MURCIA. La depresión infantil y juvenil continúa siendo una enfermedad infradiagnosticada, ya que suele quedar enmascarada detrás de otras patologías comunes a estas edades, según expertos de Recurra-Ginso, un programa que ofrece apoyo a las familias en situación de conflicto con sus hijos e hijas adolescentes, y en el marco de su campaña Una mente sana empieza en la infancia.
"Nuestro pronóstico es que se trata de un trastorno que probablemente aumentará su incidencia en la población infanto-juvenil, teniendo en cuenta, además, la vulnerabilidad que la pandemia está generando en toda la sociedad. Si no se diagnostica y aborda adecuadamente, puede haber una mayor persistencia en la enfermedad, dando lugar a una mayor duración de los episodios depresivos y del número de recaídas", explica Eduardo Atarés, psicólogo general sanitario de Recurra-Ginso.
El experto apunta que "hasta hace relativamente poco, no se contemplaba la posibilidad de que un trastorno depresivo se pudiera manifestar en los niños o adolescentes. Todo esto ha hecho muy difícil difundir y comprender este fenómeno a escala social y, en concreto, dentro de las familias",
Los expertos señalan que hay que prestar atención a un conjunto de síntomas que suelen observar tanto en terapia ambulatoria como residencial: un estado de ánimo irritable, la pérdida de interés o placer, el aislamiento social, problemas de conducta y/o disciplina, una baja autoestima, el sentimiento de que no vale nada, dificultad para concentrarse, un llanto frecuente, subidas o bajadas de peso, trastornos del sueño y conductas autolíticas, entre otros.
Entre las causas que se han determinado hay factores genéticos, biológicos, ambientales y personales. Con respecto a los genéticos, los antecedentes de depresión en alguno de los progenitores aumentan el riesgo de padecer depresión en la infancia y/o adolescencia. Junto a estos, los elementos biológicos que podrían desencadenar la enfermedad tienen que ver con neurotransmisores como la serotonina y hormonas como el cortisol.
Asimismo, entre los factores ambientales, están las experiencias de pérdidas, estrés, soledad, cambios en el estilo de vida, problemas escolares o con amigos y traumas. En lo referente a las características individuales, se incluyen altos niveles de ansiedad, una baja autoestima, distorsiones cognitivas, un bajo rendimiento académico y deficientes habilidades sociales.
Del mismo modo, los psicólogos subrayan que a la hora de abordar la depresión infanto-juvenil con éxito, una parte fundamental del trabajo terapéutico que realizan con los padres se basa en "hacerles comprender que no se trata de algo que dependa de la edad de su hijo, sino de una serie de factores que pueden aumentar el riesgo de que aparezca y en cómo han podido influir cada uno de dichos elementos”, explican.
"Lo que solemos encontrar son los dos polos; es decir, o padres que no dan importancia al diagnóstico de sus hijos, o padres que le dan demasiada y justifican todo desde la enfermedad", señala el experto, quien también ha observado "que ambas posturas extremas están relacionadas con la capacidad de introspección de los padres hacia sí mismos, planteándose o no la posibilidad de poder adquirir responsabilidad personal en la búsqueda de soluciones, así como en el manejo del problema", detalla Eduardo Atarés.