Los "dogmas puritanos", la "cultura de la cancelación", "linchamiento"... Desde las redes y las columnas se libra un súperdebate con vocabulario propio: ¿hasta dónde llega la libertad de expresión y cuándo empieza la intolerancia?
MURCIA. El debate está en las redes, y pocas personas quedan por dar su opinión sobre el tema. ¿Dónde ha quedado la "libertad de expresión" de antaño? ¿Por qué ya "no se pueden" hacer chistes de "maricones y gangosos"? ¿Es que acaso ya "no se puede ni hacer una broma"? Estas preguntas son lanzadas constantemente cuando los movimientos feministas, antirracistas o por la diversidad sexual "cancelan" a personalidades que hasta hace muy poco han gozado de una carta blanca supuestamente avalada por su talento innato. Como Woody Allen, Chris Brown o David Suárez. Una supuesta turba (feminista, LGTBIQ+, o de cualquier colectivo por la igualdad) decide ahora quién puede y quién no llevar la voz cantante de la narración contemporánea, y eso molesta a quién ha disfrutado hasta ahora de un altar en forma de columna de opinión en un gran medio de comunicación o de aquellas personas que disfrutaban con ese humor zafio y facilón.
La supuesta "cultura de la cancelación" se ha convertido en la gran batalla cultural de nuestros días. En el que unos "hombres blancos cabreados" se revelan contra los "ofendiditos" que no pasan por alto ni siquiera el nombre de los dulces Conguitos. Fruto de este debate, dos títulos de reciente publicación en España toman partido ante algunas de las preguntas propuestas. El primero es Hombres Blancos Cabreados, de Michael Kimmel, uno de los mayores expertos en estudios de género (concretamente en las masculinidades) en Estados Unidos, editado por Barlín Libros en València. En él, Kimmel analiza los movimientos reaccionarios liderados por hombres que, desde el privilegio que han vivido desde hace décadas y amparados por ese ente abstracto llamado "el sueño americano", se alzan contra "la opresión" de un nuevo mundo liderado por las minorías con las que -hasta ahora- no han tenido que convivir en espacios como su lugar de trabajo.
Escrito en 2013, a Kimmel se le otorga el honor de haber pronosticado un análisis de lo que posteriormente supondría la base del electorado que aupó a Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos. En su personal enfoque, el sociólogo no confronta la indignación, sino que la contextualiza en un cambio de paradigma provocado por el propio ultra neoliberalismo que ha abandonado políticamente a la clase media para darle todo el poder a las corporaciones y los lobbys empresariales. En este sentido, Kimmel apunta a que "su indignación es lícita" aunque en vez de apuntar hacia arriba, se equivocan de foco y centran su ira dónde no deben. ¿Por qué un hombre, cuya tienda de ultramarinos se ha ido al garete mientras no paraban de abrir grandes cadenas de supermercados, fija su mirada en las personas migrantes que trabajan de caseras?
Hombres blancos cabreados centra cada uno de sus siete capítulos en un fenómeno liderado por una masculinidad en claro declive que se defiende de manera violenta. Un ejemplo son los tiroteos en los institutos, cuya justificación se suele quedar en un trastorno mental o, como mucho, en la influencia de la violencia de los videojuegos y la televisión, aunque Kimmel estudia caso por caso y propone fijarse en cómo todos los verdugos han sufrido de un crudo acoso escolar con un denominador común: el cuestionamiento de su masculinidad y, por ende, del respeto que se le debe. Ante eso, las matanzas acaban constituyendo para sus autores en una restitución violenta de su virilidad. En el libro también se habla de los movimientos antifeministas, o por los derechos de los hombres, o del Tea Party o directamente de los supremacistas blancos, que fijan su discurso de odio en una supuesta conquista injusta de las mujeres y migrantes del debate público.
En varias ocasiones Kimmel plantea: "cuando estás acostumbrado a tener el 100% de las oportunidades, ver de repente que estas se han reducido al 80% alarma". El libro reúne situaciones en las que el privilegio a la baja que les queda a estos hombres blancos cabreados es el escudo contra el que luchar contra el tiempo y el progreso que les come. La razón de su hostilidad es el avance de la igualdad de otras minorías que no les incluyen.
Un término une los dos títulos que sirven para el análisis de este artículo. Feminazi, cuyo autor intelectual es Rush Limbaugh, un locutor ultraconservador estadounidense. Aunque este término nación en 1992, a España no llegaría hasta 2013, cuando columnistas con una gran atención mediática como Arturo Pérez Reverte comenzaron a utilizarla para hacer referencia al movimiento feminista, que empezaba a popularizarse a través del movimiento 8-M.
Sobre este y otros asuntos de gran actualidad gira el ensayo Ofendiditos: sobre la criminalización de la protesta de Lucía Lijtmaer para Nuevos Cuadernos Anagrama. En él, la periodista y escritora plantea los motivos que pueden justificar esa "cultura de la cancelación", en la que una persona lanza un ataque hacia un colectivo vulnerable, las redes sociales o los propios colectivos le contestan, y el primero se escuda en la "libertad de expresión" para tachar de "intolerante" la deshumanización que supone un chiste o un ataque indiscriminado.
Esta supuesta defensa a ultranza ante la "constitucional" libertad de expresión choca con la protesta de una igualdad que llegue a espacios mediáticos como la comedia o el lenguaje. La burla hacia las aspiraciones o la exageración de las propias pretensiones de colectivos como el movimiento LGTBIQ+ acaba haciendo sombra el debate de fondo, que es hasta dónde han llegado a calar en la rutina de la sociedad española los cambios legislativos en favor de la igualdad.
En este sentido, Lijtmaer plantea la figura del Fiero Analista, que alerta desde su situación de privilegio en los medios de comunicación de la "turba" contra cualquier chiste o hecho que se salga de los marcos morales que proponen los movimientos por la igualdad. En España, estos columnistas ocupan un lugar de gran visibilidad en las principales cabeceras a la vez que reivindican una persecución que les sitúa en una supuesta resistencia.
En los últimos meses, se ha visto una situación especialmente sangrante, que es cuando desde posiciones supuestamente progresistas se ataca a una "diversidad" de la identidad más allá de la clase (la biblia de esta tesis es el libro La trampa de la diversidad, de Daniel Bernabé). Esto choca frontalmente con la propuesta de transversalidad de luchas sobre la que trabajan movimientos feministas, antirracistas, LGTBIQ+ y antifascistas. Y de fondo, la misma problemática: ¿y si cuando alguien apunta a la luna (un abuso contra la igualdad de las personas), las redes miran al dedo (de qué maneras se cuestionan los privilegios o qué vocabulario es "apropiado" para hacerlo)? Los ataques a la gente más vulnerables siguen impunes mientras las voces más reaccionarias consiguen convertir una cuestión de vida o muerte en un superficial guerra cultural.