No se preocupe querido lector que no voy a disertar sobre uno de los eslóganes más famosos de la afamada bebida de refrescos en la que piensa cuando lee estas palabras. Pero hoy toca alzar la voz a favor de la Vida, sin tapujos
MURCIA. Los representantes de la sociedad española que trabajan en el Congreso de los Diputados y que cada día me provocan más bochorno por su incapacidad para ayudar a los ciudadanos, por su falta de empatía por los problemas reales que padecen millones de españoles y su cinismo y soberbia a la hora de legislar, votaron la ley de la eutanasia entre el silencio y desconocimiento real de la inmensa mayoría de la sociedad, perfectamente planificado para que no se abra ese debate público y porque hay ideas y tesis que son complejas de defender, aunque te apoyen muchos medios de comunicación.
La eutanasia o muerte dulce si nos ceñimos a su etimología, encierra esa terrible perversión de dulcificar la muerte provocada, no la muerte natural a la que todos estamos llamados por nuestra condición biológica. Es fundamental el uso de las palabras, como ya he comentado en alguna otra columna, porque conforman nuestro pensamiento más de lo que creemos, y la terminología positiva o dulce enmascara muchas veces hechos luctuosos y de gravedad. De ahí que oigamos tantas veces ese oxímoron de muerte digna, terrible expresión asumida (cuando no aplaudida) por una sociedad hipócrita que rechaza el cuidado de sus mayores porque supone una carga y sobre esfuerzo, como si de niños no nos cuidaran nuestros mayores y nos ayudaran las 24 horas.
La ley no sólo es interpretable hasta límites insospechados, sino que es creada por el legislativo que lo pueden formar personas de gran valor cultural, intelectual y moral o lo pueden conformar la mayoría de nuestros actuales diputados. De ahí que las leyes que emanan del Parlamento llegan incluso a contravenir (para ellos interpretar) los artículos de la norma suprema o constitución, que, en su regulación de los derechos fundamentales, proclama el primero de ellos en su artículo 15: “Todos tienen derecho a la vida y a la integridad física y moral, sin que, en ningún caso, puedan ser sometidos a tortura ni a penas o tratos inhumanos o degradantes. Queda abolida la pena de muerte, salvo lo que puedan disponer las leyes penales militares para tiempos de guerra”. Existe un derecho a la vida que además enlaza con el artículo 10 de la Carta Magna que se refiere a “la dignidad de la persona, los derechos inviolables que le son inherentes…”.
Toda vida es digna y merece ser vivida al margen de las condiciones de ésta, lo que una sociedad sana debe promover es el cuidado y la protección de estos derechos. De hecho, en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 y en tantas otras grandes declaraciones como el Convenio de Oviedo para la protección de los Derechos Humanos y la Dignidad del Ser Humano con respecto a las aplicaciones de la Biología y la Medicina de 1997 o la Declaración Universal sobre el Genoma Humano y los Derechos Humanos de la UNESCO de 1997, la dignidad es fundamental. Y en las últimas décadas se ha invertido esta lógica que impone la ley natural, defender la vida y cuidar a los más débiles de nuestra sociedad frente a pensar que es normal querer morir y deshacernos de quienes nos suponen una carga, porque diferentes y oscuros intereses lo han promovido, especialmente con el cine y algunos ejemplos particularísimos que suelen convertir en norma.
La realidad es que en España casi la mitad de pacientes que requieren de cuidados paliativos, no los reciben, es decir, que nuestros gobernantes no destinan los fondos necesarios para cuidar a sus gobernados, o lo que es lo mismo, el gobierno de España sólo quiere ciudadanos rentables o votantes silenciosos pero no cuidar y proteger a las personas más débiles e indefensas, pese a que justamente suelen utilizar estos términos para publicitar sus acciones, como decía al inicio, el uso torticero del lenguaje es una constante en política, me viene a la mente la frase de “no vamos a dejar a nadie atrás”, hay que tener valor para afirmar algo así. Frente a tanta maldad, demasiada como para poder procesarla, digerirla y criticarla, siempre hay valientes, desde la iniciativa Vividores que defiende con argumentos y con ideas innovadoras la vida en toda su expresión a ejemplos de lucha, fe y amor a la vida como el de Miguel y Lucía, un matrimonio sevillano con cinco maravillosos hijos que viven con dignidad y valentía la enfermedad de ELA que padece el padre. Mantengamos, pese a todo, la chispa de la vida en estos momentos en que festejamos la Navidad.