. Ambición humana. Se basa en principios, que si se piensa bien, son muy de ir por casa: ya es casualidad que las fuerzas del tejido mágico sean tan terrenales, que se puedan manipular para fines tan cortoplacistas como los que suelen motivar al mago o al iniciado. La magia está hecha a nuestra imagen y semejanza, porque nos la hemos inventado nosotros. Sin embargo, todo lo que nos espera, envuelve o integra —hasta la fecha, un inconmensurable océano cósmico de ignorancia sobrecogedora— en este universo incomprensible que habitamos, escapa a nuestra lógica, al menos, a la lógica que hemos desarrollado durante varios milenios, un pestañeo, en realidad. Desde que rasgamos el velo de lo aparente y descendimos a lo mínimo entramos en una época de la ciencia en la que se diría que cuanto más sabemos, menos sabemos: lo más pequeño que minúsculo colisiona contra la razón a velocidades sensacionales, obligándonos a asumir que la pura observación de un proceso altera sus resultados —lo del gato en la caja—, que hay estados superpuestos que solo se decantan en una u otra dirección cuando decidimos fijarnos en ellos, que hay campos —campos cuánticos— que se manifiestan en forma de esas partículas elementales que lo conforman todo, algunas de ellas tan evanescentes que para detenerlas haría falta una pared de plomo del tamaño del universo, y ya veríamos si así. Es inconcebible

Por no hablar, refiriéndonos a otras dimensiones —probablemente todo sea al fin y al cabo lo mismo—, de cuerpos celestes que colapsan hasta convertirse en agujeros monstruosos, anomalías voraces sin fondo o con un fondo que no podemos entender dónde está, o ya metidos en harina del costal de los misterios más misteriosos, del tiempo, que ya sabemos que transcurre a distinta velocidad en nuestra coronilla que en la planta de los pies. Lo sabemos, porque nuestros satélites GPS se ven obligados a corregir ese desfase relacionado con la gravedad para poder funcionar. No es broma. Tampoco lo es que a los italianos se les da de maravilla escribir sobre física teórica, sobre cálculos y predicciones mediante modelos que después acaban materializándose en forma de evidencias en mastodónticos aceleradores que hacen chocar partículas para descubrir nuevas partículas que nos ayuden a entender de qué está hecho lo que existe, y a veces también, en ciertos casos, lo que no. Si Rovelli narra y actualiza lo que creíamos saber del tiempo los profanos —los profanos en la física, no en el tiempo, ojalá—, en Las entidades oscuras. Viaje a los límites del universo (Akal, 2020, traducción de Juan González-Castelao Martínez), el profesor de Princeton Cristiano Galbiati hace lo mismo con la materia oscura y la energía oscura, dos gigantescas incógnitas, tan grandes, vislumbramos ahora, que lo raro es que la ecuación haya tenido sentido en algún momento: hace no muchos años nos dimos cuenta de que la masa de la materia que podíamos ver era totalmente insuficiente para generar la gravedad que mantenía unidas a las galaxias. A esa materia que no podemos ver, pero que todo apunta no solo a que existe, sino que existe en una cantidad muy superior a la materia y energía “visible” —ahora volveremos sobre eso—, la llamamos materia oscura, y andamos detrás de ella como podemos, de momento, dando palos de ciego. Como explica Galbiati, la materia oscura no está formada por protones, neutrones y electrones, ni puede estarlo, porque si así fuese, contribuiría a la formación de estrellas, cosa que no hace. 

La semana pasada los medios se hicieron eco de una gran hazaña: la sospecha de que unas señales captadas en el interior de un tanque de tres toneladas de xenón enfriado hasta los cien grados bajo cero, todo ello, bajo mil cuatrocientos metros de roca en el macizo del Gran Sasso italiano, podrían ser, con mucha, mucha suerte, y contradiciendo robustas predicciones de la astrofísica, axiones, partículas que —quizás— podrían formar parte de la desconocida materia oscura. Con menos suerte, y en una alta probabilidad, esas señales podrían ser solo interferencias producto de la dificultad de purificar los gases que se necesitan para llevar a cabo estos experimentos, tal y como explica Galbiati, que en su libro habla de estas instalaciones —porque coordina el experimento internacional DarkSide sobre la investigación de la materia oscura que se lleva a cabo en ellas—, y de otras que también podrían ayudarnos a que el palo con el que vamos palpando la oscuridad que nos rodea fuese más preciso. Así se hace la ciencia, y más la referida a estos menesteres. 

Por suerte, los enigmas del universo son materia prima de primera calidad para la escritura, de tal manera que conceptos tan antiintuitivos como aquellos sobre los que se especula en este libro, dan lugar a hermosas páginas a caballo entre la poesía sin querer, la filosofía, y ese lenguaje superior que son las matemáticas. Nos cuenta Galbiati que todo lo que conocemos del universo, radiaciones y partículas, es solo un 5% de lo que lo conforma, junto al 27% de la materia oscura y el 68% de la energía oscura, el misterísimo, el ilustrísimo misterio, que solo conocemos en una de sus acepciones y por culpa de nuestros congéneres, lo cual hoy no viene al caso. Es decir, que un 95% de ese sea lo que sea que habitamos está formado por algo que sabemos que está ahí, pero que no tenemos ni la más remota idea de lo que es. Lo cierto es que las entidades oscuras son el universo, y eso nos lleva a colegir que igual que en este planeta al que llamamos Tierra pero que en realidad es Océano, en el cosmos somos solo la luz emergida de las tinieblas, sin que eso tenga ningún valor especial. 

Termina Galbiati, poeta-científico: “El universo ha entrado ahora en la era dominada por la energía oscura. Durante miles de millones de años, desde su origen, la presencia de energía oscura ha sido completamente imperceptible. Desde hace poco, unos miles de millones de años, la energía oscura ha empezado a hacer sentir su presencia. La fracción total de la energía del universo debida a la energía oscura crece con el tiempo, en paralelo a la expansión del universo. Hace unos miles de millones de años, el universo pasó de estar dominado por la materia oscura a estar dominado por la energía oscura. La expansión, en lugar de disminuir de velocidad, ha comenzado a acelerarse de nuevo, igual que en las fases de inflación siguientes por un instante infinitesimal a la Gran Explosión o Big Bang. Hoy en día, la fracción de energía total del universo en forma de materia oscura es ya casi del 70% y sigue creciendo, forzando cada vez más la aceleración de la expansión del universo. La expansión es tan fuerte y violenta que en todas las épocas del universo hay estrellas y galaxias que se alejan de la Tierra a una velocidad superior a la de la luz. Y no se debe pensar que este hecho viole los principios de la relatividad espacial y general: la relatividad nos dice que nada puede viajar más rápido que la luz en comparación con el espacio, pero no prohíbe que el espacio en sí se expanda a una velocidad mayor que la de la luz”. Lo dicho. Poesía. 

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