La clasificación de queer para referirse a una identidad de género disruptiva, orientación sexual o simplemente como patrón antisistema, de gente rara contra la presumible normalidad tiene su origen en un insulto habitual entre británicos hacia las personas afeminadas, extravagantes o que se comportan rompiendo el rol establecido. El colectivo ha buscado tradicionalmente apropiarse de cada insulto para positivizarlo: el término ‘maricón’ se ha resignificado contra sus ataques. El arte, el cine y la literatura pretenden testificar estos cambios en el lenguaje
MURCIA. Hace unos meses, en marzo, durante el confinamiento, la —cada día más polémica— estrella televisiva Ana Rosa Quintana contestaba a un enfermero que intervenía en directo como portavoz de un colectivo de auxiliares de enfermería. Él hablaba en femenino, valiéndose de un lenguaje inclusivo para referirse a un colectivo que está compuesto mayoritariamente por mujeres. La presentadora le increpaba al respecto, criticando que «hacéis mal porque el lenguaje inclusivo también es para vosotros». Una demostración mainstream de que la normalización social de la igualdad nos dirige a un debate de léxico y sintagmas, un diccionario de denominaciones que busca resignificar constantemente los insultos y sus atribuciones. Así, el hecho de hablar en femenino no es precisamente lo contrario a hablar en masculino, ni pretende imponer un género sobre otro. Ni siquiera debe hacer referencia a la orientación sexual del orador.
Somos palabras, y la sociedad tiene el poder de darle un sentido concreto y un contexto a cada término. La plena normalización de la diversidad sexual lleva a la desaparición de la estigmatización, la señalización, la etiqueta y muchas veces el insulto. De hecho el término queer nace de una expresión peyorativa hacia los hombres homosexuales. La unión hace la fuerz: gays, mujeres lesbianas, personas bisexuales, intersexuales y trans se han apoderado del insulto queer para autoafirmarse, defendiéndose de una homofobia y transfobia que hace uso del lenguaje para menospreciar y apartar. El primer uso del término de origen germano (‘quer’) se refería etimológicamente a lo perverso, a lo antinatural.
La mayoría de las iniciativas públicas y privadas tienden a todo lo contrario, a favorecer la normalización y naturalización de la diversidad. Recrean un diálogo de lenguaje inclusivo, divulgan planes de igualdad, hacen pedagogía de la integración en todos los ámbitos: del léxico al premio. Esta misma semana, la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood ha anunciado que para 2024 establecerá los Academy Inclusion Standards, unos nuevos estándares de representación y requisitos de inclusión para la elegibilidad de cara a los Oscar en la categoría de Mejor Película. Aunque pueda sorprender en un país presidido por el mismísimo Donald Trump están pasando cosas: se está favoreciendo la inclusión de la diversidad.
Pero a veces las cosas más sencillas y razonables cuentan con oposición. La homofobia y la xenofobia ha quedado patente esta misma semana en una columna publicada en este mismo medio, firmada por Javier Carrasco, y titulada con contundencia para hacer de esa propuesta inclusiva algo aberrante y casi sectario: ‘Negro, cojo y gay’. En su explicación del insulto, se toma la libertad de considerar que lo que pretende la academia es establecer “cuotas para minorías”, inventando literalmente una atribución al que no hace referencia la comunicación emitida por la academia.
Ser mujer no es formar parte de una minoría. Ser bisexual, pertenecer a una etnia afroamericana, indígena o asiática, no corresponde atribuirlo a una minoría social. Si nos pusiéramos así, nos sorprenderíamos de qué cualidades son mayoritarias en la humanidad. Sin embargo, el columnista califica la propuesta de «sandez» y se atreve a predecir que esta medida significará «la muerte del cine como arte». A ojos vistas, hay gente a la que todavía le molesta la presencia de personas de otras razas, así como de maricones y lesbianas, de drags o de personas transgénero. Y ante la adversidad, el colectivo se hace grande: el principio newtoniano de que toda acción (en este caso pretenciosamente literaria) produce una reacción se hace palpable en las respuestas que está teniendo por parte del colectivo LGTBI.
Sin embargo, según el presidente de la Academia de cine de Hollywood, David Rubin, «la propuesta pretende reflejar nuestra diversa población global tanto en la creación de películas como en las audiencias que se conectan con estas y la Academia se compromete a desempeñar un papel vital para ayudar a que sea una realidad», un objetivo mucho más sensato de lo que aparentaba con las apelaciones xenófobas y homófobas de Carrasco, que poco tienen que ver con la realidad social del siglo XXI, y no acceden a los planteamientos de ninguna ideología o partido concreto, sino al clamor de la sociedad globalizada que azota las injusticias sociales cada vez con más fuerza, como pudimos ver con la eclosión del fenómeno #BlackLivesMatter.
El lenguaje está en constante actualización, aunque vaya por detrás de los cambios sociales. No obstante, asuntos como el lenguaje inclusivo o no machista inició su incursión en los diccionarios y manuales de estilo hace ahora treinta años. Existe una abundante bibliografía hay ahondar en el asunto. Uno de los manuales más consultados es Sexismo lingüístico: Análisis y propuestas ante la discriminación sexual en el lenguaje (María Ángeles Calero, 1999), una perspectiva teórica para quitar las mayúsculas a los estereotipos de género e iniciar una contienda contra la discriminación. Algo que ha permitido adaptar los lenguajes inclusivos hacia la diversidad sexual.
También se publican constantemente novedades al respecto que se detienen en el fenómeno de la diversidad sexual, y aquella actualización constante de las palabras. Palabras para una tribu (J. Luis Peralta y R. M. Mérida Jiménez, 2020) es un ensayo sobre las acepciones cambiantes y los argots propios de gays y lesbianas. Porque al nombrar las cosas no sólo se identifican, sino que se accede a una nueva realidad, a veces paralela a la que conocemos. La visión de la homofobia y la transfobia se recrea con un lenguaje propio. El texto destaca, por ejemplo, el uso que hoy se hace del término ‘loca’ para referirse a un determinado hombre gay; una definición que podría haber sido aplicada a las mujeres décadas atrás, y que siempre se usa desde una superioridad moral sobre el sujeto identificado.
En definitiva, el lenguaje no es nunca neutral. La nominación de algo o de alguien siempre implica una representación y una imagen, a veces otorgando definiciones complejas, ofreciendo informaciones subyacentes y muchos elementos que no se perciben a simple vista. Pero que los lingüistas y sociólogos han estudiado el diccionario como una vía de transformación social. Sin ir más lejos, el término ‘gay’ se popularizó para huir de ‘homosexual’, una definición que asocia una etiqueta del ámbito médico y psiquiátrico. ‘Homosexual’ hace décadas se popularizó como una fórmula más respetuosa que ‘marica’, y así cerraríamos el círculo, concluyendo que todas las definiciones son más amables y correctas que ‘queer’, que abarca muchos más matices y atribuciones, incluso de carácter reivindicativo y político.
La resignificación del insulto es la clave para el empoderamiento. Y la equidad de géneros en la oratoria se ha llevado al extremo, pero ha permitido que hoy las mujeres se sientan tan incluidas como los hombres en ámbitos donde el género no debería estar predeterminado, donde hasta hace poco no habían tenido acceso. Como caso abultado, el Consejo de Ministras. Al hilo de esta evolución, la literatura, el cine y el arte no pueden quedar atrás. Las artes visuales, con obras como las de Carmelo Gabaldón, Joaquín Artime, Anna Ruiz, o a nivel internacional Bruce La Bruce o Rafa Esparza, dan prueba de esa evolución de los conceptos, las palabras y sus significados.